Víctor ESQUIROL
«Angelo»

El continente salvaje

Puede que el nombre de Markus Schleinzer no haga sonar demasiadas alarmas, pero lo cierto es que sin él no puede entenderse la carrera de algunos de los pesos pesados de la cinematografía germánica moderna. Así, es habitual verle ocupando cargos de peso (como el de director de casting) en producciones de Jessica Hausner, Ulrich Seidl o Michael Haneke.

Hombre de confianza; hombre en la sombra al que, no obstante, le gusta salir a la luz de vez en cuando. Hará siete años, tuvo el honor de colocar su ópera prima como realizador ni más ni menos que en el Concurso por la Palma de Oro de Cannes. Con “Michael”, retrato del día a día de un pederasta, apuntó maneras (tanto desde la escritura como desde la puesta en escena) que mucho recordaban a las enseñanzas de los maestros con los que había colaborado.

Ahora, con “Angelo”, su segundo largometraje, muestra síntomas de emancipación, concretando una de las apuestas más arriesgadas de este Zinemaldia. La historia, ambientada en el siglo XVIII, nos habla de un niño africano que es arrebatado de su familia y su tierra a la tierna edad de 10 años, y es mandado a Europa, para servir como criado en la corte de la nobleza ilustrada alemana.

El director y guionista, muy cómodo en estas funciones, divide la narración en capítulos y opta por un realismo histórico que, no obstante, es dinamitado, al principio y al final, por una serie de elementos descaradamente anacrónicos.

La introducción de elementos actuales en el mundo pasado nos habla, obviamente, de unos errores (los de nuestros ancestros) que se repiten. Schleinzer destapa las vergüenzas morales de un continente que, autoerigiéndose como luz de la civilización, se hunde en la barbarie. Cine de bella filmación, lastrado por una narración plomiza, pero elevado por un espíritu crítico incorruptible y, claro, doloroso.