El período electoral en el que actualmente estamos inmersos, parece que se va a alargar eternamente en el tiempo... que nunca va a terminar. Cuando finaliza una campaña, empieza inmediatamente otra, en lo que parece ser una de esas terribles series televisivas, que por mucho que degenera, se resiste a salir de las parrillas de programación.

El caso es que el cine, como atento reflejo de la realidad, se empapa también de la fiebre por los votos que ahora mismo domina la actualidad mediática y social. Hoy mismo, por ejemplo, llega a la cartelera el primer largometraje de Mathieu Sapin, una caricatura política que, mediante fórmulas que nos remiten a las mejores parodias de Armando Iannucci, desmitifica cualquier mística que a estas alturas podría quedarle al Palacio del Elíseo.

Un joven asistente entra de lleno en la locura de los partidos políticos que tanto ansían el poder. Al poco tiempo, cae en la cuenta de que si no quiere ser engullido, tendrá que pulir sus habilidades picarescas, así como las tácticas de supervivencia más sofisticadas. Tanto desde la dirección como desde la escritura, Sapin intenta destensar los tensos (y desde luego absurdos) mecanismos que permiten a las esferas gubernamentales, seguir haciendo el tonto... siempre a nuestra costa.