Oihane LARRETXEA

MUJERES EN CRISIS HUMANITARIAS: UNA SALUD SEXUAL QUEBRADA

Unas 800 mujeres mueren cada día por una complicación en el embarazo o durante el parto. Padecen contextos de crisis humanitarias donde el acceso a la salud sexual no está garantizado. Médicos Sin Fronteras nos acerca esta realidad en los cursos de verano.

A los hospitales y centros de salud sexual que las ONG tienen habilitados en múltiples países del mundo, todos en vías de desarrollo o inmersos en conflictos bélicos, llegan diariamente mujeres embarazadas que presentan complicaciones de diversa consideración y que, en muchos casos, amenazan su vida y la del bebé que esperan. Se trata de problemas «que se pueden evitar» de tener acceso a una atención sanitaria, a medicamentos, a visitas de doctores y a un seguimiento como corresponde de la gestación. Muchas veces, cuando llegan al hospital, «es demasiado tarde».

El curso de verano organizado por la UPV-EHU en el Palacio Miramar “Sin ellas no hay futuro” fue el altavoz con el que varias profesionales sanitarias que han trabajado y trabajan en países como República Centroafricana, Sierra Leona o Bangladesh, entre otros, aportaron su experiencia acumulada sobre el terreno. Poner las palabras a lo que ocurre diariamente pero pasa inadvertido a ojos de la sociedad. Hablar de la realidad y enfocar lo que verdaderamente importa.

Según los datos facilitados por Nagore Eskisabel, delegada de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Hego Euskal Herria, Cantabria y La Rioja, el 15% de los partos presentan un riesgo elevado y requieren de operaciones obstétricas. Sierra Leona es uno de los países donde más muertes maternas suceden, afirma. La directora de la mesa redonda identifica cinco problemas principales en lo que se refiere a la salud de la mujer: la primera son las urgencias obstétricas. El 99% de las muertes ocurren en países en vías de desarrollo. Lamenta que en los hospitales no haya medicinas ni servicios básicos.

La segunda alerta son las altas probabilidades de que estas mujeres desarrollen una fístula obstétrica. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre 50.000 y 100.000 mujeres de todo el mundo la sufren. Se trata de la formación de un orificio anómalo en la vía del parto y se relaciona directamente con una de las causas principales de mortalidad materna: el parto obstruido. «Las mujeres aquejadas por la fístula obstétrica padecen incontinencia urinaria constante, vergüenza, segregación social y problemas de salud. Se calcula que en Asia y en el África subsahariana más de 2 millones de mujeres padecen una fístula obstétrica sin tratar», cita la organización.

A este respecto, Eskisabel corrobora que lo que viene a continuación en la vida de estas mujeres es el estigma y el rechazo: «Incluso las expulsan de sus hogares».

El tercer riesgo sobre el que alertaron en la mesa redonda fue la propia violencia sexual, empleada como «arma de guerra».

La transmisión del VIH de la madre gestante al bebé también preocupa a las organizaciones sin ánimo de lucro. Mujeres infectadas por el virus sin acceso a los retrovirales, lo que dispara las posibilidades de contagio del 5% al 40%. Desde Médicos Sin Fronteras facilitan estos tratamientos y fomentan las campañas de sensibilización e información, fundamentales para que las mujeres conozcan que existen opciones. De lo contrario, nunca lo requerirán.

En último y quinto lugar: el aborto no seguro, otra de las principales causas de la mortalidad materna, ronda el 13% de este tipo de decesos. Estiman que al año fallecen unas 50.000 mujeres. «Es importante que lo hagan en condiciones médicas seguras».

Ana Zamacona es actualmente coordinadora de proyectos de MSF y ha trabajado en Sudán, Etiopía, Paraguay, Haití y Zambia, entre otros. Lo resume de forma rotunda: «Si una mujer quiere abortar, va a hacerlo». El aborto no seguro tiene diversas «formas», explica. Puede ser practicado fuera de la red sanitaria, por personal no sanitario o por un sanitario fuera del sistema de salud. Sobre la posición frente al aborto de la ONG, a la que ciertas voces acusaban de interrumpir embarazos en «clínicas abortistas», según citó, defiende que es una cuestión «de acceso a la salud». Y lo vuelve a justificar con el razonamiento inicial. Si la mujer lo ve claro, lo hará de la forma que sea.

Saber los datos reales: un imposible

Esta bilbaina también ha participado en la apertura de un centro para atender a víctimas de violencia sexual en Bangui, la capital centroafricana. Solo la ciudad alberga a un millón de habitantes. Ella y su equipo diseñan el posible proyecto y evalúan las necesidades en cada contexto. Ayudan en la logística, en los recursos humanos y los apoyos financieros. También deben hacer las gestiones con los ministerios y gobiernos.

Conocer los datos reales sobre la violencia sexual es fundamental, la base sobre la que trabajar, pero resulta «verdaderamente imposible». «Solo se reporta la punta. Se estima que una de cada tres víctimas lo son a manos de sus parejas. El problema, o uno de ellos, es que es tabú, estos casos se esconden», lamenta. Las cifras que manejaron superaron sus propias expectativas: el primer mes pasaron solo por este centro 70 personas. «Los números son muy preocupantes», teniendo en cuenta que existen más servicios de otras organizaciones.

El 90% de las personas que han atendido son mujeres; identificar a los niños y hombres es aún más complicado. En cualquier caso, señala que según se acorta la edad de las víctimas, la diferencia entre los porcentajes de niñas y niños que han sufrido maltrato, agresión o abuso sexual disminuye. La brecha aumenta según avanza la edad. En el caso de ellas, a partir de los 13 años llegan los maltratos y otras aberraciones por parte de la pareja, familiares o miembros de su comunidad. La violencia ejercida por milicias es un pequeño porcentaje, señala.

