EFE-AFP
París-Foggia

REFUGIADOS ECONÓMICOS, PERSONAS CONVERTIBLES EN MANO DE OBRA

130.000 vacantes. Synhorcat, una asociación del sector de hostelería francés, ha pedido al Ejecutivo de Macron que agilice los trámites de las demandas de asilo para poder cubrir la falta de trabajadores.

Muchas de las personas que llegan a Europa procedentes del África subsahariana son etiquetadas como «refugiados económicos», gente que busca un futuro mejor y que, en teoría, no huyen de una guerra ni son perseguidos por sus ideas. Este movimiento migratorio no es nuevo, llevan entre nosotros muchos años. Africanos y americanos son la mayoría de quienes cuidan a nuestros mayores y cocinan nuestros pintxos. Estos son solo dos ejemplos de que no les resulta fácil alcanzar su meta final.

 

La hostelería francesa pide facilidades para contratar a los recién llegados

Afectado por la mala imagen de sus jornadas infinitas y por su reputación de trabajo duro, el sector hostelero en Francia pide a su Gobierno que acelere los trámites de los demandantes de asilo para poder cubrir parte de las 130.000 vacantes en la profesión, tal como informa desde París María D. Valderrama para la agencia Efe.

La Asociación Nacional de Restauradores, Hoteleros y Cafeterías (Synhorcat) ha solicitado al Ejecutivo que tenga en cuenta el déficit de empleo en el sector para gestionar con mayor rapidez el papeleo de quienes quieran trabajar en el gremio en lugar de los nueve meses exigidos ahora para obtener la autorización laboral.

«Nuestro objetivo es que el poder público facilite a los demandantes de asilo el acceso a los papeles, con plazos más cortos que los actuales, y que ofrezca a estas personas los medios y la formación para acceder a nuestra profesión», comenta uno de los responsables de Synhorcat, Vincent Sitz.

Lavaplatos, cocineros, jefes de cocina, camareros... la lista de puestos a cubrir es amplia en todo el país, afirma Sitz, que achaca el problema a sus arduas condiciones laborales. «Prácticamente, todos los restauradores de Francia tienen problemas para encontrar candidatos. No es que no los tengan buenos, ¡es que ni siquiera encuentran aspirantes!», apunta. Asegura que hay locales que aumentan los días de cierre por descanso semanal ante la falta de personal.

«Ascensor social»

Desde esta organización defienden que en la hostelería existe un «ascensor social» y que, con frecuencia, quienes empiezan como auxiliares de cocina pueden acabar como encargados del establecimiento.

Asociaciones como France Terre d'Asile sirven de canal con los solicitantes de asilo que ya trabajaban en su país en la restauración para facilitar el contacto con las empresas. «Es un sector tradicionalmente con déficit de candidatos y con una amplia oferta. Habitualmente, los inmigrantes autorizados a trabajar se dirigen a la hostelería, pero el gran cambio ahora es que son los actores del sector los que buscan contratarles», confirma a la agencia Efe la directora de integración de la ONG, Fatiha Mlatu.

Desde el inicio de la crisis migratoria y de refugiados en 2015, la comunidad económica francesa se ha movilizado para trabajar en el reclutamiento de los recién llegados pero, según Mlatu, el sector hostelero no acudió a ellos hasta «hace unos meses».

La organización colabora ya con una conocida cadena de cafetería en la búsqueda de trabajadores, aunque de momento los resultados son flojos –solamente seis reclutados desde febrero–, especialmente por el desconocimiento de la lengua francesa por parte de los recién llegados.

«Es una población que se adapta rápidamente a la clientela del sector turístico porque posee conocimientos lingüísticos más amplios que la mitad de la población francesa, especialmente en inglés y árabe», destaca Mlatu, que gestiona anualmente los perfiles de contratación de unos 4.000 refugiados.

En cambio, como recogía el diario “Le Parisien”, los empleadores que se aventuran por cuenta propia a contratar a refugiados lamentan que, durante el papeleo de las demandas de permiso de trabajo, la Administración se retrasa más de lo previsto y llega a cuestionar sus razones para contratar a migrantes en lugar de a ciudadanos franceses. En setiembre, coincidiendo con el fin de las vacaciones, Synhorcat confía en que el Gobierno de Macron se ponga manos a la obra con su dossier y les reciba «para poder actuar en un futuro cercano».

