Soledad Vallejos
ASTELEHENEKOA

El abogado en el conventillo

Usa la estrategia de conventillear: no importa la verdad sino quién cacarea más fuerte. Porque la verdad es aburrida. Es triste, dura, incómoda. Puede tener tiempos largos. En un proceso judicial, por ejemplo, hasta llega a tener tiempos muertos, porque la burocracia, la feria, los pasos necesarios y legales, así lo imponen. (¿No nos gusta decirle «verdad»? Podemos llamarlo información, datos, certezas, leyes. Lo que no podemos es ningunear que de eso se trata.)

Pero porque muchas veces (sino todas) la verdad no necesita gritos ni subrayados ni dramatismo, lo que retumba es lo otro.

Quizá sea un poco el clima de época: en los programas de panelismos no gana el que tiene el dato preciso sino el que encarna mejor las reglas del show y sobreactúa lo suficiente; en un debate político se da por campeón al que chicaneó mejor; en muchos trabajos, la pega el que sabe venderse, aunque no sea el mejor en su área.

El caso es que al mecanismo los guardianes del machismo lo conocen.

Y entonces ahí lo tenemos: alguien filtra audios en los medios para atacar a una víctima que tuvo la fuerza para volverse sobreviviente (y la compañía de sus colegas, para convertir eso en hecho político), el abogado de apellido gerundio bravuconea y, al tiempo que fogonea ante los micrófonos (pero no en sede judicial) el «testimonio», insinúa que eso puede desacreditar una acusación que se ganó legitimidad a fuerza de pasos bien dados (primero, los tribunales; luego, la esfera pública). Los guardianes del machismo conocen bien el resorte del conventillo: azuzan a los mismos que lamentaron que Thelma Fardin contara públicamente la denuncia (y que se preguntaron qué pasaría con el pobre Juan Darthes, acusado de violar a una chica de 16) para que ahora corran a creerle a cualquiera que públicamente eche sospechas sobre la palabra de la denunciante. Ni siquiera necesita algo parecido a un dato, basta con agitar una impresión, una creencia. Cuanto más íntimo sea el detalle, más permita convertir en show lo político y desacreditarlo, mejor. Esto se juega en los tribunales, pero también en público. Es viejo como el machismo: a ver si el peso del morbo ajeno disciplina a la víctima para que deje de protestar. Qué es eso de intentar defenderse.

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