Al igual que ocurre con las mujeres que padecen fístula obstétrica, los profesionales también combaten en estos casos la vergüenza, la tristeza y el estigma a los que son condenados por la sociedad y su comunidad. Gestionar la culpa que sienten es otra parte compleja del proceso.

Una serie de barreras

Hace escasos días que la enfermera Mónica Fernández ha vuelto de República Centroafricana. Previamente ha conocido las realidades de Sierra Leona y Bangladesh, concretamente atendiendo a los rohinyás. Natural de Iruñea, explica que no se dedica a la parte médica de su profesión, sino a la gestión. Es decir, hace de mediadora entre la comunidad y el centro sanitario: «Que se habilite un servicio no garantiza el acceso porque existen infinidad de barreras».

Los obstáculos, a veces, son económicos. Las mujeres viven lejos de los hospitales y ni siquiera pueden pagar el transporte para desplazarse, y el hospital muchas veces cobra por los servicios. «Esto implica que la mayoría, en lugar de caminar decenas de kilómetros, vean más seguro quedarse en casa y dar a luz allí».

Las barreras también pueden ser culturales. En Sierra Leona, por ejemplo, el acceso a la salud «es realmente muy difícil». Las personas de confianza de estas mujeres a la hora de alumbrar son las parteras. Una de las vías fue contratarlas en estos centros para que asistieran a las pacientes y darles a las futuras madres una asistencia con todas las garantías cuidando además el aspecto de la confianza.

«¿Qué es violencia sexual?», cabe preguntarse en el mismo terreno, considera Fernández. Aquí lo vemos de una manera; allí las respuestas son otras. «La mayoría relacionaba las agresiones con personas armadas, nada que ver con la conyugal o la intrafamiliar».

En el caso de los niños que viven en la calle, al igual que señala Zamacona en cuanto al género, no consideraban que eso existiera entre ellos. «Intercambiar sexo por comida, o por cigarrillos o algo de dinero no lo consideraban violencia. La propia definición es una barrera», afirma.

Y vuelve el estigma, los vecinos que señalan con el dedo, las manos que expulsan a una víctima de su familia, de su entorno. Repudiada. La víctima a la que se culpabiliza. Cuenta Fernández que en ciertos pueblos de la República Centroafricana, cuando una mujer ha sufrido una agresión se anuncia de forma pública para que sea rechazada y nadie se acerque a ella.

Son difíciles los cambios culturales y sociales. Por eso las expertas hacen hincapié en la importancia de denunciar estas realidades y de establecer protocolos para derribar las barreras. Esa es la vía para que ellas se acerquen a los servicios que prestan organizaciones como MSF. El 80% de las mujeres conocen a sus agresores. Es fundamental que hablen. Más si cabe que las escuchemos.

«Soy inmigrante, me violaron y he salvado mi vida. ahora quiero ayudar»

La piel de Clementine Baza Bola es negra, oscura, igual que sus ojos profundos y su cabello tupido. Su relato habla de una huida, del exilio y de maltratos. Mueve las manos para enfatizar su mensaje y las palabras se le atropellan. Quizá por la dureza de lo vivido, que resulta tan doloroso describir. También porque no quiere dejar en el tintero lo verdaderamente importante: la denuncia de la violencia que sufren las mujeres en su país natal, República Democrática del Congo, así como en Camerún, donde le dieron asilo muchos años atrás.

Hoy es profesora, sicóloga y pedagoga. La guerra que se desató en su país provocó una huida que comenzó con la muerte violenta de su esposo. Dos de sus hijos estaban entonces en la escuela; el más pequeño, de dos años de edad, con ella en casa.

Clementine habla de las vejaciones, agresiones y abusos que sufren las mujeres, pero insiste en que lo que buscan es «destruir a la mujer». «Eso ocurre cada día en mi país», afirma.

Tras abandonar su hogar escapó por la selva, sin saber muy bien hacia dónde tirar. Seis meses después llegó a Camerún. Lo que se pueda imaginar sobre las penurias y los peligros de ese tránsito no es suficiente.

Llegó aquejada de malaria; la falta de acceso a medicamentos y de un servicio sanitario fue la realidad con la que se topó. En 2007 llegó finalmente a Madrid, ciudad desde la que arribó a Bizkaia.

La ayuda que ha recibido ha llegado de la mano de ONG y personas anónimas; los gobiernos brillan por su ausencia, dice. Y por ese apoyo que ha recibido siente que le toca ayudar a los demás. «Estoy aquí, he salvado mi vida. Soy inmigrante, me han violado. Quiero ayudar a las mujeres de aquí y de allí».

«Cruz Roja, Médicos Sin Fronteras y otras organizaciones no gubernamentales salvan diariamente la vida de mujeres y niñas violadas», recuerda. Víctimas que tras ser agredidas son repudiadas, lamenta. «A una mujer violada su entorno no la quiere. Ni a tu madre le puedes contar lo que te ha pasado. Dejas de ser una persona para ser una cosa».

Preside la asociación Nos Unimos con el único fin de «ayudar». Erradicar la pobreza y lograr la igualdad quiere que dejen de ser quimeras. «Cambiar el mundo es trabajo de cada persona, desde su propia casa puede hacerlo. Para que el mundo vaya bien, habrá que dejar de mirar la religión, o la raza», aboga esta mujer.O.L.