Nueva ley sobre inmigración

Precisamente, el pasado 1 de agosto, el Parlamento francés aprobó el proyecto de ley sobre inmigración que, según el Ejecutivo, busca acelerar el tratamiento de las demandas de asilo, mejorar las condiciones de acogida, reforzar la lucha contra la inmigración irregular y facilitar la integración de las personas extranjeras en situación regular.

Una vez instaurada la ley, a partir de 2019, y para tratar de organizar mejor unas solicitudes en aumento (100.000 personas demandaron asilo en 2017, un 17% más que en 2016, según el Ministerio del Interior), el margen para tramitar las peticiones pasaría de once a seis meses. El de los permisos de trabajo se reduciría a también a seis meses, un plazo que todavía queda lejos de las urgentes necesidades del sector.

 

La desilusión de Makamaba en mitad de los campos de tomate de Italia

Dejó Mali hace siete años, trató de ganarse la vida en Libia, después cruzó el Mediterráneo y ha terminado inclinado sobre los campos de tomate del sur de Italia. Ahora, a sus 22 años, Makamaba Kamara sueña con regresar a casa, tal como relata Virginie Ziliani, de la agencia AFP.

En el improvisado campamento de Rignano, a unos kilómetros de la ciudad de Foggia (Apulia), descansa sentado en una silla plegable ante la vieja caravana que compró con un amigo. Gorra azul calada sobre su mirada, este joven de ojos oscuros originario de la región de Kayes, en el oeste de Mali, recuerda los tiempos en los que dejó los bancos de la escuela y su país a la búsqueda de una vida mejor.

Tenía 15 años cuando partió en busca de un trabajo en Libia, el país petrolero vecino, pese al caos que reina desde la caída de Muamar el Gadafi en 2011. «Allí no teníamos nada: solamente dificultades. Intenté trabajar en las casas de alguna gente, pero no me pagaban. Eso no es vida», cuenta.

Se quedó dos años, hasta que una noche salió de allí en una patera para atravesar el Mediterráneo, como otros cientos de miles lo han hecho en estos últimos años. «Tuve suerte: a la mañana siguiente nos cruzamos con los guardacostas italianos, que nos rescataron», recuerda. Primero fue desembarcado en la isla italiana de Lampedusa, para a continuación pasar dos años en un centro de acogida para demandantes de asilo en Brescia, en el norte de la Península.

«Intenté pedir mis papeles pero nunca lo logré», relata sobriamente. En estos últimos años, como media, las comisiones de asilo italianas han rechazado el 60% de las demandas. Entonces, Makamaba Kamara tomó la ruta del sur, alternando los campos de tomate de Apulia en verano y la recogida de limones a partir de octubre en Calabria.

Regresar a Mali el próximo año

«Cuando no tienes papeles, no puedes hacer gran cosa», explica mientras deambula entre las chabolas de madera carcomida por el calor y la lluvia de los campos de Rignano. Entre el polvo y el calor asfixiante, con las manos hinchadas, trabaja entre 8 y 10 horas diarias por 30 euros, de los que debe descontar 5 euros para la furgoneta que le lleva desde el campamento hasta las fincas de labor.

«Aquí, las condiciones de trabajo son imposibles», corta el joven maliense, con la mirada puesta en el vacío. En Italia, también sufre racismo y odio: «Una vez se negaron a curarme en el hospital porque no tengo papeles». La mayoría de los jornaleros extranjeros –sobre todo africanos, pero también búlgaros, rumanos o polacos– están en situación regular, con un permiso de residencia o una demanda de asilo en trámite. Sin embargo, son pocos los que reciben una nómina en regla. El pasado miércoles, Makamaba Kamara participó en la huelga y la manifestación organizada para denunciar las condiciones de trabajo de los recolectores de tomates tras la muerte de 16 de ellos en dos accidentes de tráfico [GARA publicó una crónica sobre la movilización en su edición impresa del viernes]. «Espero que esto cambie las cosas», deja caer.

Pero no se hace ilusiones. Europa no es El Dorado que se había imaginado. A pesar de que ha hecho amigos en el campamento en el que vive en Rignano, dejó atrás a sus familiares y ahora solo pide poder encontrarse de nuevo con ellos. Para lograrlo ha contactado con un abogado, con la esperanza de poder ir a trabajar durante un corto espacio de tiempo a Francia, donde tiene familia. Cree que allí las condiciones serán mejores y que podrá ahorrar lo suficiente para regresar con sus dos hermanas y su madre.

«Me gustaría llegar allí dentro de un año, y después formar enseguida una familia», concluye Makamaba Kamara.