EDITORIALA
EDITORIALA

Inteligencia política para vencer a la arrogancia reaccionaria

Los partidos políticos ya no son lo que eran. Ni siquiera los tradicionales. Las estructuras de poder internas no tienen el control que tenían antes y, en consecuencia, pueden sufrir serios reveses en sus relevos y transiciones. Los delfines ya no tienen por qué ser la atracción favorita de quienes eligen a los líderes. Atendiendo a las maniobras, a las prebendas o a las modas, el reptilario puede sorprender en primarias y en secundarias. No es que antes no hubiese maniobras, ni conspiraciones, ni traidores ni lagartos. Pero los procesos no eran tan públicos ni los errores tan caros. El tiempo político se ha acelerado y los partidos no son ajenos a ello.

Así, Pablo Casado ha vencido a Soraya Saénz de Santamaría y presidirá el Partido Popular. Está por ver si solucionan así la crisis que vive la derecha posfranquista tras la moción de censura de Pedro Sánchez y la pinza de Ciudadanos. Tampoco cabe olvidar que, por muy bien valorada que estuviese por sus adversarios fuera del partido, Soraya Saénz de Santamaría ha logrado unir a todas las facciones en su contra, muestra de la tiranía con la que ha gestionado su poder.

Visto desde fuera, Casado parece la opción menos inteligente, la más visceral. Es un ultra, un reaccionario, clasista, neofranquista, antifeminista, belicoso y xenófobo. Es lo que comúnmente se define como un «facha». Personalmente Casado es despiadado, ególatra, fanfarrón y farsante. Representa a una derecha montaraz, un «aznarismo» revitalizado que abandera un designio autoritario, supremacista y antidemocrático: España.

A corto plazo Casado empequeñece la hegemonía social que el PP ha labrado durante la debacle del PSOE. En Madrid le da oxígeno a Sánchez, polariza con Podemos y achica espacios a Ciudadanos, mientras que en las naciones sin estado termina con toda esperanza de concertación con los regionalistas y decanta a los demócratas hacia el independentismo.

Pero el objetivo declarado de Casado no es tanto gobernar como cambiar la sociedad. Es evidente que tener poder es esencial para operar eficazmente sobre la cultura política, pero desde los márgenes socialmente tan amplios desde los que predica él se puede marcar la agenda, decantar a la opinión pública y provocar un cambio que más adelante tenga reflejo en unas elecciones. Si las crisis internas o la corrupción no se lo tragan antes –no hay que olvidar que tiene pendiente un caso por falsificar sus estudios, un escándalo potencialmente letal–, ese debe ser su plan. O al menos el de alguna persona inteligente de su círculo, que alguna habrá.

En principio, Casado es menos «presidenciable» que Saénz de Santamaría. No porque no pueda lograr tantos o más votos que ella, sino porque su discurso ultra e incendiario le complica las alianzas. Puede ganar votos y posición y sin embargo perder poder. No es casual que su único apoyo entre los derechistas vascos haya sido el de Javier Maroto, que sabe bien lo que es ganar en elecciones y no poder gobernar por ser un xenófobo y un recalcitrante. Tampoco que le avalase Xavier García Albiol, otro fracasado. La marginalidad que ha cultivado el PP en Catalunya y Euskal Herria se puede acelerar en ondas concéntricas desde afuera hacia la metrópoli.

Sin relajos, por la democracia y la libertad

Pasado el pasmo de que una persona con el perfil de Casado pueda dirigir el partido que más votos tiene en el Estado español, que controla el Senado y miles de municipios, el que más influye en las estructuras de poder, algunos demócratas y personas de izquierda se habrán sentido aliviados al analizar que es una mala opción para la derecha autoritaria. Asimismo, una parte importante de la ciudadanía vasca y catalana ya ha desconectado y ve con pereza la cabalística política española.

Aun siendo comprensible, no conviene minusvalorar ni las oportunidades ni los riesgos que se abren. En política la fortuna depende tanto de lo que haga uno como de lo que hagan el resto. Por ejemplo, si el PP piensa en clave de cinco o más años y en esquema de reconquista, quienes quieran combatirlo deberán prever escenarios en esos mismos plazos y dimensiones.

Los independentistas vascos y catalanes siguen teniendo los mismos retos, y el relato de alguien tan impresentable como Pablo Casado debe servir para reforzar en positivo la viabilidad de lograr estados decentes. Con la democracia y la libertad como señas de identidad, firmemente y con honestidad, es hora de afinar las estrategias eficaces que abran ese escenario.