Mirari ISASI
Bilbo
VIOLACIONES DE DERECHOS HUMANOS POR ISRAEL

PALESTINA, UN PUEBLO QUE SE RESISTE A SER EXPULSADO

72 años después de la Naqba, tras 51 años de ocupación y a 25 de los Acuerdos de Oslo, sigue siendo muy difícil vivir en una tierra donde las violaciones de derechos humanos de Israel no dan respiro a los palestinos, y menos a ellas, pero donde no hay otra alternativa que resistir. Rendirse no es una opción.

Hace unos días Palestina volvía a ocupar el corazón de millones de personas con motivo de la celebración de Eurovisión en Israel. Días antes, la Franja de Gaza, donde desde hace más de un año todos los viernes se celebra la Marcha del Retorno, se encontraba al borde de otra guerra con el ocupante israelí, al que la llegada de Donald Trump le ha supuesto un plus de apoyo.

Las sistemáticas violaciones de derechos humanos en los territorios palestinos y la crisis humanitaria en la Franja de Gaza causada por el bloqueo israelí cada vez ocupan menos espacio en los medios, aunque periódicamente abren informativos. Fuera del foco mediático se encuentra la resistencia y la contribución a la paz de las mujeres palestinas, y el sufrimiento específico que la ocupación, y la represión que conlleva, les genera. Las violaciones de derechos tienen características específicas cuando su objetivo son ellas.

Como la población palestina en su conjunto, mujeres y niñas no tienen libertad de movimiento entre territorios ni en las zonas ocupadas, y el acoso y las humillaciones son diarias en los checkpoints cuando pretenden ir a la escuela, la universidad, al hospital o a trabajar –solo un 17% trabaja–. Controles militares –560 solo en Cisjordania– que se han ido endureciendo año a año hasta convertir los territorios ocupados en una gran cárcel.

En prisión –donde hay 47 presas de un colectivo de más de 7.000 palestinos–, a las mujeres se les priva de educación, salud, expresión... pese a vulnerar la legislación internacional. Y tanto en interrogatorios como en tribunales y en centros penitenciarios las vejaciones son constantes.

Los ejemplos son miles: abusos sexuales, chantajes, humillaciones, insinuaciones... Las madres y esposas de palestinos muertos o heridos por las fuerzas sionistas son un blanco preferente del castigo colectivo, pues se les responsabiliza de no haber informado de las actividades de su familiar y muchas veces son detenidas, aisladas y presionadas/chantajeadas durante los interrogatorios.

Las conducciones, relata Layma Jebreen, abogada de la Asociación de Derechos Humanos y de Apoyo a los Presos (Addamer), son otro coto idóneo para los ataques a la dignidad de las mujeres, a las que se obliga a compartir vehículo con detenidos hombres, que abusan sexualmente de ellas –atadas de pies y manos y con los ojos vendados– en presencia de los soldados, quienes se suman a ese acoso obligándoles incluso a ver películas pornográficas en sus teléfonos móviles. Además, están los cacheos sin ropa a cargo de mujeres soldados pero entre amenazas constantes de dar el relevo a los soldados hombres siempre al otro lado de una pequeña cortina o un cristal. Las vejaciones e insinuaciones se multiplican en los interrogatorios a menores.

Jebreen asegura que no hay violaciones, pero sí una utilización de sus cuerpos para vejarlas y torturarlas sicológicamente, e incluso para presionar a sus familiares hombres amenazándoles con violarlas o haciéndoles creer que las tienen en su poder.

Pero hay, además, una serie de leyes aprobadas por la Knesset (Parlamento) que son especialmente crueles con las mujeres: la retención domiciliaria que les obliga a ejercer de carceleras de sus hijos menores de 12 años e impedir que salgan de casa o el castigo colectivo para toda la familia que supone la demolición de las viviendas –refugio para las mujeres– de los resistentes palestinos, considerado un crimen de guerra. La ley obliga a las familias a que ellas mismas destruyan sus viviendas –Israel ha echado abajo 50.000 casas desde 1963– o asuman los gastos de demolición.

Además, está la prohibición de la agrupación familiar entre zonas, que obliga a las mujeres a «volverse invisibles» y recluirse para evitar ser expulsadas por los soldados cuando van a vivir a una zona no autorizada.

Para Areej M.M. Abubakra, directora del Comité Técnico de Asuntos de la Mujer, estas son las medidas más duras junto al bloqueo y al asedio, que además de provocar el estrangulamiento económico afecta a la salud de mujeres y menores (el 67% tiene necesidades médicas) por falta de asistencia y medicinas.

