Koldo LANDALUZE
OREINA

La mirada inerte

Koldo Almandoz ha apostado por una economía de palabras extrema. Quizás este sea el reto principal que plantea en un filme que, dicho con todo el respeto, me parece todo un homenaje al cine vasco de los 90.

En “Oreina” no topamos con elementos rupturistas, sino más bien todo lo contrario. Lineal y respetuosa con los tiempos, el metraje transcurre calmo y sin alteraciones, como el recorrido en motocicleta que protagoniza el joven Khalil en la escenografía cambiante que transita a orillas de las marismas del Oria. En mitad de esta ruta se asoma la disputa silente de dos hermanos, el interpretado por Ramon Agirre ejerce de profesor universitario en París y el que le corresponde a Patxi Bisquert asume el rol de un superviviente nato que sobrevive de la caza y pesca furtiva.

Se sabe que el primero vive apartado de la vida académica por un asunto de acoso –se deja escuchar en una conversación telefónica– y el segundo encuentra alguno de los escasos momentos en los que asoma la palabra –o la confidencia– para recordarle a Khalil que una vez estuvo en la cárcel. Nunca sabremos con exactitud los motivos por los que los hermanos mantienen un desencuentro que, solo tal vez, fue captado por la mirada de un ciervo disecado. Un elemento inerte que nos recuerda aquella otra mirada testimonial de las “Vacas”, de Medem. En “Oreina” jamás encontraremos la explosión entre los dos hermanos distantes que comparten el mismo techo, tan solo apuntes de dos vidas bifurcadas. Mención especial merecen la secuencia de la sala de cine que protagoniza Agirre y el gran acierto de recuperar la poderosa presencia de Bisquert.