Iñaki Egaña
Historiador
GAURKOA

La cara oculta de la luna

Llegó una nave espacial china y se posó, por primera vez en la historia de la humanidad, en la cara oscura de la luna, aquella que no es perceptible desde nuestro planeta. Al parecer, el relieve y las características son similares a los de la cara que brilla para nosotros y nuestros poetas, con esa luz tenue que nuestra lengua la convierte en luz de muertos. Ya han anunciado desde Beijing que en esa cara oculta de la luna han surgido las primeras semillas de algodón, precisamente la misma planta que provocó la mayor transformación en la crónica social humana, desde la regeneración del esclavismo hasta el inicio de la industrialización.

La metáfora de la llegada al semblante desconocido de nuestro satélite y el brote de algodón, ahondan en el recorrido previsto para las próximas décadas, en el hecho de que, para la gran mayoría de nosotros, el futuro sea sumamente incierto, y que, para unas determinadas élites, que probablemente no sean las económicas clásicas, aunque no me cabe duda de que surgirán unas nuevas al hilo de esa transformación, no lo es tanto. Hay una hoja de ruta diseñada, que por su complejidad nos es ajena, pero que está por llegar, más pronto que tarde.

En el último mes del año pasado, “Le Monde diplomatique” alumbró un inquietante artículo, de la pluma de Julite Faure: “El cosmismo, una antigua idea rusa para el siglo XXI”. El inicio del citado artículo se asienta en la apertura del Centro Panruso de Exposiciones, una especie de parque de atracciones, con numerosas salas dedicadas tanto a reflejar el pasado como el futuro. En síntesis y según la autora, la mezcla de la ortodoxia religiosa y política rusa tradicional, se funde con la perspectiva de un futuro dominado por robots de todo tipo. Artistas que pintan como Picasso, trovadores que recitan poemas de Pushkin, violinistas que reproducen a Chopin…

Estas sugerencias, nada lejanas a las que vamos observando a nuestro alrededor, más en las noticias especializadas que en la vida cotidiana, nos trasladan a un mundo cercano que hasta hace bien poco era lugar exclusivo de la ciencia ficción. Pero la ficción ya se ha adueñado de nuestros escenarios. Retrocedemos a relaciones de poder medievales, mientras que los algoritmos se han adueñado de nuestra existencia. La inteligencia artificial ha entrado para provocar la mayor transformación jamás conocida por la humanidad, más allá de que nuestras relaciones hayan retrocedido a los tiempos oscurantistas, de nuevo la luna oculta, del medioevo. El neoliberalismo, ese magma socio-económico que nos ha arrastrado hasta el siglo XXI con las desigualdades sistémicas acentuadas, ha abierto las puertas al neomedievalismo.

Y esa es una percepción real. El auge del hecho religioso, de la llamada ultraderecha, de la contracción de las libertades individuales y colectivas, del fracaso de procesos revolucionarios ilusionantes, incluso la galopante desaparición de conceptos liberales como los derechos humanos, nos trasladan al pasado. La paradoja se acumula en el escenario, dominado por un complejo técnico indomable. Y quienes posean las teclas de esa técnica que ya avanza a pasos agigantados, serán los nuevos amos del planeta.

Me dirán que la interpretación es tecnófila y errónea. Cuando abro el ordenador, sin embargo, y compruebo hasta qué punto han llegado los algoritmos a conocer lo más hondo de mi personalidad, a través de anuncios virtuales en la prensa que destapo cada mañana, en las sugerencias de lecturas o de viajes, sin más información que la recogida de datos a través del teclado, me refuerzo en la misma. De ahí a inducir y transformar mi propia personalidad, solo queda un paso. La línea roja ya ha sido traspasada.

Hasta ahora teníamos la impresión de que los hologramas y la realidad virtual nos acompañaban en nuestros movimientos y que se harían con el futuro más cercano. Sin embargo, estoy convencido que estas tendencias se verán pronto superadas. Las revistas especializadas emiten multitud de señales relativas a un futuro distinto. La eternidad se acerca y la fecha de caducidad desaparecerá en las siguientes generaciones. A lo mejor somos la última.

