Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Beautiful Boy, siempre serás mi hijo»

Las relaciones paternofiliales y el gen adictivo

En este mundo cada vez más acelerado ya apenas queda margen para dedicarle a una película sus dos horas de visionado y otras más para digerir y analizar lo que se acaba de contemplar. Muchos títulos que pasan desapercibidos dentro de la locura de los grandes festivales de cine, y el SSIFF donostiarra no es una excepción, son merecedores de una segunda oportunidad en su estreno comercial. Amazon hizo que “Beautiful Boy” (2018) sonara para los premios anuales, pero las meritorias interpretaciones estelares de Steve Carell y Timothée Chalamet se quedaron a las puertas, al no pasar de las nominaciones. Es recomendable olvidarse de todo eso y darse cuenta de que se trata del primer rodaje en Hollywood del belga Felix Van Groeningen, tras triunfar internacionalmente con “Alabama Monroe” (2012).

Van Groeningen toma como modelo referencial el cine que se hacía en los EEUU en la década de los 70, que era más expositivo por medio de un distanciamiento que evitaba la manipulación melodramática, dejando espacio para el debate entre el público. Dicha perspectiva puede confundirse con cierta frialdad narrativa, pero la película tiene momentos intensos que te llegan.

La banda sonora dibuja perfectamente las diferencias generacionales entre padre e hijo, por lo que media entre canciones como “Heart of Gold” de Neil Young y “Territorial Pissings” de Nirvana. El marco familiar para hablar de las adicciones es sin duda el adecuado, porque existe un gen adictivo y hereditario, que se suma a la dependencia de las relaciones paternofiliales. Esto es real, y se basa en sendos libros escritos por Sheff senior y Sheff junior. David experimenta el alejamiento del niño que fue Nick, quien por su lado busca emanciparse y experimentar, en lo que define un paso del blanco al color, según una sensación de liberación que le proporciona la metanfetamina.