Antonio Alvarez-Solís
Periodista
GAURKOA

El invento del miedo

No puedo alejar de mi memoria una frase que destruyó en mí muy rotundamente y para siempre la imagen de la moral institucional española. Una frase que no tuvo la respuesta colectiva amplia y crítica que se merecía. La pronunció, como no, Felipe González, el político al que debería abrirse un gran juicio popular histórico al margen del marco jurisdiccional. Un juicio popular de carácter ético que aclarase la adhesión o la repugnancia de los españoles a este tipo de manifestaciones. España necesita aclararse con ella misma. Creo que deberían irse eligiendo los éforos correspondientes: «El Estado –dijo el Sr. González– también tiene sus desagües». Eran los tiempos del GAL y sus crímenes nunca aclarados. No añado más.

Esta frase ha resumido, en los últimos años de mi vida, la dolorosa reflexión que sobre mi patria natal ha ocupado desde la primera juventud mis estudios morales y políticos. Creí siempre que el mejor servicio que podía hacer a España era seguir, en mi irrelevancia, los pasos de aquellos que se enfrentaron al inmovilismo intelectual, político y religioso que impidió a los españoles convertirse en un pueblo capaz de sostenerse en la historia.

A veces se me ha acusado de desamor a la que natalmente es mi patria. Pero creo que se ama más desde el entregado y honrado servicio a la verdad, sea modesto y sin afán de recompensa, que desde el vocerío vacío de información y repleto de banderas que velan una realidad que destruye todo espíritu de mejora o simplemente de confesión con propósito de enmienda. Escribo estas cosas que suenan tan retóricas para evitar que mi alma se pudra en la cueva en que únicamente pueden vivir las aves que como los vampiros esperan las noches de caza boca abajo.

Dicho todo lo que antecede, que una vejez respetable suele recuperar con la renacida ingenuidad del niño, prosigo con la intención que ha movido este papel que tiene su principio en la enseñanza y obligación de la verdad que nos transmitió don Miguel en el encriptado “Don Quijote” y en un Erasmo que se negó a enseñar en España con unas significativas palabras: «Non placet Hispania». Eran también tiempos peligrosos, pero algunos españoles se unieron a la revolución de la verdad que acontecía en muchas sociedades de Europa para abrir camino a la inteligencia y el enriquecimiento de la libertad. Volvemos a estar en esa difícil batalla.

Durante los últimos días se ha puesto en marcha una cínica mecánica que consiste en poner de relieve un falso miedo contra personas o sociedades dignas a las que se quiere eliminar radicalmente de la acción política haciéndolas protagonistas de una ruda intención criminal detectada en cuatro simplicísimas actividades de protesta. Nada más hipócrita y despreciable. Una pintada se convierte en un crimen; un grito, en un ataque con pretensión sangrienta. Camino de perder escandalosamente la batalla en los tribunales europeos contra el abierto y digno deseo independentista de Catalunya el fracasado juez Llarena, por ejemplo, se ha apresurado a solicitar la mayor protección personal contra unos catalanes que al parecer quieren acabar mortalmente con su «heroica» voluntad de devolver a España su grandeza secular. El «héroe» tiene miedo. Sociedades de jueces y fiscales, y adheridos al espíritu del «Oé oé», se han dirigido con alarma al Sr. Sánchez para que disponga una amplia y tupida protección que garantice la seguridad de este magistrado del Supremo que, sin embargo, sigue participando en cenas y reuniones sociales en tierras catalanas.

Todo este movimiento es escandaloso, espurio y sobre todo de una simplicidad infantil.

En primer término acusa al brillante gobierno socialista de no atender a la seguridad de un alto funcionario judicial que cuenta, juraría, con sólidos y naturales elementos de escolta. Yo esperaba que el alegre ministro del Interior explicara la verdad subyacente a este asunto, pero se conoce que el Sr. ministro tiene otras cosas que cargar a su espalda.

En segundo término me sorprende que un juez del Supremo y su circunstancia hablen de cosas que parecen poner de relieve la existencia de una «ETA» catalana.

En tercer lugar no comprendo que don Pedro Sánchez no aclare esta situación que de ser cierta parecería asunto que justificaría la intervención de los poderosos organismos internacionales.

En cuarto lugar se echa en falta que la cúpula policial aclare su quehacer fundamental de protección y seguridad.

Si de verdad fuera verdad que el Sr. Llarena viviera al borde del abismo, sin protección alguna eficaz, podría aparecer la descabellada posibilidad que alguien deseara esa muerte para cambiar toda política de entendimiento en torno al problema catalán. Pero una acción de tal calibre sólo está prevista en el directorio de la CIA y otras grandes organizaciones de «inteligencia» entre las que no creo que figure el servicio de espionaje español, que ni siquiera ha podido prevenir los asaltos a las alambradas de Ceuta y Melilla para disponer de las fuerzas adecuadas de defensa.

Pero y de verdad, ¿hay alguien que crea que el miedo esparcido sobre la seguridad del Sr. Llarena no es otra chapuza de la política española ahora dedicada al turismo del presidente del gobierno, Sr. Sánchez?

Yo creo que el Sr. Llarena a quien ha de tener miedo es al mismo Tribunal Supremo, por intento de voladura desde su interior.

En definitiva, que podría hablarse de la pobreza de la política española, ya que si estos «descuidos» se producen en torno a un juez encargado de vigilar la unidad española, ¿qué pasará con la seguridad del dinero custodiado en el Banco de España en cuya puerta suele haber un simple guardia civil que parece estar aguardando la hora del relevo?

La ligereza de lo español vive de estas curiosas noticias que sustituyen la verdadera y necesaria reflexión política con estos verbeneros acontecimientos. En los últimos días hemos pasado de la sorpresiva constatación de que se ha quedado pequeño el muelle construido para un gran submarino de la flota a la posibilidad de que los catalanes decidan asesinar a un juez dedicado a meterlos en la cárcel. Nuestra política está sostenida sobre acontecimientos que llevarían a formular fundamentales preguntas de Willy a Mafalda.