Koldo Campos
Escritor
GAURKOA

Siempre nos quedarán los geranios

Hoy me he hecho amigo de una mosca. La conocí ayer por la noche en el baño de casa. Ahí fue que la maté. Yo estaba lavándome la cara y ella insistía en zumbarme los oídos a vueltas por mi cabeza. Casi sin pretenderlo solté un manotazo al aire y la mosca cayó en el lavabo. La infeliz había quedado de espaldas, con las alas pegadas a la loza y sacudía sin éxito sus tres pares de patas tratando de incorporarse. Antes de que lo consiguiera yo abrí el grifo. A punto de desaparecer por el desagüe quedó atrapada entre el abismo y la válvula de cierre del lavabo, esas que desde que jubilaron a los tapones de goma se ocupan de rescatar a los moscas del desagüe. Tenía tres patas dentro y tres fuera. Yo abrí y cerré el grifo repetidamente, a cortos intervalos, y cuando vi que la resistencia de la mosca se limitaba a una pata, volví a abrir la compuerta. No me quedé a ver el resultado. Apagué la luz y salí del baño. Después me acosté.

Pero eso era ayer, cuando maté a la mosca. Hoy, al entrar en el baño por la mañana me he encontrado con ella. Y sé que era la misma mosca porque ni se movió cuando la tomé en mis manos. Se había pasado la noche empapada, peleando con la válvula hasta lograr escapar de su destino. Sobre sus seis maltrechas patas se había ido arrastrando hasta el borde del lavabo donde se detuvo, tal vez para descansar y donde la acabo de encontrar. Toda la noche en esa lucha, en ese afán. Me conmovió su constancia, su fuerza, su espíritu de mosca. La trasladé al balcón, la encomendé a sus alas y la deposité sobre unos geranios. Confiaba en que el sol la ayudara a recuperarse en cuanto dejara de llover.

Estoy escribiendo la breve historia de mi amistad con la mosca. Y sí, me he preguntado si no estuvo de más el manotazo, si tal vez fue excesivo, si no hubiera sido mejor un aspaviento, una voz, un grito, pero mis respuestas de hoy no las puedo repetir ayer. Las consecuencias están sobre un tiesto de geranios esperando volver a volar.

Lamento el manotazo, sí, lo siento, como lamento que teniendo el sofá para posarse, la mesa, las tres sillas, la nevera… tuviera que seguirme al baño. Y en el baño no podía equivocarse. Era la ducha, el inodoro o el lavabo. Eligió mi cabeza. Concretamente, la deforestada parte superior donde los paseos capilares de las moscas nunca pasan desapercibidos. Y no estoy tratando de justificarme porque insisto en que lo siento pero, también podía haber elegido otra ventana, otra casa, otros geranios. Mañana pienso ir a verla al tiesto con la esperanza de no encontrarla.

Lo que ahora me inquieta es cómo concluir esta prosaica elegía in memoriam de mi amiga la mosca, compromiso moral que asumo, sin que me desconcierte la impertinencia de una mosca yendo y viniendo por la pantalla del ordenador. Ya le he dado dos avisos y va y viene, sube y baja, parece que se va y vuelve, arriba y abajo... ¡Y ya no aviso más, me tiene harto, se va p’al carajo!

Tomo con discreción el periódico enrollado que uso para estos casos y que siempre tengo a mano sobre la mesa, levanto sigiloso el brazo y... sí, justo cuando me dispongo a asestar el golpe, la duda, esa simple interrogante que le abre la puerta a la razón y quedo con el brazo en alto y la amenaza del golpe suspendida. No sé qué hacer. ¿La estampo contra la pantalla? Luego tendría que limpiarla. ¿Espero que se vaya? ¿Qué hago? ¿Le leo sus derechos? ¿La mato o no la mato? Y de improviso, a punto de dar respuesta al primer enigma, de nuevo la duda, la más loca, la más cruel. ¿Y si esta mosca fuera mi amiga? Sí, mi amiga la mosca que, recuperadas las fuerzas y antes de partir ha venido a despedirse. Quizás a ello se deba el que la siga teniendo delante, su empeño por pararse en medio de la pantalla. Y sin embargo, cuanto más la observo más me parece otra, otra mosca. Creo que no es la misma. Ahora se desplaza unos centímetros, en zigzag, se detiene, sigue, se da la vuelta como si me invitara a acompañarla. Tengo la impresión de que esta mosca es más grande que mi amiga y hay una forma de comprobarlo. Solo tengo que ir al balcón y ver si mi amiga sigue sobre los geranios. Es una buena idea pero temo que al levantarme de la silla, tal vez, la mosca podría asustarse y salir por alas, aunque si así fuera confirmaría que esta mosca no es mi amiga porque mi amiga sé que no se movería… ¿o sí?

En cualquier caso no son las únicas moscas en la casa. El último censo registró siete y cualquiera de ellas podría ser la que ahora mismo está plantada en la pantalla. No voy a repetirle lo amplio que es el sofá o lo acogedora que puede ser la cama… y estoy levantando la voz para que me oiga y se avenga a… ¡gritos!

Pero me rindo. No voy a correr el riesgo de matar dos veces a mi amiga. Bajo el brazo enrollado hasta dejar la amenaza en la mesa sin que se mueva la mosca, apago el ordenador, me incorporo y, en ese preciso momento, sale volando y gira una y otra vez alrededor de mi cabeza para acabar zumbándome al oído su repelente aleteo. No hay cosa que más me moleste de una mosca. Se despejó la duda. También el brazo con afortunada precisión. La mosca cayó en la mesa, entre los cables del ordenador y los altavoces. No se movía. Tal vez se había quedado dormida. No quise despertarla, apagué la luz y me fui a acostar.

Pero eso era ayer, cuando maté a la mosca. Hoy, al sentarme frente al ordenador, me he encontrado con la mosca. Y sé que era la misma porque estaba entre los cables y pasaba de uno a otro como si jugara conmigo al escondite. Había dormido toda la noche, se había recuperado del impacto que supongo amortiguaron los cables y amanecía con ganas de vivir. Me conmovió su energía, su ánimo, su espíritu de mosca. La trasladé al balcón, la encomendé a sus alas y la deposité sobre unos geranios.

(Euskal presoak Euskal Herrira/ Llibertat presos polítics/ Altsasukoak aske)