Raimundo Fitero
DE REOJO

Mariano

Incumplo con demasiada frecuencia mis promesas de no hacer nunca más obituarios, pero que así, de repente, uno se quede sin Mariano Ferrer, es como cuando descubres que los reyes son los padres. ¿Quién puede escapar a su recuerdo, a sus lecciones, a sus posturas, a sus argumentaciones filípicas, jesuíticas, exuberantes para destacar su postura ante los hechos y sus consecuencias, frente al repentismo opinatorio? Es obvio, el tiempo pasa, los cuerpos se agotan, las ideas no brotan, el recuerdo es un arma cargada de nostalgia, pero Mariano Ferrer perdurará en decenas de nuevos, viejos y medianos periodistas porque siempre mantuvo esa voz moderada de una conciencia colectiva que no quería ser justificativa, ni estigmatizar con un sencillo reproche. 

Escuela, legado, camino para seguir dentro de una formación humanística, clara, aunque tuviera que superar muchas nieblas y nublados. Muchas y muchos deberíamos sentirnos herederos, aunque pocos sepamos mantener esa entereza reveladora ante lo tangencial para buscar en todas las brumas una señal iluminadora, un punto de fusión entre lo utópico, lo genetista y la dialéctica más organizada para comprender que no hay una ruta única para llegar a la montaña, o que es imposible llegar al valle florido, sin dejare pelos en los ramajes del monte bajo. Quisiera tener algo del carisma de ese hombre que logró que la fotogenia hiciera una excepción gratificante debido al trasvase de sentido común, humanismo y estudio. De saber explicar lo complejo con oraciones sencillas e ideas redondeadas, sin evocar al voluntarismo sino aportando posibilidades factibles.

Sufrimos estos golpes emocionales, pero mañana amaneceremos teniendo menos posibilidades de encontrar un alivio y una posibilidad de entender nuestra angustia. Y deberemos escribir nuestra columna como si nada hubiera pasado.