Jaime IGLESIAS
MADRID
Elkarrizketa
RÉMI BEZANÇON
CINEASTA

«Toda obra debería bastarse por sí misma para conectar con el público»

Nacido en París, en 1971, debutó como cortometrajista a finales de los años 90. En 2005 dirigió «Un amor de altura». Películas como «El primer día del resto de tu vida», «Un feliz acontecimiento» o «Zarafa» le han convertido en un autor todoterreno, capaz de moverse con soltura en casi todos los géneros. Acaba de estrenar «La biblioteca de los libros rechazados», adaptación de la novela de David Foenkinos.

En su última realización, Rémi Bezançon dispone un relato de suspense protagonizado por Fabrice Luchini. Este da vida a un prestigioso crítico literario que pierde su trabajo cuando se atreve a cuestionar la autoría del fenómeno editorial del momento, novela póstuma de un anónimo pizzero normando. Decidido a conocer la verdad, el protagonista se lanza a una confusa investigación donde la ficción parece ganar siempre la partida a la realidad.

¿Qué fue lo que le atrajo de la obra de David Foenkinos para decidirse a adaptarla al cine?

Fueron dos cosas, fundamentalmente. En primer lugar, me parecía un hallazgo genial la idea de que hubiese una biblioteca consagrada a recoger todos aquellos manuscritos rechazados por las editoriales, es una imagen con una fuerte carga poética, pero a la vez muy melancólica, y poder trasladar esas sensaciones al espectador me resultaba muy estimulante. Pero luego también está la propia estructura del relato, todo ese suspense relacionado con la búsqueda de la verdad me parecía que dotaba a la historia de un buen armazón dramático.

 

La película, efectivamente, narra la historia de una búsqueda, pero usted ha potenciado el componente de thriller respecto a la novela. ¿Por qué?

Me apetecía jugar con los códigos de representación del género policiaco subvirtiendo ligeramente su esencia, ya que aquí no se trata de encontrar a un asesino sino a un escritor. Ese cambio de me divertía mucho.

 

En un momento de la película se habla de la importancia que tiene construir la novela de la novela, de elaborar un relato que respalde el lanzamiento comercial de la obra en cuestión. ¿Esto es algo que acontece en todas las disciplinas artísticas? ¿También en el cine?

Cualquier novela, cualquier película, debería bastarse por sí misma para conectar con el público. Resulta un tanto fatigoso pensar que su aceptación pueda estar condicionado por la habilidad de los editores o los distribuidores para colocar dicha obra en el mercado. Pero no nos engañemos, hoy en día la publicidad y el marketing son, desgraciadamente, herramientas indispensables de cara a lograr la difusión deseada para cualquier obra.

 

¿En qué lugar dejan esas exigencias al escritor, al cineasta? Lo digo porque muchas veces parecen más relevantes las estrategias de promoción que aquellas que tienen que ver con el trabajo de creación.

Creo que esa reflexión es la razón de ser de “La biblioteca de los libros rechazados”. Tanto en la novela de Foenkinos como en nuestra película, hablamos de hasta qué punto, algunas veces, concedemos más importancia a las formas que reviste una obra que al fondo de la misma. De todas maneras, yo creo que el marketing puede servir de cara a lograr la difusión deseada, pero no la aceptación del público.

 

¿Usted como creador se ha sentido alguna vez prisionero de esas exigencias industriales?

Yo en particular no. Pero es que, en mi caso, no tengo nada que ofrecer fuera de mi labor como cineasta. Yo hago mi película y luego desaparezco, soy una persona bastante discreta, no tengo la necesidad de reivindicarme como autor ni nada por el estilo.

 

¿Realmente siente que la última palabra sobre un libro o sobre una película la tiene el público o, cada vez más, el espectador es una figura pasiva que se traga lo que le echen?

Sin lectores o espectadores no habría literatura ni tampoco cine. Son ellos los que, con sus gustos, determinan que algo funcione. Por mucho marketing que haya detrás de una película como “Vengadores: Endgame”, la gran cantidad de espectadores que han acudido a las salas a verla es un indicador lo suficientemente fiable como para determinar que es un tipo de cine que gusta bastante a la gente.

