Larraitz Ugarte
Abogada
GAURKOA

Kantoikrit para el país

Todos los años se celebra por estas fechas una prueba muy especial en Oñati: la carrera ciclista popular nocturna Kantoikrit. Este año tocó el día de ayer, sábado. Se trata de una carrera urbana cuyos orígenes están en las carreras que hacían los mensajeros en Brooklyn, según se dice. Discurre por el centro del pueblo, en el que los ciclistas deben correr sobre una bicicleta con piñón fijo o fixies y sin freno, y que para desacelerar deben invertir los pedales o deslizarse, evitando las caídas que dado que nuestras calles están adoquinadas siempre suponen un ejercicio de riesgo. Se dan vueltas en un circuito por las calles del casco y los primeros van eliminando a los últimos según los alcanzan en alguna de las vueltas. No conviene mirar atrás, no conviene que te pillen o serás eliminado.

El Kantoikrit es la metáfora que he escogido para intentar explicar cosas que veo que le pasan a la gente de este país. Veo personas que han llegado a este momento de la historia del país que piensan que éste está cansado sólo porque ellas lo están. Es normal, décadas de lucha dura y de mucho sufrimiento han hecho que una acabe cansada. Pero esto no implica que todo el país tenga este estado de ánimo y es un error confundir el momento vital de cada uno con el momento social del país, porque para empezar muchas de las personas que lo componen ni tan siquiera tienen un vago recuerdo de estas vivencias y por ende, seguro que si se les pregunta no manifiestan síntomas de este tipo.

Otra cosa es que el país esté apático ante tanta parálisis ofertada como la quinta maravilla mundial por el poder hegemónico peneuvero. Pero yo no veo un país cansado, no veo un país en duelo más allá de en la tele. Tampoco veo un país sin ganas de luchar de saque. Veo un país del que hay que hacer un diagnóstico más certero, porque puede que este país esté expectante a un plan. Es cierto que una nunca sabe si el país respondería bien ante ese plan y que es osada y temeraria la gente que dice que hay un país dispuesto a todo. Pero sin probar no se podrá decir de manera empírica que el país no está preparado. Se acierta o no, pero sin intentarlo es complicado saber.

Veo a otras personas que está claro que han dejado de creer que se puede ganar y se conforman con resistir, pero que ni tan siquiera han reunido el valor de confesárselo a sí mismos y mucho menos a su entorno. Esta actitud también es normal pero no es saludable y sobre todo no ayuda, porque lleva indefectiblemente a objetivos menos ambiciosos o, en el peor de los casos, a la gestión del día a día a la espera de un milagro futuro, que para algo somos creyentes. Las hay que sólo aspiran a ese día a día y lo de un país con estado simplemente les vale como lema o definición mientras no suponga un esfuerzo.

Hay otras que han decidido en los últimos tiempos hacer de sus experiencias vitales traumáticas teorías políticas a nivel macro como si hubieran encontrado nuevos paradigmas para entender lo que ha pasado en este país. A modo de ejemplo, aquellas que han padecido sufrimientos siendo jóvenes por sus orígenes familiares e intentan que esas experiencias individuales hagan un episodio continuo en nuestra historia colectiva en una trascendencia que no corresponde. Todas las experiencias pueden contener aportaciones ricas que eviten relatos monocolor pero se ha de tener mucho cuidado en separar a las personas por razón de su origen y revisar los últimos años como una confrontación entre personas de origen español y autóctonas, como si estas últimas no hubieran sido acogedoras, hubieran agredido la convivencia y no hubiera habido un verdadero jumelaje, teniendo en cuenta que las últimas tampoco es que hayan sido tratadas de manera exquisita. Jamás fue un problema humano sino netamente político. Y a día de hoy sólo es útil para el revisionismo del pasado, sin que sea útil para el futuro.

Pero las que más me preocupan son aquellas revisionistas del pasado por vocación, que piensan que hay que estar constantemente mirando atrás porque el miedo a que lo sucedido se les contagie les acecha. Han pasado cosas, duras, durísimas pero no se dan las condiciones para analizarlas en otros términos que no sean humillantes y lo que es peor, totalmente injustos. Y a más a más, invalidan para el futuro.

Porque a pesar de todo, hay una gran parte del recorrido que está hecho. La carrera no está en el punto de salida, ya ha dado unas cuantas vueltas e inevitablemente para los que no quieren que lleguemos la meta está más cerca. Para hacerlo, no se puede descansar, tampoco frenar, hay que pedalear más, más rápido, imprimir velocidad. Hay que tener valor para que en las curvas no nos caigamos y no perdamos tiempo. Jamás mirar atrás ni permitir que nos eliminen. Tampoco distraerse con la gente ni con los contrincantes. Y a piñón fijo, con una única idea en la mente, sin titubear constantemente, con fortaleza interior y proyectando seguridad al exterior. Creérnoslo y hacerle creer al país que llegaremos a meta. Y que tras la meta nos espera un gozo infinito.

Mientras veo a los ciclistas pasando veloces y sin frenos ante mí pienso en las mentes de estos corredores y concluyo que la estrategia del Kantoikrit nos enseña que mirar atrás constantemente por miedo a ser eliminado no ayuda a ganar. Y los espectadores tampoco es lo que deseamos. Queremos que miren hacia adelante y admiramos a los que lo hacen. Así en el país como en el Kantokrit: Piñón fijo, sin frenar y sin mirar atrás, hasta la meta.