Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «La buena esposa»

La gran mentira

La sutileza gobierna en cada uno de los recovecos de este excelente drama rodado con precisión por Björn Runge. “La buena esposa” es uno de esos filmes que funciona en la distancia corta de los personajes, un elemento dramático lindante a lo teatral,  una herramienta muy cinematográfica con la que se pretende dejar a los personajes atrapados en un espacio que amenaza con asfixiarlos.

De todo ello hay, y mucho, en esta radiografía íntima de un secreto silente que cada vez que asoma en la trama adquiere las dimensiones de un cuchillo muy afilado y ejemplo de ello es el sobresaliente duelo interpretativo que comparten Glenn Close y Jonathan Pryce, los cuales dan vida a un matrimonio que en el otoño de sus vidas recibirán una llamada telefónica que trastocará para siempre la gran mentira sobre la que cimentaron su relación sentimental. A Pryce le corresponde el rol de un célebre escritor que ha sido elegido para recibir el Nobel de Literatura, mientras que Close –en el arranque del filme– se amolda con precisión a ese nefasto arquetipo que dice que “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”. En realidad, el guion de Jane Anderson –basado en la novela firmada por Meg Wolitzer– lo que pretende mediante un tacto exquisito e implacable es dinamitar semejante aberración que limita el papel de la mujer al de mero florero decorativo.

A medida que avanza el metraje asistimos al derrumbe de una gran mentira y la vindicación de una mujer que se ahoga en el ingrato ostracismo al que ha sido relegada.

El magnífico recital interpretativo de Close adquiere sus mejores momentos en los que la cámara capta con precisión la soledad y furia que anidan detrás de su constante sonrisa complaciente y resume a la perfección los síntomas que padece quien es sabedora de un gran secreto que nunca revelará y que amenaza con borrarla definitivamente.