Felipe Campo Remírez
GAURKOA

Pueblos colonizados y movimientos migratorios

Quod genus hoc hominum? Quaeve hunc tam barbara morem permittit patria? Hospitio prohibemur harenae; bella cient, primaque vetant consistere terra! (“Eneida”, I, 539-41, 29-19 a.C; Virgilio.)

«¿Qué linaje de hombres es este? ¿O qué patria es esta que permite tan bárbara costumbre? Se nos prohíbe el refugio de su arenosa costa; llaman a la guerra, y nos vetan asentarnos en la primera tierra que vemos!»

La Eneida” es una epopeya que el emperador Augusto encargó escribir al poeta Virgilio. Su objeto era revestir de un aura mítico-divina el origen de Roma (y por ende de su imperio y del propio Augusto); una ciudad fundada según esa leyenda por el héroe troyano Eneas y su hijo, protagonistas de la epopeya (la petición de Virgilio en su lecho de muerte de que la obra fuera entregada a las llamas –se ignora si ello fue porque le avergonzara haberse prestado a aquella tarea de propaganda, o porque no la considerara de calidad literaria– fue por supuesto desatendida por orden del emperador).

En esos versos citados el héroe y sus compañeros troyanos se lamentan escandalizados por el rechazo que supuestamente habrían recibido a manos de los habitantes de las costas de África a las que ellos habían llegado –tras haber soportado tormentas y penalidades sin cuento– en su épico viaje de huida por mar tras la caída y destrucción de su ciudad a manos de los griegos. He aquí, por tanto, a los míticos fundadores de una ciudad y de un imperio que había sometido bajo su yugo a innumerables naciones, presentados a posteriori en una labor propagandística como desvalidos y errantes náufragos a los que se niega un refugio que no se les debía negar.

Pasando de viajes imaginarios a otros bien reales, son precisamente esos versos de “La Eneida” los que el fraile dominico Francisco de Vitoria cita en su “Relectio prior de indis recenter inventis” (“Primera relección sobre los indios recientemente descubiertos”), dictada hacia 1539, para reforzar con ellos el primero de los «títulos legítimos e idóneos por los que los bárbaros del Nuevo Mundo pudieron caer bajo el dominio de los hispanos»; unos «títulos» que él desarrolla en la tercera parte de la relección. Así, tras haber expuesto en su segunda parte los títulos no-legítimos para esa dominación (lo cual habría sido su forma de reconciliar su conciencia recta con una realidad que le repugnaba), desarrolló en la tercera parte –sin duda bajo la presión del Emperador Carlos V y la jerarquía eclesiástica– todo un rebuscado e insostenible «argumentario» y una serie de ficciones teóricas que «legitimaban» en la práctica lo que él previamente había desautorizado. Concretamente –y en línea con la fantasía desarrollada por Virgilio/Augusto– esos versos son la culminación de toda una exposición delirante basada en la explotación de la imagen mentirosa de unos conquistadores reales presentados como inofensivos y desvalidos peregrinos: «entre todas las naciones se tiene por inhumano el recibir y tratar mal a los huéspedes y peregrinos sin motivo especial alguno, y por el contrario se tiene por humano y cortés el portarse bien con ellos, a no ser que los extranjeros aparejaren daños a la nación»; algo que, según parece, Vitoria no creía que «el dominio de los hispanos» había aparejado para los pueblos, estados y territorios americanos.

Así pues tenemos en ambos casos el ejemplo de dos imperios (y dos emperadores Augustos), ya establecidos por la violencia de las armas y crímenes incontables, que –mediante una operación de mistificación literaria-ideológica– buscan no obstante ser presentados a posteriori como una realidad justa, moral y pacífica. Esto no debería sorprender a nadie puesto que es la «normalidad» misma del imperialismo: absolutamente necesitado de una idealización/sublimación (mejor aún si es de calidad artística) que oculte su génesis y naturaleza criminales; de todos modos, aunque esto sea algo sabido, conviene repetirlo para que esté siempre presente. En cualquier caso, si en algo los versos de Virgilio podrían reclamar autenticidad es en cuanto que ellos expresan el lamento de quienes –aunque sea en la ficción– habían visto Troya, su patria, arrasada por la agresión y habían tenido que huir de ella para salvar su vida; algo que no ocurría en el caso de los conquistadores hispanos y que hace que la utilización de esa cita por Vitoria, para justificar su arribada a América, consista en puro y desvergonzado cinismo.

Por desgracia esos versos en su sentido cabal y honesto cobran una actualidad bien distinta en los tiempos actuales. Las potencias imperial-colonialistas, fundamentalmente europeas, que se han enriquecido explotando y esquilmando continentes enteros; que han causado matanzas de dimensiones antropológicas exterminando razas y civilizaciones y que han desarraigado masivamente poblaciones de otros lugares para esclavizarlas y transportarlas a otros continentes como sustitución para sus genocidios, creando otros nuevos; y que mediante tratados y diplomacia secretos han creado Estados y fronteras artificiales con tiralíneas y cartabón en absoluta ignorancia y desprecio de sus promesas y de los derechos de los pueblos, no contentos con todo ello siguen hoy en día defendiendo sus miserables y criminales intereses y dirimiendo sus diferencias sobre el «teatro de operaciones» de los Estados que esas mismas potencias han hecho inviables, y que gracias a su intervencionismo han devenido en auténticas maquinarias de oprimir a sus propios pueblos, los cuales se ven obligados a lanzarse a cruzar el mar en lanchas. Esas potencias, tras haberse apropiado de las riquezas de países que deberían vivir en la prosperidad que proporciona el trabajo y la vida en paz y concordia de sus habitantes, y haberlos convertido en ruinas, hacen que sean ahora los demás quienes hagan frente a la miseria que ellas han creado para enriquecerse. Nuevamente podemos decir con el poeta inglés: «¡Oh lamentable espectáculo! ¡Oh días sangrientos! Mientras los leones se disputan y se baten por la posesión de sus antros, los pobres corderos inocentes sufren su enemistad».

Esta ola de desgracias y la solidaridad del pueblo vasco hacia ellas: solidaridad forzosamente limitada dados nuestros números y recursos, debe hacernos ver la urgencia de la amenaza que plantea el imperialismo globalizado contra los pueblos y Estados ocupados y colonizados que, por estar privados del control de sus propias fronteras, están inermes ante «la política de las potencias coloniales para circunvenir los derechos de los pueblos coloniales a través de la promoción de la afluencia sistemática de inmigrantes extranjeros y la dislocación, la deportación y el desplazamiento de los habitantes autóctonos» (Resolución 2.105 –1965– de la Asamblea General de las NU). Y que, en estos momentos críticos de disolución de pueblos y de sus Estados, únicamente la aplicación de nuestro derecho de autodeterminación o independencia, junto con la restauración de nuestro propio Estado: el Reino de Nabarra, nos permitirá la protección mínima para garantizar nuestra continuidad como pueblo con nuestro idioma nacional, el euskera. Solamente así, manteniendo nuestra propia personalidad, podremos realizar la aportación generosa que tan presente ha estado siempre en nuestros símbolos más entrañables como lo es el Gernikako Arbola, donde decimos: «eman ta zabal zazu munduan frutua».