 

En «La biblioteca de los libros olvidados» también se reflexiona sobre cómo el lector tiende a apropiarse de una novela apelando a su propia experiencia hasta el punto de imaginar que ha sido escrita pensando en él. ¿Esto es algo que también ocurre con las películas?

Si tengo que hablar basándome en mi propia experiencia puedo afirmar que se trata de un fenómeno que, efectivamente, se produce. Cuando estrené mi segundo largometraje, “El primer día del resto de tu vida”, pude comprobar que parte del éxito que tuvo se debió a la fuerte identificación que mantenían los espectadores con los personajes de una historia que terminaron por hacer suya hasta el punto de que muchos de ellos me decían: ‘la familia que retratas en tu película es mi familia’.

 

Pero esa identificación no se da del mismo modo ante una película que con una novela.

Es cierto. En los libros es el lector el que termina de construir la historia, los personajes y los escenarios de la narración se concretan en su cabeza, mientras que en una película ese trabajo lo llevan a cabo director y actores. Todos vemos la misma película, pero no imaginamos lo mismo cuando leemos un libro.

 

¿Se imagina una filmoteca con aquellas películas nunca realizadas?

Sería curioso ¿no? Pero a la vez difícil porque los proyectos cinematográficos que han sido rechazados por las productoras nunca llegan a rodarse, y como tal, a materializarse. Otra cosa es la posibilidad de montar una biblioteca con todos los guiones rechazados a lo largo de la historia, pero no habría espacio físico que pudiera acogerlos.

 

¿Cada vez resulta más difícil sacar adelante un proyecto cinematográfico?

Sí, sobre todo las películas llamadas ‘de clase media’, es decir largometrajes realizados sobre unos parámetros industriales que confronten al espectador con temas interesantes sin renunciar al entretenimiento. Hoy en día parece como si para abordar cuestiones complejas como los procesos de creación literaria tuvieras que hacerlo desde una producción independiente.

 

Quizá porque somos demasiado aficionados a juzgar como un fracaso todo aquello que no constituya un éxito, algo sobre lo que también reflexiona en su película ¿no?

Sí, pero en ese sentido la literatura también ofrece un escenario distinto al del cine. Hacer una película es algo muy costoso y si, con tu primera realización, no obtienes el éxito esperado, es probable que tu carrera se vea truncada. Eso genera un gran estrés entre los directores noveles pues se están jugando prácticamente a una carta su futuro en esta profesión. Supongo que yo, que ya llevo dirigidos seis largometrajes, podría permitirme fracasar, pero para aquellos que están empezando es más difícil. Frente a eso, a aquellos escritores cuya primera obra no ha logrado la aceptación deseada, se les permite volver a intentarlo con una segunda novela, no se les margina de una manera tan acusada.

 

El protagonista de su película es alguien obstinado en desenmascarar un fraude literario ¿vivimos obsesionados por conocer la verdad?

En su caso es normal, es alguien que ha perdido todo tras cuestionar la identidad del autor de una novela, ha puesto en juego su prestigio, su orgullo y ha salido trasquilado, de ahí que para él conocer la verdad termine por ser una cuestión personal.

 

¿Pero esa necesidad por conocer la verdad no va contra en contra de la perpetuación del enigma, del misterio? ¿No cree que justamente estos son, o deberían ser, los ingredientes básicos para la creación artística?

Sí, claro, pero el protagonista de mi película no es un creador sino un crítico, un teórico, para él resulta inadmisible que un anónimo pizzero pueda estar detrás de una novela de éxito. Él tiene una percepción un poco elitista de la literatura, del arte en general. En eso no se parece nada en mí, yo pienso que no hace falta tener un bagaje para expresarse artísticamente, cualquier persona puede escribir una gran novela. Henri Rousseau, empezó a pintar sin haber visto jamás un cuadro, lo cual dotó a su pintura de un primitivismo muy interesante.