Jaime IGLESIAS
MADRID
Elkarrizketa
ANTONIO ORTUÑO
ESCRITOR

«Si en México hay cambios, estos vendrán de la mano de las mujeres»

Nacido en Guadalajara (México) en 1976, es una de las voces más personales de la narrativa de su país. La revista británica «Granta» lo situó, en 2010, como uno de los mejores autores jóvenes en lengua española. Acaba de publicar «Olinka», un descarnado retrato de la corrupción imperante entre las élites sociales de su ciudad con el fenómeno de la gentrificación como telón de fondo.

Aunque él se resista a definirla como un thriller, en “Olinka” resuenan los ecos de la mejor narrativa criminal a la hora de construir un retrato preciso de una ciudad dominada por la violencia y el deseo de mantener las jerarquías pese al envilecimiento y la decadencia de un modelo social cuya perpetuación nadie parece discutir.

Creo que el origen de esta novela está en el regreso a su ciudad natal y la sensación de enfrentarse a un escenario desconocido. ¿Cómo fue esa sensación?

Yo nací en Zapopan, al oeste de Guadalajara, justo donde terminaba la ciudad y empezaban los sembradíos, pero después, durante años, estuve viviendo en el centro. Al cabo del tiempo regresé a mi lugar de origen y me confronté con una experiencia de vida muy diferente a la que yo recordaba de niño. Aquello estaba plagado de urbanizaciones, autos de alta gama y clínicas de estética. Había sido tomado por la industria del lujo. Esa percepción coincidió con la difusión de unos informes del Departamento del Tesoro norteamericano que situaban a Guadalajara como la capital mexicana del lavado de dinero, justo en una época donde la ciudad vivió un impresionante boom inmobiliario que se produjo sin el sostén de un boom económico. A partir de ahí me dio por reflexionar sobre cómo el dinero negro había desfigurado mi ciudad y la necesidad de articular narrativamente esas reflexiones me llevaron a un personaje, como Aurelio, que al volver a la calle tras quince años en prisión, no reconoce su ciudad.

 

Parece como si su novela fuera un intento por ir a la esencia de la ciudad despojándola de esa pátina de modernidad con la que se ha recubierto. En «Olinka» palpitan el clasismo, la corrupción, la violencia, señas de identidad de un México eterno.

Guadalajara es una ciudad muy conservadora, y hasta cierto punto reaccionaria, donde existe una élite que, a lo largo de los siglos, se ha acomodado a lo que sea con tal de conservar sus privilegios y seguir mandando: fueron independentistas cuando tocaba, se plegaron a las políticas de los primeros gobiernos revolucionarios, contribuyeron a la perpetuación del PRI y a su liquidación posterior e incluso se adaptaron a la hegemonía del crimen organizado pactando con ellos y recibiendo su dinero a cambio de mantener su estatus. Como tal, esa desfiguración urbanística que ha padecido la ciudad en las últimas décadas obedece al enésimo reacomodamiento de esas élites en aras de conservar sus prerrogativas.

 

Sin embargo, «Olinka» trasciende el cliché sobre la corrupción. ¿Cómo se las apañó para aportar una mirada distinta a la hora de abordar este tema?

Es cierto que existe un cierto arquetipo tanto del narco, con su sombrero texano y sus trajes de Versace, como del político corrupto, sonriente y trajeado, que recibe bajo cuerda sobrecitos. Ellos son la cara más aparatosa de la criminalidad mexicana pero lo cierto es que si nuestro país está gobernado por esa violencia incontrolable es porque hay mucha gente a la que eso le conviene. Hay una gran clase media conformada por personas con estudios, con mundo, que juegan un papel público relevante en sus respectivos territorios y que, sin embargo, saca tajada de esa violencia. Me interesaba mucho más ofrecer un retrato de esa burguesía cuya respetabilidad procede del lavado del dinero negro que abordar la enésima historia de narcos pintorescos.

 

En la novela refleja el agotamiento de un modelo social donde la violencia y el mantenimiento del status quo aparecen vinculados a un estándar masculino mientras que en sus personajes femeninos se percibe un deseo de cambio.

Es que yo estoy convencido de que, si en México hay cambios, estos vendrán de la mano de las mujeres. Los personajes femeninos de esta novela son los únicos con capacidad para construir espacios de poder y de pensamiento distintos y eso se debe a que son perfiles que luchan, que no se resignan y que dan muestras de una capacidad de resistencia que las lleva a sobreponerse a sus respectivos destinos. Ellas marcan un poco la ruptura con esa jerarquía aun participando de la misma porque son personajes que si bien sufren todo tipo de violencia, también están en condiciones de ejercerla directa o indirectamente. Habría sido absurdo omitir los escenarios de violencia sobre las mujeres, que en México son permanentes, pero aún así, y contando con que estos personajes abren grietas dentro del sistema, de una manera u otra forman parte de él.

 

¿En qué medida el canon de representación que ofrece el thriller resulta útil para conferir alcance social al relato?

