Iñaki Egaña
Historiador
GAURKOA

Empatía

Reconocimiento y comprensión de sensaciones y emociones del otro, según definición más o menos extendida. En los últimos tiempos se ha convertido en una expresión tótem, empleada a diestro y siniestro con fines políticos. Al parecer, ya no vale la empatía emocional y la necesidad es la de la empatía política.

Hasta ahora el reconocimiento del otro, algo que nos han negado durante décadas, era el quid político. Para la negociación, para el acercamiento, para el armisticio, incluso para la amnistía. Hemos peleado y seguimos haciéndolo para que seamos reconocidos como sujetos de nuestro destino y con ello los derechos inherentes a ese reconocimiento. Al parecer, eso no tiene valor, porque la supremacía no sabe de derechos. El juicio al procés es el paradigma de semejante desfachatez.

Y es que, quien no ha reconocido históricamente al otro, al diferente, es quien ahora nos pide que empaticemos con ellos. Pero ya no de forma emocional, algo sencillo por otro lado. Somos humanos y el sufrimiento no tiene distinción de clase, ni de territorio. El sufrimiento, el dolor, es trasversal. Además, los genetistas acaban de descubrir que, siguiendo este argumento, la empatía emocional también está determinada genéticamente. A través de un gen ubicado cerca de LRRN1, en el cromosoma 3, que controla la capacidad humana para leer, comprender y responder a las emociones de los otros.

Nos piden un reconocimiento de otro tipo, una vez que hemos dado el emocional, por cierto, unilateralmente. Dicen los expertos que hay otro tipo de empatía, la cognitiva, la que, entre sus formas, acota la llamada «estratégica», es decir, un uso deliberado de la toma de perspectiva para lograr unos fines deseados. Nada que ver con la emocional. Creo que estamos en esas. A esa se refieren los actores políticos que han hecho del mundo real una distorsión hollywoodiense.

Porque reitero mi impresión, la petición de empatía nos asalta para que lo hagamos políticamente. Y ahí es donde como si fuese un conejo sacado de una chistera, se nos transforma el pasado real en un pasado virtual y todos los males recaen en un sector del pueblo al que se le exige que pase por una primera fase religiosa, por cierto, en un país supuestamente laico (perdón por los pecados), para concluir en que, de no hacerlo, el instigado será deshumanizado de por vida. Y el solicitante será elevado a la categoría más emotiva de todas, valorizando su sufrimiento con carácter político.

Algo que entiendo a la perfección. Como les sucede a ellos. Porque detrás de esta batalla política está el objetivo de encoger espacios a la disidencia y, por extensión, difundir un relato virtual del pasado, destrozando para las próximas generaciones el relato real.

Porque si se tratara de una conducta en igualdad (isonomía), de reconocimiento del otro, de empatía social, de un ejercicio ético transversal, ya habríamos visto, por ejemplo, a los directores de los bancos vascos dando una rueda de prensa compungidos y apesadumbrados por tantas calamidades cuando ejercieron los desahucios, dejando en la calle a neonatos, provocando suicidios por el desasosiego. Y no los he visto.

Como tampoco he visto a la dirección de la Guardia Civil, Policía Nacional y Jefatura de la Ertzaintza abrir unas jornadas de reflexión con toda la sociedad vasca para expresar sus disculpas, verdaderas o falsas, por haber electrocutado, hecho la bañera, la picana, humillar e incluso violar, a miles de detenidos y detenidas cuyos derechos, precisamente debían hacer valer.

Como tampoco he visto a los obispos Munilla, Elizalde, Iceta, Pérez González y Aillet, en las capitales vascas por designación papal, convocar a un gran acto eucarístico, episcopal o cívico, llamando a toda la comunidad cristiana o no, para, en su lenguaje bíblico, pedir un perdón estratosférico por las reiterados e históricos abusos sexuales de sus clérigos, por ser pederastas confesos ahora, pero no convictos.

Como tampoco he tenido la oportunidad de asistir a una gran conferencia de Confebask y el resto de grupos empresariales para verles repetir, con propósito de la enmienda, que mejorarán sus líneas de seguridad, que los accidentes en sus empresas serán cosa del pasado. Que lo sienten mucho por haber amamantado con amianto a sus trabajadores a sabiendas que iban a morir como ratas. No lo he visto a pesar de que todos los días ojeo las páginas de la prensa hasta la última línea.

Por cierto, una prensa de la que esperaba una reflexión compartida por tantas y tantas mentiras con las que nos han acorralado durante años, cuando señalaban que el fin justificaba los medios, los de servir, a cuenta de publicidad cubierta o encubierta, fondos reservados o adjudicaciones públicas, a corruptos, mafiosos, militares y simbolismos grandiespañoles. Pero tampoco les he visto desdecirse de sus mentiras.

Como tampoco he atisbado una rueda de prensa multitudinaria en el lado protagonista de la mesa, con funcionarios de prisiones que nos negaron visitas, nos humillaron y desnudaron, nos dieron palizas en los reservados. Con jueces que miraron a la ventana cuando entraba un torturado que ni se tenía en pie, cuando eludieron de prisión por corporativismo a todos esos machos alfa que van desplegando su hombría de fiesta en fiesta. A todos esos beneméritos que nos pusieron cara a un muro durante horas en un control por tener escrito el apellido con una «tx» donde al parecer debería haber una «ch». Una multitudinaria rueda de prensa en la que manifiesten su empatía con los humillados, apaleados, baleados.

Podría abrir una lista interminable de gentes a las que les pediría siquiera una empatía emocional. Porque ya han visto que la emocional me la demandan y se la doy. Porque calibrar el sufrimiento es algo que llevamos en los genes y al menos en nuestra cultura. Pero a ver si ellos también se animan. Y cuando lo hagan pensaré que todas y todos, con diferencias insalvables es cierto, pertenecemos a esa gran comunidad que llaman humanidad.