Beñat ZALDUA

La moción del desconcierto

Los presos políticos del Procés ya han dormido esta noche en cárceles catalanas. Se acabó para sus familias y allegados el turismo carcelario, que diría el periodismo progresista español. Es una buena noticia que puede servir para desinflamar en parte la irritación social catalana, pero no resolverá, evidentemente, el conflicto de fondo. Es difícil creer que esto sea una urticaria, por mucho que se siga repitiendo que lo más profundo del ser humano es la piel.

De hecho, la picazón persiste, y no solo entre Madrid y Barcelona, sino cada vez con mayor profundidad entre los partidos catalanes. Amenaza soriasis. Y el calendario no ayuda: las elecciones europeas y municipales condicionan toda relación, y la amenaza de Manuel Valls en Barcelona se ha convertido en un escalofrío que recorre el espinazo de independentistas y comuns. Pese a ello, no parece que haya espacio para las candidaturas unitarias propuestas por Jordi Graupera, abrazadas por el entorno de Puigdemont y avaladas esta misma semana por la Assemblea Nacional Catalana. El riesgo de acabar dando aire a la refundación del espacio convergente frena a la izquierda.

En este contexto, el Parlament debate hoy una moción de la CUP en la que se insta al Govern a recuperar todas aquellas iniciativas catalanas tumbadas por el Tribunal Constitucional, incluida la declaración del 9 de noviembre de 2015, aquella que daba por iniciado el camino hacia la independencia tras el 27S –fue el caramelo con el que Artur Mas trató de conseguir, en vano, el voto de la CUP–. La referencia a este texto, en el que se declara al Parlament como único depositario de la soberanía catalana y única fuente de autoridad legislativa, ha generado el recelo de JxCAT y ERC, que trataron de borrarla. Ayer a última hora se alcanzó finalmente un acuerdo y hoy la moción –que no implica nada en la práctica– será aprobada, pero el disenso entre los partidos ha vuelto a aflorar. Y con él, el desconcierto independentista.

Cabe preguntarse por la idoneidad de la moción cuando es más que evidente la subordinación de las instituciones catalanas a las estatales –que los presos catalanes estén encerrados bajo custodia de la propia Generalitat es el recordatorio más crudo–. No es la primera vez que la CUP «importuna» con mociones que tensionan el independentismo, pero lo cierto es que antes había una dirección clara y más o menos consensuada entre los grandes actores soberanistas que permitía situar en cierta cuarentena algunas suspicacias cuperas. Ahora no.

El debate de hoy, desde luego, no ayudará a resolver el desconcierto, pero tampoco lo hará, sin ir más lejos, el espectáculo ofrecido por ERC –sobre todo– y PDeCat a cuenta de RTVE. Una sobreactuación en la que han supeditado su voto a la promesa de que Sánchez hable de todo con Catalunya. Saben que no ocurrirá, así lo votó el PSOE la semana pasada en el Congreso. La negociación parlamentaria es evidentemente lícita, no parece criticable que ERC y PDeCat entren a negociar la renovación de RTVE. Pero utilizarla para escenificar un logro político inexistente es una tomadura de pelo.

A falta de un horizonte compartido, el desconcierto es palpable, por mucho que todos vuelvan a desfilar juntos el 14 de julio en la marcha por la libertad de los presos políticos. Es la única bandera capaz de unirlos a todos. No es cuestión menor, pero limita a la mera reacción antirrepresiva toda hoja de ruta común.