Carlos GIL
Analista cultural

Cuando no sobran los adjetivos 

Sujeto, verbo y predicado. No es necesario mucho más. En la acción está el contenido. El matiz puede encontrarse en el color, ritmo o declinación. Si digo inteligencia artificial se emponzoña la razón cartesiana. Si digo inteligencia sentimental, abro una ventana a la poesía romántica y primaveral. No busco en el adjetivo otra cosa que la aclaración. La memoria del disco duro no es la memoria emocional. Por eso hay tantas veces en las que no sobran los adjetivos, sino que significan y confirman.

Van a cambiar de nuevo el huso horario. Una decisión administrativa que se coloca en un vértice de debate donde confluyen opiniones, sensaciones, datos y deseos. Quizás hablan de la vida. La luz es fuente de vida, la oscuridad es ámbito para el pensamiento, el recuerdo, el sueño y el amor inconfesado. El tiempo lo marcan desde un remoto lugar a base de medias nucleares que nos aprisionan. ¿Quién es capaz de medir el tiempo necesario de escribir un soneto? Yo digo hola y tú escuchas ola. Digo sindicato y me sale una rima con omóplato. Es inverosímil que se regule la intuición, la incandescencia de un desnudo o el coste de una composición épica.  No hay mercado. No hay más que mercaderes. La ingenuidad más esperanzada anida en el acto de matricularse en una escuela artística. Se aprende de maestras, no de funcionarios. Ahora insisto: cultura popular y democrática. Ser, estar, hacer. Crear, creer. Tal vez soñar.