Karlos ZURUTUZA
Zuwara (Libia)

UN «PARCHE» DE ESCAYOLA EN LIBIA

Mientras miles de migrantes se echan al mar con opciones cada vez más reducidas de llegar a puerto, otros buscan alternativas a las pateras sin abandonar la costa libia.

Era un encargo caprichoso: estanterías con columnas corintias en el salón y la manzana de Apple en el techo de la cocina, todo en escayola. La imaginación de los libios parece no tener límites, pero eso no es problema para Pascal.

«Llevo muchos años en esto y he hecho cosas que ni siquiera yo pensaba que pudiera hacer», dice este biafreño de 40 años, mientras recoge todo el material de obra. Youbas, su socio libio, también está satisfecho con el resultado.

«Si me dicen hace seis meses que hoy estaría viviendo de esto no me lo hubiera creído», reconoce este joven de 28 años mientras carga la furgoneta. Han quedado con el dueño en una hora, y tiene que estar todo limpio para entonces.

Los caminos de Youbas y Pascal se cruzaron el pasado junio. El libio hacía trabajos esporádicos para una ONG en forma de entrevistas con migrantes en Zuwara, su ciudad natal. Como el resto, Pascal también le contó su historia. Trabajó de escayolista en Marruecos hasta reunir los 8.000 dólares con los que, le dijeron, alguien en Angola les conseguiría un visado a él y su mujer, Lina, para viajar a Europa. Por supuesto, aquello no funcionó, así que la pareja se plantó en Libia en 2012 con la intención de saltar a una patera rumbo a Italia.

«Como no teníamos dinero para los dos compré un billete para que ella pudiera llegar cuanto antes porque estaba embarazada», recuerda el subsahariano. No hubo suerte: ya en alta mar, un grupo de piratas les robó el motor, dejando la ya de por sí precaria embarcación a la deriva durante dos días, hasta que volvieron a tocar tierra. Milicianos libios les esperaban en la playa; Lina fue arrestada junto con el resto del pasaje. Pasó por cinco centros de detención antes de ser repatriada a Nigeria, cuatro meses después de despedirse de su marido.

«Lo peor fue no saber absolutamente nada de ella durante todo ese tiempo; ni siquiera si seguía viva», asegura Pascal. Precisamente, uno de los motivos de su primer encuentro con Youbas fue dar con el paradero de su mujer. Tras un sinfín de llamadas a contactos en la administración libia y varias ONG, Pascal supo que había sido padre, y que tanto el bebé como la madre se encontraban a salvo en Nigeria.

Durante muchos años, esta ciudad de 50.000 habitantes al oeste de Trípoli miró hacia otro lado mientras los traficantes de personas se hacían obscenamente ricos, hasta que la indignación se materializó en una pionera brigada antiinmigración que acabó definitivamente con la lacra del tráfico de personas.

«No hay lugar más seguro que Zuwara para nosotros», asegura Pascal. La prueba, dice, es que puede escuchar música desde su móvil mientras trabaja. «En cualquier otro lugar de Libia te lo quitarían de las manos después de darte una paliza, pero no aquí», añade.

El trabajo tampoco tiene nada que ver con lo que ha conocido durante los últimos cinco años. Atrás quedaron esas extenuantes jornadas esperando un trabajo esporádico en la construcción por el que muchas veces no llegaba a cobrar. Pascal nunca pensó que su título en «artes ornamentales» le fuera a servir de algo, hasta que Youbas le propuso ir a medias.

«Cuando no estoy ayudando en la obra busco clientes y me ocupo del papeleo; desde licencias de obra a los certificados médicos que les piden a los extranjeros», detalla el libio. Repartir los beneficios a partes iguales le permite tener un sueldo con el que subsistir, y que el biafreño pueda mandar dinero a su familia, así como asumir el alquiler de un piso donde no vive hacinado como antes. Hoy comparte techo únicamente con Jude, un nigeriano de 19 años al que ambos socios cooperativos han contratado como ayudante.

Un problema «europeo»

La destreza de Pascal con el yeso no ha pasado desapercibida para clientes potenciales ni tampoco para las autoridades locales. Hafed Bensasi, alcalde de la localidad, alaba la iniciativa, pero también admite ciertas reservas. «¿Cuánta gente podríamos absorber con fórmulas como ésta en Zuwara? ¿Cien? ¿Doscientos? ¿Y qué hacemos con el resto?», se pregunta el edil.

«Libia no es ni origen ni destino de los migrantes, sino un simple punto de paso. Esto es un problema europeo pero lo estamos sufriendo los libios», sentencia.

Por el momento, Europa no parece darse por aludida. En un informe publicado el pasado 11 de diciembre, Amnistía Internacional denunciaba que la política de inmigración de la Unión Europea se ha traducido en «oscuras asociaciones con autoridades corruptas y organismos libios para frenar el flujo de migrantes y refugiados a través del Mediterráneo Central.

Según datos de la Organización Internacional para la Migración, más de 10.000 migrantes han sido devueltos a Libia en lo que va de año. Se trata de una cifra que va en aumento a medida que los puertos de Italia y Malta se cierran para las organizaciones no gubernamentales que efectúan labores de búsqueda y rescate, y la controvertida flota libia asume el control de la crisis. A estos hay que añadir las cifras cada vez mayores de los libios que se suman al éxodo para huir de un país estrangulado por la violencia y el colapso de la economía.

«Si los libios están sufriendo, imagínese nosotros», espeta Pascal, mientras remata con la fregona la limpieza de la última de las habitaciones de la casa. Reconoce que sigue soñando con llegar a Europa. «Estoy mejor que antes, pero no es esto lo que quiero para mí y mi familia».