C. GIL
ESPEJISMO

Entre el delirio y la libertad absoluta

Si se se mezcla talento, capacidad técnica, ganas de reventar las comodidades, algo de mala leche sobre los hechos y las personas que ocupan la actualidad y unas ganas locas de divertirse y divertir, puede salir un espectáculo tan incalificable, como este que El Espejo Negro nos depara. Parece evidente que la desmesura debe todavía controlarse para que adquiera el ritmo adecuado, pero hay un derroche de ingeniería luminotécnica, de uso de los títeres a vista, del ejercicio de actor, del cachondeo entendido como una celebración donde cabe desde la grosería y en el que hay que prepararse para atravesar todos los espejos de las buenas maneras y de lo políticamente correcto.

Ha sido una constante de Ángel Calvente, su director y creador principal, pero en esta propuesta parece haberse decidido por explorar todos los límites, por jugar técnica y actoralmente con todas las consecuencias, en plena libertad, haciendo las parodias musicales más impecables, lanzando todo en el mismo menú, aunque pensamos, que una vez serenados, se deberán ajustar en tiempos y medidas, para lograr un teatro popular, sin contemplaciones, de mucho nivel. Hemos visto una versión en crudo, su segunda función. La depuración ayudará a mejorarla.