Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Mirai, mi hermana pequeña»

La aventura iniciática de un príncipe destronado

La última maravilla animada de Mamoru Hosoda revela no solo la valentía de un creador en busca de nuevos horizontes creativos, sino que nos descubre que existe vida más allá del referencial estudio Ghibli. En relación a todo ello cabría destacar que el firmante de “El niño y la bestia” sigue la estela poética del maestro Miyazaki a lo largo de una auténtica odisea vital orquestada en torno a un niño que pasará de convertirse en epicentro de un hogar familiar a ceder parte de su gobierno de atenciones a su recién nacida hermana. Hosoda perfila con exquisito gusto cada uno de los pasajes de este poético filme en el que lo fantástico irrumpe cuando la hermana pequeña regresa del futuro convertida en adolescente y comparte con su hermano una aventura iniciática. Lo que llama poderosamente la atención en “Mirai, mi hermana pequeña” es el virtuosismo que demuestra el director a la hora de subvertir las fronteras que dividen lo real de lo mágico mendiante los recursos técnicos de una “cámara” tan juguetona como efectiva y que capta con mimo una serie de secuencias cargadas de una gran fuerza visual. La frontera difusa en la que se desenvuelve con gran soltura Hosoda adquiere uno de sus momentos estelares en la muy singular estación de tren a la que accede el pequeño y desorientado protagonista y en la que tropieza con una multitud de aspecto cambiante y a ratos inquietante. Este andén de arquitectura onírica se reconvertierte en un escenario de fantasía lindante a los que imagino Lewis Carroll, un autor que siempre ha estado presente en buena parte del imaginario creativo de los maestros de la animación japonesa. Lejos de emborracharse con los paisajes fantásticos, el filme también brilla en los instantes en los que impera lo real y los planos relejan, siempre a distancia prudente, el progresivo cambio que experimenta el pequeño príncipe destronado. En este sentido, Hosoda se muestra igual de perspicaz que el maestro Hirokazu Koreeda a la hora de abordar, siempre desde distancia prudente y respetuosa, los conflictos y laberintos emocionales de la infancia.