Si defines una novela como “de denuncia social” estás reduciendo sus posibilidades y si la etiquetas como una policial parece como si estuvieras resaltando únicamente su carácter lúdico o de entretenimiento. Yo creo que la narrativa es como la plaza pública de la literatura y por eso mismo resulta conveniente que el lector pueda llegar a la misma desde diversos lugares. Para mí el thriller más que un género es una estrategia que me permite abrir un camino alternativo a través del cual atraer al lector, pero sin cerrar otras vías porque si mantienes abiertas varias rutas, al final el lector podrá jugar con la novela una partida mucho más interesante.

 

Leyendo «Olinka» su lenguaje y estructura parecen más afines al noir europeo que al neopolicial mexicano. ¿Es una tradición que le resulta ajena?

Sí, aunque tampoco soy hostil al neopolicial, hay novelas pertenecientes a esa tradición que, como lector, me gustan. Pero, como autor estoy en otros parámetros. Me interesan más autores como Jorge Ibargüengoitia, Ricardo Piglia o el brasileño Rubem Fonseca en su manejo de los ecos de la novela policiaca que el trabajo de otros autores adscritos al género de un modo mucho más preciso. No me interesan nada los justicieros o los detectives, el mainstream norteamericano nos ha procurado una sobrecarga de superhéroes que, además, en México, no durarían ni cinco minutos en sus afanes por impartir justicia.

 

De hecho, parte del espíritu subversivo que nutre la novela se halla en esa alteración del canon narrativo. De inicio su novela apunta a ser una historia de venganza y al final es la crónica de una frustración.

Es que Aurelio Blanco, el protagonista, no es un justiciero. Él no está en contra del orden establecido, lo que busca es volver a insertarse en una maquinaria social de la que, considera, fue injustamente expulsado. En ese sentido, es como esos bárbaros romanizados en los que primaba más el sentimiento de lealtad hacia quienes doblegaron su voluntad que el rencor. Es un personaje que representa muy bien a esa clase media mexicana desmovilizada y despolitizada, pero ambiciosa, que haría lo que fuera con tal de colarse en los pasillos del Elíseo y ser aceptado por la aristocracia local. Él no rechaza el sistema sino la posición que ocupa en el mismo. Es una idea desoladora pero muy real que en sí misma representa una paradoja, como la representa el hecho de que el lema de la ciudad de Guadalajara sea “Justicia, sabiduría y fortaleza” y ninguno de esos tres preceptos se cumplan, al contrario, se vulneran sistemáticamente.

 

Pero esa paradoja no se da únicamente en México. ¿Vamos hacia una sociedad desclasada?

Un poco sí porque quienes integran las clases populares no se reconocen en dicha categoría. De todas maneras, es muy difícil ser consciente del lugar que ocupa uno en una sociedad donde lo que prima es un intento por blanquear y suavizar las desigualdades recurriendo a un lenguaje plagado de eufemismos, donde las situaciones más incómodas son expresadas en términos amables a fin de rebajar el nivel de tensión. Pasa lo mismo con la injusticia. Dicho lo cual, una cosa es señalar la injusticia y otra resolverla. Ni los escritores somos líderes revolucionarios ni la ficción está para resolver las injusticias. A mí, como autor, me interesaba exponer esa realidad sirviéndome, para ello, de ese lenguaje tan característico de la ciudad de Guadalajara y tan revelador de la doble moral de sus élites.

 

A pesar de ese carácter local, ¿no concede a su novela un valor universal?

Es cierto que muchas de las cosas que se narran en “Olinka” pueden acontecer en cualquier otro territorio, pero eso no quita para que sea una obra con un espíritu muy centrado en la historia y en el lenguaje de Guadalajara. Se trata de una ciudad con una riqueza notable concentrada en manos de muy poca gente, un lugar aparentemente tranquilo donde la población no se levantó durante la revolución por el reparto agrario, pero sí lo hizo años más tarde durante las guerras cristeras por su derecho a ir a misa. Todo eso le confiere una especificidad que hace que la realidad mexicana se vea diferente desde Guadalajara que desde Ciudad de México. Aunque la identidad tapatía creció enfrentada a la capital, Guadalajara siempre se ha visto a sí misma como un canal distinto.

 

De hecho, parece como si últimamente la narrativa mexicana viviera un proceso de descentralización, ¿no cree?

Ciudad de México sigue siendo un polo muy fuerte para las industrias culturales hasta el punto de que si no vives y creas desde allí parece que no seas nadie.  Sin embargo, en la literatura ha ocurrido una cosa muy curiosa y es que las grandes editoriales mexicanas fueron absorbidas por los grandes grupos de comunicación europeos. A estos nuevos editores les da igual desde dónde escribas. Los autores que hoy en día se sienten obligados a vivir y trabajar en la Ciudad de México más que en la literatura, están interesados en hacer política literaria, es decir, en conocer gente y dejarse ver en los eventos. Yo creo que escribir desde la periferia te da una visión distinta y hace que tus intereses sean otros e incluso te favorece de cara a llegar al lector internacional, pues entiendo que, para un español, un argentino o un colombiano, resulta refrescante acercarse a la realidad mexicana desde otro enfoque. Muchos de los grandes autores que hay ahora mismo en México, escriben desde fuera de la capital y en su literatura no hay ni una gota de costumbrismo ni de regionalismo.