Gloria LATASA
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Borrascas de gran impacto

Un vistazo al pronóstico de Aemet para el pasado domingo mostraba que se preveían los siguientes fenómenos significativos: «Posibilidad de precipitaciones fuertes y/o persistentes en el Cantábrico oriental, Pirineos, Cataluña e isla de La Palma. Intervalos de viento fuerte en el Ampurdán, en el bajo y medio Ebro y zonas altas de Tenerife. Descenso significativo de las temperaturas en el norte y centro de la península». La situación daba lugar a –entre otras– alertas amarillas por lluvias en Gipuzkoa y norte de Nafarroa y por fenómenos costeros en el País Vasco y Cantabria.

En el mapa del tiempo de superficie se podía apreciar la presencia de un anticiclón de 1028 mb al NW y una borrasca de 1016 mb en el centro de Francia. Entre los dos se encargaban de enviar aire del norte –frío y húmedo– hacia la península. También aparecía otro ciclón al W, muy lejano, el famoso huracán Leslie (bautizado por el Centro Nacional de Huracanes de Miami, convertido en tormenta tropical, y «estancado» en el Atlántico). Pero volvamos a la baja presión cercana, la que nos afectaba, la que contribuyó al mal tiempo en el Cantábrico oriental. ¿Por qué no tenía nombre? Porque no cumplía los requisitos para ser una borrasca de gran impacto. Para ello es preciso que se prevean fuertes vientos, con avisos de nivel naranja o rojo (en el caso de Aemet, con rachas máximas superiores a 90, 100 y 110 Km/h según zonas), pudiendo llevar asociados otro tipo de fenómenos adversos (costeros, lluvia, nieve…).

Para que una borrasca sea considerada de gran impacto y se le ponga nombre no es necesario que sufra un proceso de ciclogénesis explosiva (caída de la presión de entre 18 y 20 mb en 24 horas); basta con que se profundice de tal manera que pueda producir daños en bienes y personas. Tampoco se tienen en cuenta los avisos meteorológicos asociados a vientos locales (cierzo, tramontana, levante…). En cualquier caso (lo hemos visto en el Mediterráneo) puede no haber un aviso por borrasca de gran impacto pero sí tiempo adverso producido por otro tipo de situación meteorológica.