Daniel GALVALIZI
Madrid

Casado testea la radicalización a la derecha del PP

El PP padece la fragmentación del electorado conservador y podría tener una caída de escaños de hasta el 40%. Ofensiva recentralizadora y discurso de confrontación territorial son sus ejes de campaña.

El neoaznarismo que encarna Pablo Casado Blanco, una suerte de experimento ex témpore que nació a caballo de la renuncia del hoy moderado Mariano Rajoy al frente del PP, tendrá su prueba de fuego el domingo en unos comicios que marcarán un antes y un después en la derecha española. Todos las encuestas privadas y el CIS auguran al PP su peor elección de la historia, al menos desde 1989, cuando el partido fundado por el ex ministro franquista Manuel Fraga Iribarne cambió de nombre y fue el paraguas de toda la derecha española hasta no hace poco.

Sea por el auge del independentismo catalán, sea porque lo exige su militancia enardecida al calor de las redes sociales y los medios conservadores, o sea porque se lo dijeron los asesores del marketing para cubrir con ruido los casos de corrupción, Casado ha emprendido desde que asumió como líder del PP una deriva a la derecha con tono de crispación que ha sorprendido a más de uno en su propio partido.

La pérdida de escaños podría llegar a ser colosal: de los 137 actuales pasaría a tener entre 81 y 86, con una debacle en feudos tradicionales como las provincias de Castilla-La Mancha y del País Valenciá. En Barcelona, el PP pasaría casi a la extinción.

Casado en su ciénaga nacionalista

Con tan solo 37 años, la militancia del PP eligió el año pasado a este joven de Palencia para renovar la cúpula y pasar página a tantos años de marianismo. En su perestroika conservadora, se cargó a la poderosa Soraya Sáenz de Santamaría –enlace durante años entre Moncloa y los medios de comunicación, un juego que Casado no maneja igual– y se rodeó de un equipo diverso: un dirigente abiertamente gay como Javier Maroto (vicesecretario general), una catalana más liberal como Dolors Monsterrat (portavoz parlamentaria) y un andaluz desacomplejado como Teodoro García (secretario general).

La radicalización de Casado es 2.0: ya no pesan tantos los valores conservadores y religiosos, sino el nacionalismo español y una ofensiva recentralizadora. No hay entrevista o discurso en el que no haya un enfrentamiento contra los independentistas de la nación que sea y contra el presidente Sánchez, signado como un traidor a la patria y padre de todos los demonios que aquejan al Reino. Pero la retórica de la exaltación de los valores españolistas ha derivado en ciénaga nacionalista, porque sus competidores directos, Ciudadanos y Vox, con los matices (al menos discursivos) que tienen en la economía o derechos civiles, comparten también la apelación a lealtad ciega a una patria indivisible y gobernada por un rey indiscutible.

Así, la derecha del Estado se enfrenta a un escenario inédito: acudirá dividida en tres opciones fragmentadas pero que se parecen cada vez más en el discurso. Para la diferenciación, apelan a ideas extravagantes (como la suspensión de las autonomías que pide Vox o la educación obligatoria en castellano de Ciudadanos) o a los insultos que aseguren clics y retuits, como las «manos manchadas de sangre» de Sánchez, que Casado disparó sin sonrojarse.

El idioma de la campaña de la derecha también se confunde en lo económico: todos hablan de una recesión económica y caída de empleo que los datos del INE aún no comunican, y proponen bajas de impuestos generalizadas cuyo agujero fiscal nadie explica cómo se cubrirá. La similitud empantana y en ese ardid el que más pierde es el PP.

Con una acción corrosiva por centro (Ciudadanos) y derecha (Vox), Casado se asfixia entre su piso y su techo y mira de reojo la cifra de 1989: en aquellas elecciones el PP obtuvo 25% de los votos y 107 escaños. Hoy sería una oferta que el líder popular compraría sin dudar.

La incertidumbre del día después

Si el desempate entre los bloques de las izquierdas y las derechas se decanta a favor de las últimas, Casado no sólo sobrevivirá a su experimento de radicalización sino que lo podrá llevar a las instituciones del Estado: según la aritmética parlamentaria, es casi imposible que pueda llegar a Moncloa sin el guiño de Vox. Para mantener el sentimiento aspiracional de ganador, Casado rehuyó corresponderle a Albert Rivera su invitación a un «gobierno constitucionalista». Pero sabe que deberá gobernar con él o con nadie, y la única duda es si el acuerdo que llevó al tripartito de la derecha al Palacio de San Telmo podrá replicarse a nivel estatal. Andalucía no es España y España es la UE, donde la batalla entre conservadores y extrema derecha se tornará cruda a fines de mayo en las urnas.

¿Qué pasará con Casado si los resultados son lo más negativo que augura el CIS? ¿Cómo procesará tener 78 u 80 diputados la aristocracia popular, cuando hace tres años fueron 137 e inmediatamente antes, 186? Los moderados del PP –aunque parezca sorpresa, aún quedan– se han ocupado de filtrar no sólo la disconformidad con el diseño de algunas listas electorales sino también con el lenguaje de crispación. «Muchos de los que rodean a Casado son de extrema derecha», dijo antes de renunciar al PP la ex diputada Celia Villalobos, quien lo calificó como una «imitación» de Rivera. Por citar un ejemplo.&hTab;

El domingo, Casado no sólo se juega su pase a Moncloa. También su lugar en las páginas de las debacles más amargas de su partido en las urnas y su propio destino en él, atado a una deriva de radicalización que puede volverse un bumerán.