Pablo CABEZA
BILBO

Cigarettes After Sex, el lado sublime de una revuelta de nubes y música

Sobre las seis de la madrugada de ayer llovía con intensidad sobre Bilbao, un par de horas preocupantes. Mañana seca, por fortuna. San Mamés, punto de recepción de pulseras y otras necesidades logísticas es un campamento. En Kobetamendi las campas han aguantado la lluvia salvo en zonas despobladas mínimas, el verde es profundo. Ha comenzado Bilbao BBK Live con nubes de tormenta y los mungiarras Lukiek abriendo tarde rockera y noche variada.

Abren puertas, los primeros asistentes, pocos, una treintena salen corriendo a coger sitio, ¿qué sitio en la inmensa ciudad del BBK Live? No se sabe, pero corren, es tradición, es un impulso o vienen de sanfermines agitados. El sol pica, las nubes son un alivio, la atmósfera densa. En la zona de aparcamientos, llamada la cantera, los charcos son de dejar el coche hundido. Los autobuses van cargados hacia el cámping. No hay prisa, son tres días. Con o sin prisa, Lukiek tienen que salir a escena. Son las 17.30 y comienza puntualmente, como se hace en los festivales. Y, como suele ser también habitual, a esta hora están los amigos y las amigas, que estaban, parte de la familia, que estaba, y algún aficionado que no se pierde nada de interés. Apreciamos a Lukiek y su apuesta, pero qué frío queda un trío ante tanto espacio, qué difícil llenarlo. Nos quedamos con otros recuerdos de la banda.

Cae alguna gota de no se sabe qué nube; ni siquiera se sabe si está. Comienza a oler a césped pisado, pero hay mata, al menos en estas primeras horas.

Ya estamos en el BBK Live, la entrada, o la previa, es el botellón de quienes no disponen de pulsera, pero quieren vivir su festival, como cada año. Petan los espacios libres. Se sientan en corro, charlan, sonríen y beben. De lejos se escucha el sonido de un bajo. Es el mismo bajo que se escucha en la “sala de prensa”, situada en un lugar fuera, literalmente, del recinto. Puede entrar quien quiera del público que camina hacia la entrada del festival, nada se lo impide. Una queja a un miembro de seguridad, pasadas unas horas, y a media tarde tenemos a una pareja cubriendo la entrada. Es un alivio. No obstante, del container de prensa, con ventanas, al espacio Basoa por ejemplo, habrá cerca de medio kilómetro.

A nuestra compañera Monika la encontramos sentada en una campa, está derrotada de ir de un escenario a otro cargando con el equipo fotográfico y el ordenador ante la falta de garantías en prensa. Son cinco o seis escenarios, y esto es amplio. Hay otra carpa de prensa, pero está en la zona del backstage, nos chivan, pero debe ser para los mejores periodistas. Lo nuestro es de barracón. Este año ni agua en el arcón ni televisión para seguir alguno de los conciertos. Por las ventanas entran las charlas de quienes acuden al festival, pero no para entrar; al lado del contáiner mean en una esquina sin parar, tíos y tías.

Morgan, espléndidos. Mucha calidad y con nuestro apreciado Ekain Elortza a la batería. Les siguen una numerosa cuadrilla. Melenas, navarras, están en un pequeño escenario, Firestone, el puñado de seguidores lo vive y ellas también. Están felices. María Arnal i Marcel Bagés parece que no son de festival, pero tienen media campa llena y magnetizan. La voz de María es como un cuadro impresionista. Rural Zombies coinciden en hora. Carpa con buena entrada, medio llena y dosis de ritmo y buena clase. El cuarteto Temples se cruza ante nosotros, melenas retro, no tienen culo, planos como una tabla de planchar, pero saben lo que son los sesenta. Let's Eat Grandma son dos chicas con buen ritmo. Y Cigarettes After Sex, delicados, suaves, sublimes y pesados, para algunos.