Khalida Jarrar, activista feminista, integrante del Frente para la Liberación de Palestina (FPLP) y del Consejo Legislativo palestino, ha pasado varias veces por la cárcel e incluso por el destierro. Recientemente excarcelada asegura que las palestinas luchan por la liberación nacional de su pueblo y por la igualdad de derechos en el seno de su cerrada sociedad. «Una doble lucha en la que no se rinden», asegura.

Ambas participaron por Skype en el seminario organizado por la ONG Sodepaz sobre “Palestina y la lucha de sus mujeres”, en el que estuvieron presentes Jebreen y el abogado gazatí especializado en derechos humanos y presidente del Centro Palestino de Derechos Humanos, Raji Sourani, que dio su visión de la situación que se vive en los territorios palestinos, y, en concreto, en Gaza.

Anexión sin límites y asedio ilegal

En Cisjordania se ha producido una limpieza étnica, judaización y desconexión sin precedentes de Jerusalén del resto del territorio ocupado, donde proliferan las colonias y se extiende una complicada red de bypass que, a la postre, supone una anexión sin límites.

Al margen de esa colonización sólo quedan los 356 km2 de Gaza, donde dos millones de personas viven bajo un asedio ilegal e inhumano que dura ya 13 años, les ha privado de dignidad y bajo el que difícilmente se puede sobrevivir. Y que organismos internacionales consideran un crimen contra la Humanidad.

Sus habitantes, que en la última década han soportado tres guerras no tienen acceso al agua potable, no pueden tratar las aguas fecales, no tienen electricidad… y no por falta de conocimientos –«es uno de los lugares con más graduados universitarios y una clase trabajadora muy cualificada», según Sourani–, sino porque no pueden ponerlos en práctica.

Esa política de asedio que no permite a los gazatíes salir del enclave y ha provocado altísimas tasas de desempleo y pobreza busca, asegura este activista, empujar a esos dos millones de personas –pero también a los palestinos de Cisjordania mediante sus políticas de apartheid– a rendirse y a abandonar la Franja de Gaza, que algunos informes auguran que en 2020 será inhabitable.

Por el momento, la apuesta es la resistencia pacífica. «Ahora hablamos del derecho a la soberanía, a la alimentación, a la salud, a la educación, al movimiento…», sostiene. Pero, Israel responde con nuevas matanzas. Un claro ejemplo es la Marcha por el Retorno, que, pese a no suponer ninguna amenaza para los soldados israelíes desplegados junto a la frontera, es respondida con disparos. «Es la historia de siempre», lamenta.

Pero Sourani también denuncia el silencio cómplice de la comunidad internacional ante las continuas violaciones de los derechos humanos en Palestina y, sobre todo, apunta a Europa que «de facto y de iure proporciona inmunidad política a los israelíes sospechosos de haber cometido crímenes contra la Humanidad», solo por ser israelíes. «Esa es la vergüenza no de Israel, sino de Europa», dice.

En este sentido, cita el acuerdo de asociación entre la UE e Israel, socio privilegiado, y recuerda que uno de sus artículos establece su suspensión en caso de violación de derechos humanos por parte de Israel. Claro que no menciona los palestinos. Al respecto, menciona las empresa que hacen negocio en los territorios ocupados y se arriesgan a ser acusadas de participar indirectamente en crímenes de guerra y contra la Humanidad. «Ni olvidamos ni perdonamos», subraya.

No sabe si Gaza seguirá siendo Gaza, pero sí está seguro de que debido a la anexión sin límites de la Cisjordania ocupada Mahmud Abbas será el último presidente de la Autoridad Palestina (ANP) y que esta «está en proceso de extinción» y se acabará desvaneciendo «quizá a finales de año o dentro de dos».

Lo que sí tienen claro Jarrar, Abubakra, Jebreen y Sourani es que no hay potencia en el mundo que logre sacar de su tierra a los palestinos y que no tienen otra alternativa que la resistencia a la ocupación israelí y la denuncia de las violaciones de sus derechos.

«Somos una nación con dignidad que lucha por su libertad, por una causa justa. No tenemos derecho a rendirnos. No es humano rendirse ni ser una buena víctima, tenemos derecho a la autodeterminación, estamos en el lado correcto de la Historia. El futuro nos pertenece. Algún día habrá un Estado palestino y vamos a luchar hasta nuestro último aliento para conseguirlo», subraya Sourani.