Agustín GOIKOETXEA
BILBO
Elkarrizketa
JUAN CUATRECASAS
PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN INFANCIA ROBADA

«Hay que fijar controles externos para desplegar las 21 medidas»

Juan Cuatrecasas atiende a GARA desde Roma, donde sigue la cumbre convocada por el Papa Francisco para abordar la cuestión de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica. El padre de la víctima de Gaztelueta no se muerde la lengua.

No lo hizo en la dura y prolongada batalla para que se juzgara a un exprofesor del Colegio Gaztelueta que abusó de su hijo y tampoco ahora como presidente de la asociación Infancia Robada. En los previos, dejó clara su posición al manifestar que las víctimas de la pederastia «estaban limpiando la porquería de la Iglesia cuando es ella la que debería liderar esa lucha». Hasta mañana se mantendrán vigilantes en Ciudad del Vaticano, donde aguardan las conclusiones de esta cita histórica. Defiende que cualquier intento de acabar con esta lacra pasa por dar voz y escuchar a las víctimas en vez de acallarlas y encubrir a los pederastas.

«Pedimos perdón por los abusos cometidos contra niños por parte de pastores y fieles de la Iglesia», ha dicho la Conferencia Episcopal Española. ¿A qué le sabe esta petición a las puertas de la cumbre de Roma?

Me sabe a verborrea gratuita sin fondo ni prolongación. El perdón por sí solo no sirve ni siquiera en la fe católica, menos aún en un Estado de Derecho como el que rige supuestamente en España. Estamos hablando de delitos muy graves contra niñas y niños, contra menores de edad, y es ese el orden preciso que la Iglesia debería cumplir, y hasta ahora ni está ni se le espera. Primero delito y después para los católicos, también pecado.

Los obispos españoles hasta ahora han vivido en su realidad paralela, en un mundo irreal en donde los ocultamientos y el sentido del encubrimiento como seña de identidad ha maltratado hasta la extenuación a sus víctimas y encumbrado a la impunidad a sus pederastas. Que ahora repitan, de nuevo, la palabra perdón y no pongan en funcionamiento medidas claras y contundentes de acompañamiento y reparación para los denunciantes de estos delitos, demuestra que siguen anclados en un pasado en donde el nacionalcatolicismo imperaba a sus anchas en el Estado.

¿Tiene alguna esperanza en esta cita?

De entrada, soy escéptico. La conferencia episcopal de este país no ha demostrado tener visos de recibir a sus víctimas, de reconocimiento y reparación hacia ellas, de labor pastoral, afecto, comprensión y cariño. Lejos de ello, ha habido encubrimiento, trampas, mentiras, descrédito y nula empatía hacia ellas. Se les ha maltratado con descaro y con la comisión creada no hace muchos meses, y con la presencia en ella de Silverio Nieto o Menéndez, volvieron a confirmar que el zorro en el gallinero forma parte de su ADN, como siniestra fábula convertida en realidad. No tenemos más esperanza ya que hechos, las palabras no nos sirven. Estaremos atentos todos estos días, enarbolando la lupa y cuando el domingo se nos den conclusiones concretas de la cumbre, daremos un parecer más preciso.

«La Iglesia tiene estos días una oportunidad vital de supervivencia», manifestó usted en la previa a la cumbre. ¿Con qué se conformaría?

Creo que las 21 medidas propuestas el jueves, al inicio de la cumbre, son un paso positivo. Pero no solo hay que depurar responsabilidades con los sacerdotes pederastas, también con los múltiples manipuladores, encubridores que hacen a través de sus conductas casi tanto daño como los abusadores. Hay que fijar controles externos que acrediten que las 21 medidas puestas en un documento se van a desplegar sin excepción, que todas las congregaciones las van a seguir, incluyendo a la siempre etérea y eterna prelatura del Opus Dei, esa que para lo conveniente es católica y para lo inoportuno desaparece de escena, con lamentables excusas procedentes de irracionales y poco justificables concesiones del pasado, de cuanto menos dudosa racionalidad canónica y jurídica.

¿Cuál está siendo su programa durante su estancia en Ciudad del Vaticano?

Agenda abierta. En este pequeño Estado del mundo, las cosas no funcionan con exceso de luz y taquígrafos. Es obvio que Infancia Robada como asociación estuvo el otro día presente en el encuentro previo a la cumbre, en el que cuatro miembros del comité organizador y doce víctimas compartieron mesa de debate durante poco más de tres horas, representada por Miguel Hurtado, primer denunciante de los abusos de Montserrat. A partir de ahí y en pocas horas tal vez pueda haber más reuniones. De entrada, hoy viernes [por ayer] hemos convocado una concentración en la sede de la orden benedictina en Roma, a la que asistirán víctimas y activistas de todo el mundo, buscando defender los derechos de la infancia.

En el caso de su familia, las heridas causadas son profundas. ¿Confía en que estos nuevos aires alcancen al Opus Dei?

Debería ser así, pero como he dicho antes, el Opus Dei precisa de algunos correctivos, en mi opinión. Quedó demostrado con la reacción del colegio a lo largo de toda la historia de dolor de mi hijo, dolor fruto de los delitos perpetrados contra su persona por un delincuente disfrazado de religioso y profesor de religión. Aquella rueda de prensa posterior a la sentencia de 11 años de prisión dejó claro que ese colegio, si quiere seguir ejerciendo una labor social tan importante como es la educación, tiene que cambiar sus órganos de dirección y su consejo de administración. Los tres personajes que dieron aquel espectáculo kafkiano hoy deberían estar apartados y la filosofía del colegio reformada de cabo a rabo.

Euskadi no puede permitir actitudes así que, además de causar una lógica alarma social, vulneran el espíritu mismo del Estatuto de la Víctima de 2015 y revictimizan a una víctima reconocida de abusos y agresiones sexuales. Como quedó demostrado en una sentencia ejemplar, los argumentos de Goyarrola y de su colegio fueron desmontados con pruebas periciales, periféricas y a través del cúmulo amplio de contradicciones que cometieron la mayor parte de los testigos de la defensa.

Una cosa es sentirse reconfortado por lo que escuche en Roma, ¿pero qué pediría a la vuelta a los responsables eclesiales locales?

El obispo Mario Iceta debe reflexionar por su nefasta y negligente conducta en el «caso Gaztelueta». Le animo a que lo haga de una vez, comportándose como un pastor y no como un príncipe de la Iglesia. Él sabe de qué estoy hablando y cada vez son más los que conocen que su comportamiento no fue el adecuado, pensando bien, y fue incluso peor que eso, pensando mal. Está bien que ahora, con las palabras del Papa en los últimos meses, pretenda ponerse al frente de los alumnos más aventajados pero él y yo sabemos que eso no es así en realidad. Los buenos estudiantes hacen sus deberes de un modo regular, constante y sostenido en el tiempo. Pretender ahora, después de su actitud con respecto al «caso Gaztelueta», ser un pionero en la lucha contra los abusos y agresiones sexuales a menores en el ámbito de la Iglesia a mí me parece una broma de muy mal gusto.

Esa diócesis nunca se ocupó de mi hijo ni para preguntar por su estado. Y las únicas reuniones fueron a instancias de esta familia y con Ángel Mari Unzueta. El resto, todo lo que este señor cuenta, debe ser fruto de su imaginación. Espero que Iceta tome buena nota de las conclusiones de esta cumbre vaticana y, además, plantee una reforma urgente de los protocolos a activar cuando llegan denuncias a la diócesis, porque los actuales, aunque él presuma tanto de ellos, son del todo insuficientes y livianos.