Carlos GIL
Analista cultural

Los Max

Una vez más los Premios Max fomentan las esperanzas y recogen las frustraciones. Creo que he asistido a la inmensa mayoría de estas galas, cuando había dinero a espuertas, cuando llegó la crisis, con producción externalizada o producción propia y en esta ocasión el acierto en la elección de la directora artística de la misma, Ana Zamora, la considero fundamental en el terreno de la vindicación del teatro, de la palabra, de la eficacia de los recursos teatrales propios, aunque tenga que sumirse a la realización televisiva que sustenta su difusión y su visualización social. La caracterización de la escenografía marcadamente de paisaje reconocible, la presencia de rasgos folclóricos castellanos en muchos de los pasajes de la gala demuestra una coherencia estética de la directora, una vinculación inexcusable con las artes escénicas castellanas y un poco leonesas, asunto que ha sido visto de manera superficial por prensa y participantes que solamente entienden el teatro y la danza como una suerte de uniformidad posmoderna desarraigada. La cosecha vasca de este año es bastante escueta, una de ellas forma una parte accionarial de producción mercantil, un trabajo muy celebrado de Alfredo Sanzol que ha obtenido el premio mayor y el proyecto que considero más importante en los últimos años de las artes escénicas vascas, Kukai, en la figura de su coreógrafo Sharon Friedman. Han llevado sus raíces, la danza vasca, a lugares de excelencia. Un camino de singularidad atrayente. Opciones políticas que acarrean un compromiso de origen para trascenderlo, que logra que lo propio se universalice.