Mirari ISASI
Bilbo

UNA FIGURITA TALLADA Y UN PAPELITO HICIERON MENOS VULNERABLE A SOYA

Soya es uno de los tantos pueblos vulnerables de Mali, olvidados por la Administración y carentes de servicios sanitarios. Pero no todos han tenido la suerte de ser elegidos para poner en marcha una iniciativa de desarrollo local con la creación de un centro de salud.

Durante un viaje en 2003 a Mali, Mikel Arriaga y Teresa Escolá conocieron por casualidad en Tabitongo, un pueblo del país dogon, a un niño que entre otros que se arremolinaban alrededor de los viajeros blancos se limitaba a observarles. Cuando ya se iban, corrió hacia ellos y les entregó una figurita tallada y un papelito con su nombre, Boureima Kassoguéri, y una dirección. A Arriaga no se le ocurrió otra cosa que darle su dirección de correo electrónico, «un jeroglífico indescifrable», recuerda ahora. Pero de regreso a casa entablaron una relación por carta con aquel «chaval tan especial» que quería estudiar y a quien ayudaron a cursar estudios universitarios de Enfermería. Y esa fue la semilla que germinó hasta dar a luz a la asociación Batera Ibiliz cuando, al finalizar la universidad, Kassoguéri decidió devolver los conocimientos adquiridos y ejercer su oficio en una zona rural que careciera de servicios sanitarios.

Mientras Kassoguéri y un compañero de estudios buscaban el lugar apropiado para materializar su idea, Arriaga y Escolá fueron contando su proyecto y sumando amigos dispuestos a aportar su grano de arena. Así nació, a finales de 2015, Batera Ibiliz, que tiene más de 100 socios que comparten el anhelo común de apoyar iniciativas de desarrollo local en salud, educación, promoción de las mujeres y sostenibilidad ambiental en contextos vulnerables y que cuentan con la participación de miembros de la propia comunidad en la que se asienten.

Las opciones para poner en marcha un centro de salud que fuera más allá de la atención sanitaria directa eran innumerables en Mali, con muchos pueblos olvidados por la Administración y sin servicios sanitarios. Pero eligieron Soya, con unos 3.000 habitantes y ningún servicio sanitario.

Kassoguéri tuvo que superar desconfianzas hasta lograr el visto bueno de la población y las autoridades para materializar el proyecto integral que tenían en mente, un centro de atención primaria y de maternidad que cuenta con un equipo autóctono y en cuya gestión ayuda Batera Ibiliz, aportando al equipo humano y material y manteniendo un flujo de apoyo responsable.

Como las aldeas que la circundan, Soya no tenía servicios de salud básicos pero sí eran comunes enfermedades como paludismo, diarrea, infecciones en el embarazo y de orina, dolores abdominales en niños... causadas o agravadas, en muchos casos, por la malnutrición, la falta de higiene y el consumo de agua no potable, los tres pilares en los que Kassoguéri trabaja, además de proporcionar asistencia sanitaria directa desde el centro de dirige.

Nutrición, higiene y agua potable

Una tarea que requiere mucho esfuerzo, dado lo arraigado de las costumbres, a la hora de sensibilizar a la población en materias como la planificación familiar –con un promedio de diez hijos por mujer– y la importancia de la nutrición, la higiene y el consumo de agua potable, ya que se trata, explica Kassoguéri, de «un plan de salud comunitario que enseñe a la gente a curar su salud a través de unas pautas de alimentación, higiene y salubridad... y no solo de un centro de curación». El trabajo se realiza casa por casa con unidades familiares de decenas de personas que, según constata, muchas veces escuchan cosas de las que no han oído hablar nunca y en las que «son las mujeres las que más participan, entrando incluso en conflicto con sus maridos, que muchas veces son el único obstáculo».

Incide en el agua potable. Soya tenía un único punto de acceso, en el patio de la escuela, cuando llegó Kassoguéri, y una vez instalado el centro de salud dentro del recinto se construyó un pozo para que todos pudieran tener acceso, lo que ahora se va a facilitar con dos grifos en su exterior. Pero el propio Kassoguéri admite la dificultad de concienciar a la gente de la importancia de su consumo. «La gente es receptiva, pero es un trabajo a largo plazo y no tiene sentido construir pozos para sacar el agua que hay en el subsuelo antes de hacer ese trabajo de sensibilización», sostiene Arriaga.

Algo parecido sucede con la sensibilización sobre los alimentos que, dentro de sus posibilidades, deben consumir, sobre todo mujeres embarazadas y niños de entre 0 y 5 años, ya que se alimentan básicamente de mijo, sin valor nutricional, mientras producen haricot, una legumbre que «no comen por ignorancia, al ser un producto destinado al comercio para comprar otras cosas», apunta Arriaga. Ahora empiezan a introducirlo en su dieta.

Se trata de adoptar hábitos de vida saludables para prevenir y curar enfermedades. Pero queda todavía trabajo por hacer.

Boureima Kassoguéri ha pasado unas semanas en Catalunya y Euskal Herria, donde ha visitado centros de salud y farmacias, de los que destaca todo lo relacionado con la higiene, la limpieza, la atención a los pacientes y la forma de funcionar. Y, sobre todo, valora la gratuidad del sistema público sanitario, porque en Mali la sanidad pública se paga. «La población es muy pobre y el tratamiento médico muy caro, por lo que la gente sigue optando por la medicina tradicional. Solo recurren al hospital cuando la situación se complica», apunta Kassoguéri. No es el caso del centro, sin ánimo de lucro, de Soya, que está fuera de la red pública, donde se facilita el pago a quien no puede hacerlo al ser atendido y donde las personas extremadamente pobres no abonan nada.

Un proyecto autogestionado, con apoyo exterior y de la comunidad para garantizar su eficacia y su futuro en beneficio de Soya.