Especialmente inquietante me ha parecido el proyecto liderado por Dimitry Itskov y su aplastante lógica. Tecleen su nombre en los buscadores y encontrarán los detalles. En lo fundamental, y es notorio que como el de Itskov hay decenas de proyectos desperdigados por laboratorios estatales y privados, la propuesta nos anuncia el traslado de recuerdos, conciencia, conocimientos… de un humano a un avatar.

Simplificando. Conceptos como ingeniería genética, neurociencia, prótesis neuronales se han adueñado del diccionario. El médico sudafricano Christiaan Barnard pasó a la historia por haber realizado el primer trasplante de corazón. De una joven fallecida en accidente de circulación a un enfermo de diabetes desahuciado. Aquella puerta abrió otras miles. En esta ocasión, sin embargo, los trasplantes previstos son radicalmente distintos. La masa gris del cerebro humano hacia un androide, es decir a una máquina. En breve conoceremos el éxito de alguno de esos experimentos que de seguro ya se están realizando, como en 1967 supimos el del doctor Barnard.

La primera fase ya concluye. Se puede controlar un androide desde nuestro pensamiento. Son las joyas de las ferias especializadas, los proyectos más secretos de los ejércitos que se reparten el planeta. Ahora se anuncian los trasplantes de masa gris de personas fallecidas a robots. Lo han hecho ya en laboratorios. Y en el momento en que el umbral de aciertos permita avanzar, el resto se deslizará a una velocidad de vértigo. Los avatares humanos competirán con la inteligencia artificial. Una competencia desigual a favor de la segunda pero que permitirá alumbrar las citas bíblicas sobre la eternidad.

En este escenario, el valor humano de la vida tendrá diferentes escalas. Miles de millones de hombres y mujeres desaparecerán para siempre, y la humanidad se convertirá en una élite donde la acumulación de comportamientos, conductas y culturas milenarias apenas tendrán cabida. Aun así, y me reafirmo en mi impresión, las relaciones serán neomedievales.

Esta reflexión me lleva a otra también inquietante. Se nos agota el tiempo de nuestros proyectos de liberación, tanto en Euskal Herria como en el planeta. Hace tiempo que surgieron programas integradores, desde el Socialismo del Siglo XXI, hasta la formulación de una nueva Internacional, al estilo de las cuatro históricas. Pero los tiempos se comprimen y, llegado el momento, nos arrastrarán como una gran inundación. No habrá barcas del Noé para todas y todos.

Por eso necesitamos una aceleración en nuestras propuestas integrales. No soy un vidente, of course, pero intuyo, como tantos otros, esa transformación que llega. Me puedo equivocar y, en ese caso, la hemeroteca hará de mis letras un amasijo de incongruencias, provocará un sinfín de chirigotas. Pero déjenme, al menos, señalar que la vida, la humanidad, el homo sapiens, en definitiva, corren peligro.

Por ello, avancemos con celeridad en toda esa reivindicación cuyas plasmaciones siguen pendientes. Nuestro país, Euskal Herria, rechina entre una Francia republicana y una España monárquica que apestan. Nuestras sociedades siguen regidas por machos alfa que imponen su modelo de relaciones, desde el hogar hasta las empresas, pasando por los juzgados. Nuestro medio está atravesado por el asfalto, las diferencias sociales son cada vez más profundas.

No tengo ni más remota idea de lo que va a ocurrir en 2025 o 2045. Sigo sin conocer los detalles de la cara oculta de la luna, a pesar de la nave espacial china que nos informa de que todo sigue igual. Pero sí deseo llegar, mis descendientes biológicos y comunitarios al menos, a esas fechas, con las ecuaciones actuales resueltas. Porque entonces, llegarán otros combates de unas magnitudes descomunales.