Antonio Alvarez Solís
Periodista
GAURKOA

El flautista de Hamelin

En cinco días de viaje ha volado 34 horas para visitar solemnemente cuatro países latinoamericanos. No sé lo que habrá costado a España, tan necesitada de medios para paliar tantas pobrezas domésticas y cumplir con tantos apremios sociales, esta descomunal excursión que no ha tenido otro propósito, según él, el presidente, que la de reforzar la imagen española en aquellos pagos. Es decir, un desfile de pasarela.

Primera conclusión: por costear verdaderas, auténticas y urgentes actividades políticas media docena de líderes catalanes están en la cárcel bajo la delicuescente acusación de malversación de fondos públicos. O sea...

Para ventilar el aire político de aquellos países trasatlánticos el Sr. Sánchez ha dicho esto tan claro: «En Venezuela no se puede decir que hay una democracia cuando hay presos políticos y no se respetan los derechos humanos». Aclaremos: se refiere el presidente español a individuos, relevantes en muchos casos, que fueron juzgados y condenados por los tribunales venezolanos, entre otras cosas por promover actividades armadas y ocupación irregular de instituciones políticas –cosa que ya habían protagonizado en los años del presidente anterior– con resultados de muertes múltiples y profundos daños materiales en los bienes fundamentales de la nación venezolana.

Segunda observación. ¿Hacemos un recuento de lo que afirmo a la vista de los catalanes procesados y encarcelados preventivamente –¡preventivamente!– nada menos que por rebelión y sedición, acusaciones rechazadas de raíz de por varios tribunales europeos? O sea…

Otra frase volandera al calor de este viaje del joven promotor de las nuevas generaciones españolas bien vestidas por fuera y mal acondicionadas por dentro: «Torra trata de homogeneizar a una sociedad catalana que es plural». Real Academia de la Lengua Española: «Homogeneizar: transformar en homogéneo, por medios físicos o químicos, un compuesto o mezcla de elementos diversos». Pregunto: ¿qué elementos físicos o químicos emplea el Sr. Torra para lograr el catalán único en su sofisticado laboratorio? Yo solo conozco un elemento físico capaz de lograr esa homogeneización: la batidora de la Guardia Civil. Y un elemento químico, las leyes urgentes, tendenciosas y posiblemente prevaricadoras que han inundado la sociedad española. O sea...

Ahora una frase al margen del viaje, pero que resume la visión de la Moncloa sobre la resolución del problema catalán. La pronunció Isabel Clará, portavoz del Gabinete de Madrid: «Este Gobierno cree que tiene que haber la suficiente inteligencia en el otro lado como para aprovechar la oportunidad del pasillo abierto en política. Por eso el presidente Sánchez le dice (al señor Torra): «Usted sabe a dónde llevaría el desacato. Trabajamos para desbloquear el conflicto y avanzar». Pregunta aclaratoria: ¿Pueden los catalanes negociar verdaderamente cuando Madrid llama desacato, con su trascendencia carcelaria, a su tarea soberanista? Pues eso.

Cuarta reflexión de este escribidor que ha echado mano de su viejo tratado de lógica estudiada en cuarto de bachillerato a fin de quitarse de los dedos el chicle penitenciario de Clará, que salta de un dedo a otro cuando uno quiere librarse de él: si uno sabe ya a donde lleva la repetición de la solicitud catalana, entiende que la verdadera inteligencia política aplicable a la cuestión consiste en que los catalanes salgan como rayos hacia la frontera.

Madrid entiende que no todos los catalanes piensan lo mismo sobre su independencia, razón que acepta el president Torra y que por ello brinda a la Moncloa la solución luminosamente sencilla de un referéndum, que constituiría la «oportunidad que hay que dar a la política» según el elegante viajero que ha salido del aeropuerto «Adolfo Suárez» en una larga gira de otoño para explicar lo que es ese gran invento de «una nación de naciones», como dicen algunos brillantes expertos de la actual Universidad tan escasa de talento, sexadores que han logrado dar con una gallina que es capaz de producir huevos con cuatro yemas.

El señor Rajoy, con su infinita vanidad española, ha dado paso a un flautista de Hamelin que lleva tras sí a todos los ratones del país convertidos en «los hombres del mañana», como se decía en tiempos del que traicionó tres veces la bandera a la que había jurado fidelidad, previa la eliminación de sus compañeros que sirvieron a la Constitución republicana destinada a convertir a los españoles de granja en dignos habitantes de un país con derecho a la cultura, a la dignidad de una verdadera coexistencia y a la libertad de ser ellos mismos.

Lo que más dificulta la solución de este embrollo español no reside en la atadura constitucional, ya que al fin y al cabo la Constitución es una ley perfectamente sustituible por otra ley del mismo rango. Bastaría aprobar un texto distinto mediante la oportuna consulta a la ciudadanía. Lo que realmente hay que aclarar es como podrían subsistir la mayoría de los territorios que forman el grueso de la españolidad sin el 35% de la riqueza global que aportan Catalunya y Euskadi al Estado de Madrid. Ahí está el quid de la cuestión. Sólo un puñado de provincias españolas podrían subsistir por su cuenta. Eso es lo que hay negociar, pero no desde esa miserable forma del federalismo socialista, que consiste en un mercado de cargos municipales o autonómicos.

¿Es posible esa negociación que señalo para salir del problema catalán? Es posible. Le derecha vasca ya roza de alguna manera esa orientación con su «cupo», con el que compra al Estado español determinadas cosas –entre ellas la libertad protegida para su banca. Pero esto constituiría otro relato distinto al presente–.

Una Catalunya independiente podría constituir un apoyo muy beneficioso para España, sobre todo teniendo en cuenta el papel que a mi parecer está reservado a Catalunya cuando empiece a resolverse el problema que tiene en stand by la ribera del Mediterráneo. El norte y el centro de Europa tienen perdida la partida de la globalización, que hoy es un negocio averiado a repartir entre Rusia y Estados Unidos. Inglaterra ha visto claramente esta deriva histórica y ha procedido a reinventar algo parecido a una Commonwealth bajo la sombrilla de evitar la explotación de una serie de pueblos por los dos bloques dominantes.

Europa, la Europa clásica, la del centro y la del norte, va a distanciarse crecientemente del Mediterráneo, que siempre ha sido el mar de Catalunya ¿Ve Madrid el beneficio que le supondría una íntima relación con una Catalunya soberana, libre de movimientos? Y ante esa posibilidad ¿vale la pena regresar al «medievalismo» del 155 y a una política carcelaria condenada por Cervantes a comienzos del siglo XVII?

Piense en ello el Hamelin socialista que anda por ahí tocando una flauta de pobre.