Carlos GIL
Analista cultural

Por la contradicción hacia la subvención

Todos los que defienden de manera apasionada la economía de mercado, la liberación de los precios, los que proclaman a voz en grito su animadversión contra la economía regulada y la Cultura como bien democrático y protegido, acostumbran a ser aquellos que viven directa e indirectamente de los presupuestos generales en todas sus variantes. Funcionarios, productores del pesebre, actrices de la simbiosis gobierno-televisión o distribuidoras que se consideran independientes.

Seamos serios, admitamos la contradicción en su justa dimensión, y digamos que no existirían las Artes Escénicas sin las ayudas diversas de las instituciones públicas. Desde las ayudas a la producción, a los presupuestos de los teatros que los programan, todo está subvencionado o protegido. Incluso en las programaciones que se definen como comerciales, siempre aparecen diversos logos que demuestran que han recibido ayuda para que existan. Y si se programan en espacios de exhibición pública, ahí hacemos del pan unas tortas. El dinero público se vuelve privado, las entradas se vuelven reguladoras de un mercado que más es una formulación ideal que una realidad tangible. Sí, existen teatros, producciones sin excesivas ayudas públicas, pero es en grandes ciudades y con musicales o similares. El resto, todos chupan de la misma teta. Algunos defendemos esta opción sin enmascararnos. Otros quieren ser lo uno y lo otro a la vez.