Jaime IGLESIAS
MADRID
«La manada», al teatro

Miguel del Arco sube a escena el juicio contra «La manada»

Las transcripciones del proceso contra los cinco encausados por violar a una mujer durante los sanfermines de 2016 son el punto de partida de «Jauría», una obra que, siguiendo las pautas del teatro documental, confronta al espectador con los horrores de un modelo de masculinidad tóxica. Acaba de estrenarse en Madrid.

El verbatim es una técnica teatral que hace referencia al origen del texto declamado por los actores sobre el escenario. Dicho texto resulta de una transcripción de testimonios grabados o recogidos de una fuente real, por parte del autor de la obra, en un trabajo de investigación previo a la escritura. Se trata de un proceso que nace del empeño por avanzar hacia un teatro documental que confronte al espectador con algún episodio significativo de la realidad que le rodea: «Frente al periodismo, donde se busca la frase más relevante de cara a definir el interés informativo de unos hechos, los dramaturgos buscamos aquellas palabras que nos permitan conferir una dimensión al personaje. Eso nos lleva a proponer una lectura distinta sobre esos mismos hechos y a dotar al teatro de un carácter urgente que responda a lo que está sucediendo en la calle». Son palabras del dramaturgo catalán Jordi Casanovas, uno de los autores que más ha trabajado sobre este tipo de propuestas, aunque, en su caso, sus textos no partan de un trabajo de campo promovido por él mismo, sino que tienen su origen en transcripciones de interrogatorios acontecidos en sede judicial.

Tras firmar la obra “Ruz-Bárcenas”, Casanovas se atreve ahora con el juicio a “La Manada” construyendo una dramaturgia sobre los testimonios de violadores y víctima que, bajo el título de “Jauría”, acaba de estrenarse esta semana en el madrileño Teatro Kamikaze.

El montaje está dirigido por Miguel del Arco. Él también incide en la necesidad de «avanzar hacia un teatro que cuente desde un punto de vista emocional aquellos sucesos que ocupan las portadas de los periódicos. Se supone que hoy en día estamos mejor informados que nunca, pero no es así, estamos saturados de información que es algo muy distinto. El hecho de comunicarnos casi exclusivamente a través de las redes sociales nos lleva a ser mucho más individualistas y a replegarnos en nuestra soledad. Frente a eso es importante que el teatro aporte otros puntos de vista que nos hagan desarrollar una mayor empatía hacia ciertos temas».

Construir la dramaturgia fue un proceso complicado según revela Casanovas: «Frente a ‘Ruz-Bárcenas’, que era un texto que estaba basado en un cara a cara, aquí había una multiplicidad de personajes que me obligaba a articular una propuesta más compleja. Esto me llevó a dividir la obra en dos partes. La primera está estructurada sobre las respuestas que la denunciante y los acusados dan a las preguntas de fiscalía y defensa, de tal modo que el relato va divergiendo, atendiendo a los puntos de vista de cada uno. En la segunda parte ponemos el foco en el modo en que las defensas de los acusados resolvieron atacar de manera muy contundente a la víctima poniendo en duda su testimonio. Es esa parte la que dota de interés a la función porque nos permite ahondar en lo que aconteció en aquella sala como reflejo del sistema político y judicial y del modelo de sociedad que tenemos. Quien acceda a las transcripciones de aquel juicio, podrá comprobar que en el mismo salieron a relucir muchos más detalles de la intimidad presente y pasada de la denunciante que de la de los acusados y eso, objetivamente, resulta inquietante». La necesidad de incidir en esa idea es la que ha conducido a Miguel del Arco a un trabajo de puesta en escena donde abogados y jueces se ciernen sobre la víctima como si fuesen una segunda manada: «Cuando dirijo una obra no me siento condicionado por la necesidad de ser verosímil, ni siquiera con un texto como este donde no hay una sola línea de ficción. Mi prioridad pasa por hacer llegar al espectador una sensación y en el caso de ‘Jauría’ esa sensación es la del acoso que tuvo que soportar aquella chica durante el juicio, donde se intentó determinar si su comportamiento se ajustaba al de una auténtica violada».

El director confiesa que su intención es que «este montaje funcione como un espejo que nos sirva a los tíos para tomar distancia respecto a estos tipos y a lo que representan: un modelo de masculinidad tóxica». Por eso mismo, con todo el impacto que generan en el espectador las escenas en las que la víctima expone cómo fue abusada, Miguel del Arco considera tanto o más aterradoras aquellas otras en las que los acusados expresan su incredulidad ante el hecho de estar siendo juzgados por un comportamiento que, para ellos, parece ajustarse a una pauta de normalidad: «Resulta aterrador acceder a sus testimonios y comprobar cómo ellos se tienen a sí mismos por personas corrientes injustamente tratadas porque, ¡total!, lo único que han hecho es lo que se venía haciendo en este país durante años en las fiestas de cualquier pueblo». De la persistencia de este modelo de masculinidad dan cuenta las voces críticas que han emergido contra la adaptación escénica de este caso, algo que a Jordi Casanovas lo tiene sumido en la perplejidad: «Es un caso delicado del que todo el mundo ha oído hablar y cada quién tiene su opinión. Yo puedo asumir que haya quien se sienta interpelado, lo que no acabo de entender es esa cantidad ingente de hombres que saltan a la palestra defendiendo a los acusados porque no sé muy bien qué es lo que están defendiendo. ¿Su derecho de pernada? ¿Su potestad para delinquir impunemente?». Miguel del Arco, por su parte, opina que esta controversia es producto «del modelo heteropatriarcal que hemos soportado durante siglos y cuyas consecuencias se dejan sentir aún entre nosotros. No puedes pretender despojarte de su influencia de la noche a la mañana. Por mucho que las cosas estén cambiando, el efecto de estos cambios es todavía mínimo».

De ahí que los responsables del montaje hayan apostado fuerte por una campaña escolar que llevará hasta el Teatro Kamikaze a alumnos de instituto para que puedan ver la obra y debatirla con actores y director. Jordi Casanovas incide en la importancia que esta iniciativa tiene «de cara a confrontar el texto con espectadores ajenos a esos prejuicios que contaminan todo debate en la actualidad». Miguel del Arco se muestra tajante al afirmar que «como ciudadano, lo que pido a los políticos es que nos dejen convivir en paz. No voy a entrar a valorar las barbaridades que dice la extrema derecha sobre la la violencia de género porque son comentarios que se definen por sí solos, pero sí te diré que me resultan igual de repugnantes los eufemismos a los que acuden el PP y Ciudadanos para arañar un puñado de votos entre determinados sectores. Me parece una absoluta irresponsabilidad por parte de dos partidos que aspiran a gobernar. Espero que lo paguen caro».