Dabid LAZKANOITURBURU

Vuelve a arrasar el panhindú primer ministro indio

El partido del primer ministro indio, el panhindú BJP, se encamina hacia un triunfo arrollador en las elecciones del país más poblado del mundo. Una victoria que asegura un segundo mandato a Narendra Modi, y que, sobre todo, cimenta la supremacía política del hindutva, una suerte de hinduismo político en el que también es el país con mayor población musulmana de todo el mundo. A la vez, el histórico Partido del Congreso se acercaba a otra derrota.

A última hora de la noche, entrada la tarde en Euskal Herria, el recuento de las gigantescas elecciones legislativas, que se celebraron durante seis semanas, desde el pasado 11 de abril, situaba al BJP (Bharatiya Janata Party) por delante con 303 de los 542 escaños en juego, por encima de los 282 que la formación panhinduísta logró en 2014 y de los 272 que representan el umbral de la mayoría absoluta.

En caso de confirmarse esa aplastante victoria –algunos análisis anticipaban que la Alianza Democrática Nacional (NDA) en la que se integra el partido de Narendra Modi podría obtener 348 representantes–, estaríamos ante una reedición de la mayoría absoluta poco corriente en el país, habituado a amplias coaliciones.

El Partido del Congreso, histórica formación que llevó a India a la independencia y dirigido desde entonces por la dinastía Nehru-Gandhi, va camino de no lograr más de medio centenar de escaños, poco más de los 44 que el partido que lideró India desde su independencia en 1947 arañó en 2014. Aquellos resultados, los peores de la historia, fueron una auténtica humillación para la formación.

La derrota sin paliativos es aún más amarga tras confirmarse que la dinastía Nehru-Gandhi ha perdido su tradicional bastión, Amethi, en el estado norteño de Uttar Pradesh, frente a la ministra del BJP Smriti Irani. El pírrico consuelo para el líder de la todavía principal formación opositora, Rahul Gandhi, es que lideraba el recuento en el segundo de los lugares por los que se presentaba a parlamentario, en Wayanad (Kerala, suroeste).

Con todo, los analistas, que critican que la campaña electoral del Partido del Congreso ha sido un desastre, auguran que estos resultados le abocan a una crisis existencial y al riesgo de desaparecer ante la miríada de grupos políticos de obediencia regional.

Hijo de un vendedor de té de Gujarat (oeste), Narendra Modi reivindicó su victoria en Twitter, donde su cuenta tiene 47 millones de seguidores.

Con un estilo absolutamente personalista y dotado de un olfato político casi inigualable, el primer ministro, de 68 años de edad, había convertido estas legislativas en un referéndum sobre su figura.

Adepto a los golpes de efecto (bombardeo de Pakistán, retirada sorpresa de billetes en 2016), Modi no se ha visto castigado por el incremento del paro y por las dudas sobre las bondades de la extensión del modelo económico liberal que impuso al conjunto del subcontinente cuando lideraba el Estado del que es oriundo (Gujarat).

Por contra, el BJP ha logrado llevar su programa electoral panhindú a todos los rincones y ha sabido agitar el fantasma de la amenaza de Pakistán en pleno repunte de la crisis por la ocupación india de Cachemira.

El revalidado jefe de Gobierno de India promete el advenimiento de una nueva India económicamente moderna y numérica que aspira a situar entre las grandes potencias del planeta, pero, paradójicamente, a través de la propagación y la banalización de un discurso étnico-religioso que reposa en la supremacía hindú, en la que sus detractores ven un claro peligro para la diversidad del subcontinente asiático.

Riesgos y contradicciones que sortea con un culto a su personalidad (la omnipresencia de su imagen con barba blanca y finas gafas solo es comparable a la de la finada Indira Ghandi, abuela de Rahul) y con un control de la comunicación que conjuga con el uso del hindi –sus predecesores privilegiaban el inglés–. Todo ello le permite poner el acento en sus orígenes modestos y erigirse en el campeón de la gente humilde.