Antonio Alvarez-Solís
Periodista
GAURKOA

Sueños

He seguido con mucha esperanza el incremento de los ingresos que ha proyectado el actual Gobierno a fin de convertir a España en un país próspero y con un futuro sólido, al menos en un plazo de treinta años, que es el tiempo que transcurrirá para las próximas elecciones.

Las partidas están expresadas con una nitidez impecable. Si se contienen las pensiones y se fiscalizan, especialmente los días bisiestos, gravándolos como debe ser; si se igualan todos los salarios con un límite que no supere al salario base, se crean impuestos sobre toda una serie de consumos y actividades tan pródigas como mear en los aviones –práctica que está arruinando el Plan Badajoz–; si se fija el impuesto sobre el consumo de vegetales –que no afectaría a toda la col sino a las hojas sueltas; hoja por hoja–, se subiera el precio de los ordenadores infantiles y se limitara su utilización durante el horario escolar y hasta los cuarenta años y se procediera, en fin, a gravar la multitud de actividades que suponen una crecida inversión pública, como andar los peatones sobre el asfalto –que ya está lleno de agujeros– llegaríamos a disponer de unos presupuestos que obligarían a gritar patrióticamente en las manifestaciones populares algo como esto o parecido: «¡Queremos más diputados porque hay que crear puestos de trabajo para los parados!». Con tres millones de legisladores el panorama laboral tendría otras perspectivas mucho menos catastróficas y el Parlamento sería un remedio prácticamente definitivo.

Pero todo requiere un esfuerzo revolucionario por parte de la ciudadanía, sobre todo de los jóvenes, cuya vida debe ser regida por un Ministerio nuevo con delegados y subdelegados, delegadas y subdelegadas, jefes y jefas de gabinete en todas las autonomías.

Un grupo de economistas que se formaron en la izquierda dura y que ahora trabajan por la mañana en la Comisión del Mercado de Valores, se reunieron en mi casa para explicarme el plan del Gobierno de Sánchez, que era hasta ahora profundamente «populista» y que por fin ha descubierto el talento que hay en la Moncloa, donde medita a la sombra de los ciruelos enanos que plantó Felipe González.

Este nuevo rumbo ha evitado, entre otros inconvenientes, que los bancos tengan que devolver gran parte de los sesenta mil millones que les facilitó Rajoy para salir de un apuro que ponía en peligro la Bolsa. Nada menos que la Bolsa ¿Saben ustedes lo que guarda la Bolsa para estimular la realidad? Por eso el Sr. Junker dijo en Bruselas en un día despejado –él, no la Bolsa–: «¡La Bolsa ni tocarla!», cosa que defendieron a ultranza varios miles de europeos.

«¿Usted dejaría que le tocaran la Bolsa?», me apremió una chica que lleva mi pensión en el banco donde la custodian. «Hombre, yo ya soy muy mayor...», le dije preventivamente.

Aunque lo cierto es que de mi modesta cuenta bancaria desaparecieron trescientos euros que mediante la falsificación de una tarjeta que me dieron en la entidad financiera de que hablo fueron a parar a Thailandia, donde trescientos euros allá son una fortuna, sobre todo reducidos a pesetas de las de antes y no a los «duros sevillanos» que falsificó un gitano del Guadalquivir que quiso modernizar la leyenda que aureolaba patrióticamente nuestra divisa –«Don Alfonso XIII por la Gracia de Dios»– y la elevó con un significado más rotundo: «Don Alfonso XIII, por la gloria de mi padre».

Aquellos duros, que eran integralmente de plata, sin ninguna aleación protectora, llegó a pagarse a veintidós reales en lo que hoy se conoce como la Unión Europea.

La Guardia Civil andaba todavía por el campo y no mantenía el orden en lugares tenidos por civilizados. Era simplemente una guardia rural. Como escribió Lorca en su romance «Verde, que te quiero verde,/ Verde viento, verdes ramas./ El barco sobre la mar/ y el caballo en la montaña./ Verde que te quiero verde bajo la luna gitana».

Yo procuro escribir culto porque he hecho un master en la Universidad para convertirme en un emprendedor responsable. Tanto es así que he reunido a otros tres amigos y hemos decido abrir en la Castellana de Madrid una «Tienda de Pedir», cuyos beneficios irán a parar íntegramente a mejorar el «Reino de España», el gigantesco avión en que hace sus viajes correales el actual jefe del Gobierno, que no se resigna a ir inaugurando trenes de alta velocidad entre Badajoz y Cáceres, o León y La Bañeza, ni aeropuertos como el de Castellón, cuyo controlador de vuelos grita desde la torre a su madre, cada vez que aterriza un aparato: «¡Madre, ya tenemos otro! ¡Que se preparen los de Valencia!».

El país ha cambiado mucho desde que llegó al poder el socialismo, que siempre está de pie sobre él, cosa que también hizo el Sr. Rajoy, pero no de pie, sino sentado. Yo me pregunto si los que hacen cola frente al INEM no meditarán sobre estos avances, ya que les sobra el tiempo. Si meditaran sabrían que sus nietos podrán ya levantarse a las seis de la mañana para ir a la fábrica, por ejemplo en Palencia, donde quizá vean el luminoso anuncio que identifique a la factoría: «Royal Factory of Sanwiches of Pig Ibérico Co.». Decididamente el futuro de España seguirá yendo por esa vía. Según un dirigente del Partido Popular tendrá que funcionar a toda biela la hispanidad, que tiene seis mil años de antigüedad. Ser español es tener fe y según el catecismo del Padre Ripalda: «Fe es creer lo que no vemos».

El problema está en una verdadera simpleza: ¿Cuándo todos hablemos inglés cabremos en Gibraltar?

España es uno de los grandes enigmas de la historia: somos tribales, pero con un verdadero entusiasmo unitario; somos ingeniosos, pero con muy poca afición al pensamiento; tenemos grandes soldados, pero hemos perdido todas las guerras importantes; escribimos atractivamente, pero luego entendemos mal lo que escribimos; somos austeros, pero tenemos el mayor número de tabernas en la Unión Europea; somos de un catolicismo acérrimo, pero no vamos a misa…En el fondo ¿qué nos pasa? Ortega lo definió con una absoluta precisión: «Nos pasa que no sabemos lo que nos pasa». Quizá los de Vox constituyan una esperanza. Pero cada vez que se ha intentado una revolución social los ideológicamente afines a Vox se alinean con los de enfrente… Puede ser que tengamos realmente seis mil años y no estemos ya para nada.

Cuando desperté eran las cuatro de la tarde.