La mayoría de los países de la Unión Europea decidieron ayer avalar al jefe de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como presidente interino de Venezuela. A pesar de ello, la UE fue incapaz de acordar una declaración conjunta. De momento solamente Italia y Grecia –a pesar de la distancia ideológica entre ambos gobiernos– han decidido mantener una posición coherente con la no injerencia y el derecho internacional. Incluso la ONU se desmarcó de cualquier mediación, lo que da idea del tremendo deterioro que está sufriendo la diplomacia internacional con este intento de golpe de Estado.

La UE ha perdido una oportunidad para mantener una posición propia que le permitiera liderar un proceso de diálogo en la búsqueda de una solución política. Y lo ha hecho precisamente cuando había margen para ello: la disposición de Maduro a convocar elecciones legislativas, la propuesta del expresidente de Uruguay, José Mujica, y la posición de Italia y Grecia. En lugar de eso, ha decidido alinearse con la conspiración liderada por Washington para derrocar al presidente, Nicolás Maduro. Y en ese escenario, el Gobierno español pugna por erigirse en el líder de la reacción –y el Ejecutivo de Urkullu le secunda en la tarea–, desperdiciando su influencia histórica en la zona y la cercanía ideológica del PSOE, que ha tenido al expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, involucrado en la mediación. Un abandono que quizás tenga que ver con la necesidad de apoyo europeo para solucionar los propios problemas internos, especialmente Catalunya.

La decisión de la UE echa más leña al fuego, al tiempo que bloquea cualquier salida constructiva y dialogada en Venezuela. Y lo más grave: renuncia a desempeñar un papel propio en el tablero internacional, encadenándose a las fuerzas más reaccionarias, autoritarias y militaristas. Esa posición cobarde asesta además un golpe de consecuencias inciertas a la diplomacia internacional como institución para la resolución pacífica de conflictos.