EDITORIALA
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El Brexit muestra la complejidad de la batalla por la democracia y su importancia política

El proceso del Brexit debía concluir el próximo viernes, 29 de marzo, con la salida definitiva de Gran Bretaña de la Unión Europea. A falta de acuerdo entre las partes, sin una propuesta de un segundo referéndum ni de elecciones, el bloqueo en el que están inmersos amenaza con llevar a Gran Bretaña al colapso. Aunque en este momento parezca la parte fuerte de las negociaciones, tampoco están claras las consecuencias que esta deriva puede tener para una UE en crisis permanente.

Pese a ser el principal nodo del atlantismo, centro privilegiado del neoliberalismo y de la economía de casino, imperio decadente pero influyente en términos diplomáticos y culturales, Gran Bretaña vive un momento de tensión sociopolítica difícil de gestionar, por no decir imposible. Bueno, en el caso de Theresa May, imposible.

En el debate público británico se entremezclan cuestiones tácticas con reflexiones existenciales. En el contexto burocrático europeo, el debate se enmascara de procedimental, aunque no puede esconder una dura batalla de poder e intereses cruzados. En el plano histórico, el principal debate es la democracia y sus valores, pero las consecuencias geopolíticas son impredecibles.

El otro lado de la moneda griega

El trato recibido por May durante esta semana en Bruselas recuerda al que los mandatarios europeos dieron a los líderes de Syriza. Es cierto que May es, por así decirlo, «una de las suyas». Y que en Grecia el objetivo era ser ejemplarizantes para cerrar el camino a una alternativa de izquierda que pudiese generar un efecto simpatía en el continente. Sin embargo, como entonces, las posiciones más inflexibles se imponen.

El Brexit era en origen una demanda de la derecha inglesa, pero pronto mutó en un sentimiento de desafección y enfado transversal, hasta el punto de convertirse en mayoritario en el momento del referéndum. Votar a favor de la UE no es fácil para casi nadie. La prueba es las dificultades que ha tenido la izquierda para justificar su posición. El entusiasmo no es una opción; la crítica es difícil de sostener frente a mentiras burdas de uno y otro lado; y el desequilibrio de poder es tal que por el momento plantear alternativas no ha resultado creíble. Cuidado, evadirse, rendirse o vender humo –aunque sea de bengalas–, tampoco cotiza políticamente.

Nuevo socialismo y viejos problemas

Uno de los factores del bloqueo es precisamente que Jeremy Corbyn ha resucitado una alternativa al establishment neoliberal londinense. May convocó elecciones en 2017 pensando en dar la puntilla al laborismo y a la izquierda. Creía que el hostigamiento que sufría Corbyn a manos de la estructura de su propio partido, heredera del denominado «nuevo laborismo» de Tony Blair, lo fulminaría electoralmente. Corbyn sobrevivió a sucesivos golpes internos y remontó las encuestas. No venció, pero cogió oxígeno y exorcizó el fatalismo instalado en la izquierda.

Vista la movilización de ayer, las elecciones parecen inevitables. Pero el debate va más allá de quién es primer ministro. ¿Qué clase de sociedad quieren construir los británicos y qué relaciones tendrá su Estado con el resto de naciones? Las premisas falsas y las neuras del Brexit tienen su reverso realista y pertinente.

Irlanda y Escocia en el retrovisor

Corbyn es un viejo aliado de la causa republicana irlandesa y de la democrática escocesa, pero en este momento tiene intereses contrapuestos y otro nivel de responsabilidad. Sabe que son sus aliados pero que su oferta no basta para esas sociedades. También sabe el peso de que Londres incumpla el Acuerdo de Viernes Santo y las condiciones del referéndum de independencia.

La salida no es tan sencilla como convocar otro referéndum en Escocia y uno primero en Irlanda. Más allá de las infinitas razones, el riesgo de perderlos es claro y condenaría a otra generación a padecer la deriva metropolitana. Construir un mandato para la emancipación no es tarea fácil, pero en ello están unos y otros.

Democracia y complejidad

La situación es endiablada y recurrir a los esquemas habituales tiene poco recorrido. La complejidad y la volatilidad del momento exigen ser capaces de, al mismo tiempo, pensar en términos históricos y reaccionar en tiempos digitales. Las ocurrencias rentan a corto y dilapidan a largo, como se ha visto con la «nueva política».

Es un momento interesante porque la democracia está en el centro del debate. Es una lucha que se puede dilatar o, en un momento dado, incluso perder. Pero es la batalla que hay que dar, ahora y siempre.