Víctor Moreno
Profesor
GAURKOA

¿Cultura, dice usted? ¿Qué cultura?

Cultura, como palabra abstracta, es muy escurridiza. Nadie es capaz de concretar el alcance semántico que tiene en la vida corriente. Y, si le añadimos un adjetivo, entonces su significado alcanza dimensiones ilimitadas: cultura libertaria, republicana, feminista, socialista, vasca y española. Recuerdo que en un debate alguien dijo que «la cultura, si no es revolucionaria, no es cultura». ¿Lo es? Habría que saber qué alcance cognitivo se da a ambos términos. Idéntica extrañeza se experimenta cuando alguien habla de «cultura con mayúsculas». ¿No es lo mismo que la cultura con minúsculas?

Soslayaré lo que en política parece entenderse por cultura. Cultura y política llevan tiempo aspirando a ser el oxímoron de la época, una excelsa contradicción. ¿Cuanto menos culto es uno, más posibilidades tiene de medrar en política? No sé, pero el caso del presidente de la Junta de Andalucía podría ser canónico; lo mismo que el del PP, que confunde hacer másteres, sin haberlos cursado encima, con cultura académica y que por utilizar la palabra felón –típica del poema de Mío Cid y de los dramas de honor del siglo XVII– se piensa que es un ilustrado, cuando solo demuestra que el tiempo en que debería haber vivido es en la época del conde Lucanor.

Hay escritores, como T. S. Elliot, que en los 50 escribió “Notas para una definición de la cultura”. Además de hablar del abuso del término “cultura”, convertida en portavoz de todos los sentidos y de ninguno, añadía: «Es de justicia añadir que por lo que se refiere a decir disparates acerca de la cultura, no hay diferencia alguna entre políticos de una facción u otra. La carrera política es incompatible con la atención que requiere utilizar los significados exactos de las palabras en cada ocasión».

Luego aseguraba que cultura era «todo aquello que hace de la vida algo digno de ser vivido». Pero, más que aclarar, confundía, porque cada persona quema incienso en un altar particular. Miedo da pensar en «todo aquello» que los de Vox cifran como lo más digno de ser vivido: ¿la caza, los toros, el belén navideño, la Falange?

La palabra ha sufrido una desfloración bárbara. Y no se sabe muy bien si la sabiduría de los antropólogos y etnógrafos ayudaron a decantar su definición. Porque, si los actuales periodistas hablan de la cultura de la sopa de ajo o del gazpacho, aquellos establecieron que era la suma de creencias, conocimientos, lenguajes, costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco existentes en una sociedad. Es decir, hasta estornudar era cultura.

El fenómeno sociológico que favorece está confusión, quizás, proceda del contexto en que vivimos, donde actualidad y realidad se identifican; lo mismo que cultura con conocimiento, erudición, pasapalabra y boom. La actualidad en pelo cañón no es cultura. Sería, como señalaba Bauman, «cultura líquida», algo que se disuelve como pastilla de alka-seltzer en un vaso de agua. No deja poso. Solo, y a veces, una mancha. La gente que se alimenta mentalmente con los fogonazos de la actualidad tiende a moverse en la dispersión; sin mirar: solo ve. Oyendo, pero sin escuchar.

La cultura pasa por canales interiores reflexivos del sujeto. Exige análisis, silencio, dialéctica con las ideas asentadas y con las nuevas para pasarlas por el cedazo de la crítica. Cultura es actividad rumiante.

La cultura no es conocimiento sin más. No lo es, si queda reducida al dato, a la fecha, al hecho sin contexto, a la palabra sin su análisis. La cultura es activa roturación de los conocimientos, estableciendo entre ellos analogías, comparaciones, valoraciones, y así integrarlos en una perspectiva abierta, dialéctica y crítica.

El conocimiento es dato, memorizado o no. La cultura es cultivo del dato memorizado, es decir, analizado y comparado, englobado en un marco general de conocimientos, a ser posible interdisciplinares. Los conocimientos no estorban, pero sirven de poco –o de mucho si vas a “pasaboom”–, si el sujeto no organiza con ellos una “casa mental” donde procesar la actualidad y la realidad, analítica y críticamente.

Si hay un adjetivo que cuadraría bien con cultura sería el de inútil. Inútil en el sentido que le da Nuccio Ordine en su libro “La cultura inútil” (Editorial Acantilado) y que animo a leer, porque, mira tú por dónde, pienso que leer un libro, comprenderlo e interpretarlo, criticarlo y recrearlo, se acerca bastante a lo que podría entenderse como actividad culta.

Felizmente, la palabra cultura no pertenece a nadie, ni a gente de izquierdas, ni de derechas, progresistas o conservadoras. No es patrimonio exclusivo ni excluyente, ni individual ni socialmente.

Quizás, una manera higiénica de acercarse a la palabra cultura sería pensarla en la perspectiva de lo que hace contigo y lo que tú haces con ella.

A fin de cuentas, ¿qué sabemos de lo que es capaz de hacer la cultura de nosotros y de la sociedad? ¿Nos hace más libres, más felices, más generosos? Cuando un novelista comete un crimen, ¿en qué lugar deja aquella inmensa cultura que aseguraban los especialistas que poseía?