Ramón SOLA

Una inédita protesta de corredores precede al encierro más roto de este año

El malestar que se venía rumiando entre los corredores ha terminado por aflorar, porque estallar sería decir mucho. Se intuía en las previas y se ha apuntalado del día 7 hasta aquí: el rumbo que toma la mítica carrera no gusta, el intervencionismo que conllevan el antideslizante y el entrenamiento específico a cabestros y toros se toman como una «desnaturalización». De momento, la inédita sentada de ayer (seguida por un reducido número de corredores tres minutos antes del cohete) es un toque de atención, nada más. El alcalde de Iruñea, Enrique Maya, acusa recibo.

Los más reticentes a la protesta incluían entre sus razones la pregunta de qué pasaría si tras una sentada masiva se producía un encierro de alto riesgo, que desmintiera la tesis de que la carrera de Iruñea se ha vuelto «previsible» e incluso «aburrida». Y, en parte, así ocurrió. El quinto encierro fue el primero en el que los cabestros no siempre impusieron su ley y en el que la manada se estiró y hasta partió. A Telefónica llegaron los seis Victoriano del Río en tres parejas: dos, dos y dos.

Habrá que empezar, por tanto, por contar lo sustancial. En esa recta final disgregada, uno de los toros estuvo a punto de cornear en la cara a un corredor caído de frente, y otro hincó el cuerno casi sin querer en el brazo de un corredor mallorquín de 39 años. La fotografía recogida por algunos medios es bastante espeluznante, con el pitón entrando desde el codo y ocupando toda la articulación hasta la muñeca, pero la herida es «menos grave».

Ese caos final no estiró demasiado la carrera (se resolvió todo sin llegar a los tres minutos), pero sí dejó otros cinco trasladados a hospitales por traumatismo, entre ellos un hombre de Iruñea y un joven de Donostia.

En cualquier caso, este quinto de 2019 no entrará en la hemeroteca por los heridos, sino porque fue el día en el que se destapó el malestar de los corredores por la deriva del encierro, con la hegemonía de los cabestros como principal acicate. Quizás por ello el ganadero de El Uno dejó en el banquillo esta vez a los que llama «Cristiano» y «Messi», sus dos bueyes estrella, auténticos «quitanieves», como se empiezan a calificar en Estafeta con acierto.

La convocatoria se había lanzado la víspera por internet, sin lograr la unanimidad de los corredores por muchos motivos. Algunos son de oportunidad; la mayoría entiende que este tema debe ser abordado con tranquilidad y tiempo, tras los sanfermines. Otros traslucen la diferente forma en que se ven las cosas en Santo Domingo, donde los bueyes casi siempre han mandado, o en Estafeta, que es donde se concentran los corredores ávidos de pillar asta y ahora frustrados. Y tampoco faltan motivos técnicos; los del inicio no entendían una protesta así hasta apenas un minuto antes del cohete, cuando la adrenalina ya está disparada.

Al final no fueron excesivos los mozos y mozas que se sentaron en el suelo cuando sonó el segundo cántico al santo. Pero como quiera que todo en el encierro tiene una repercusión brutal, los noticiarios lo recogieron y el alcalde Maya mostró su disposición «a hablar de todo». No obstante, marcó ya su criterio: «Algo que está funcionando como el antideslizante no voy a cambiarlo. Imaginemos que se quitara, se rezagan unos toros y hay cogidas graves, incluso con muerte. Yo tendría una responsabilidad tremenda. También personal, incluso penal». De los cabestros cree que se puede hablar, pero «con muchísimo rigor y priorizando siempre la seguridad». Hay tajo desde el día 15, salvo que algo antes cambie radicalmente el guión.