Ingo NIEBEL
COLONIA

El «golpe de los coroneles» contra Hitler sigue dividiendo a Alemania

En su 75 aniversario, el fallido golpe militar contra Adolf Hitler sigue siendo objeto de polémica. Para algunos los conjurados, encabezados por el coronel Claus Schenk von Stauffenberg, fueron unos traidores; para otros, no actuaron movidos por el horror ante el nazismo, sino frustrados ante el discurrir de una guerra que veían perdida. Ayer, la canciller Angela Merkel llamó a «cuidar su memoria para que las lecciones de la historia no se desvanezcan».

Quien visite el Ministerio de Defensa alemán en la Stauffenbergstrasse de Berlín verá que sus instalaciones lindan con el Memorial de la Resistencia Alemana. Desde ese bloque de edificios, llamados Bendlerblock, la jerarquía militar alemana planeó sus operaciones e invasiones después de que el anciano mariscal de campo y presidente Paul von Hindenburg entregara el poder ejecutivo al líder nazi Adolf Hitler en 1933.

En julio de 1944 su «imperio de los 1.000 años» estaba abocado a ser aniquilado. En el Oeste, las tropas aliadas, desembarcadas un mes antes en Normandía, se disponían a liberar París. En el Este, el Ejercito Rojo arrollaba al Ejército del Centro, aislando a los del Norte y Sur. Solo era cuestión de tiempo que los aliados entrasen en el Reich.

Para evitar ese momento, el coronel Claus Schenk von Stauffenberg colocó el 20 de julio de 1944 un maletín con una bomba activada bajo la mesa donde Hitler se reunía con el Estado Mayor, en su cuartel de Prusia Oriental, en Ketrzyns. Fue una trama minuciosamente preparada durante meses por un grupo de aristócratas y militares.

En el interior del maletín había dos artefactos, pero solo estalló uno, provocando la muerte de cuatro de las veinticuatro personas presentes, mientras que Hitler apenas sufrió heridas leves y se dirigió unas horas después por radio al país.

La muerte del Führer libraría a todos los soldados y funcionarios del juramento personal que le habían prestado. La cadena de mando se vendría abajo y el Ejército de Tierra asumiría el control ejecutivo y militar.

Stauffenberg salió del cuartel poco antes del estallido y regresó a Berlín dispuesto a seguir con su plan de negociar el fin de la guerra con los aliados, sin saber que Hitler seguía vivo.

Discusión entre historiadores

Esa misma noche Stauffenberg, de 36 años, fue ejecutado junto con sus más estrechos colaboradores. El régimen mató a unas 200 personas y miles más fueron detenidas, entre ellas las familias de los conspiradores. La Volksgerichtshof, un tribunal excepcional nazi, celebró una serie de juicios-farsa, dictando penas capitales contra los «traidores», que muchas veces fueron ejecutadas ese mismo día.

Desde 1993, una exposición recuerda la acción de Stauffenberg y otras resistencias contra los nazis en Alemania. El acceso es libre, sin control militar. Se llega primero a un patio, donde la escultura de un hombre desnudo llama la atención. Con aire desafiante mira a quien entra. Tiene el puño derecho sobre el izquierdo. Aunque parece que los tiene atados, su gesto expresa resistencia e incluso fuerza. Y su desnudez, impotencia.

Una barrera metálica impide acercarse a la figura. Simboliza el lugar donde podría haberse colocado el pelotón que fusiló a Stauffenberg y a otros cuatro militares. Esta simbólica barrera obliga a posicionarse: o con quienes apuntaron, lo más fácil, o pasar por encima para colocarse al lado de la figura.

El memorial lo dirige el catedrático de Historia, Johannes Tuchel. En declaraciones al diario “Frankfurter Allgemeine Zeitung”, ha afirmado que hoy día la actitud de Stauffenberg podría calificarse de «ejemplar».

En opinión del también historiador Frank Bajohr, «era mejor que no hacer nada».

Frente a ellos, Gerd R. Ueberschär señala que la sociedad y la Constitución que el coronel quería implantar distaban mucho de los parámetros de «una sociedad demócrata y abierta».

El biógrafo de Stauffenberg, Thomas Karlauf, sostiene en el libro “Stauffenberg: retrato del autor de un atentado” que el militar no quiso matar a Hitler por motivos morales, sino por la influencia del poeta germano Stefan George y con el fin de evitar la derrota militar de Alemania.

En “Stauffenberg –Mi abuelo no fue el autor de un atentado”, su nieta Sophie von Bechtolsheim no quiere ver reducida la acción de su antepasado a la bomba que puso, para que no se le confunda con un «terrorista».

El debate sobre este personaje histórico evidencia las contradicciones que le rodean desde el punto de vista humano, moral, político y militar, al tiempo que plantea la cuestión de por qué la mayoría no se rebeló nunca contra Hitler.

La xenófoba y chovinista Alternativa para Alemania (AfD) lleva años tratando de apropiarse de la figura de Stauffenberg como símbolo de resistencia para justificar cualquier acción contra lo que denominan «dictadura de Merkel» y «dictadura ecologista» de los Verdes.

«Debemos situar de manera aún más sólida el patriotismo y el espíritu de resistencia del 20 de julio en el centro del recuerdo nacional», defiende el portavoz federal de la AfD, Jörg Meuthen, marcando distancias respecto al ala más próxima a posiciones nacionalsocialistas y minimizar el nazismo.

Ayer, la canciller Angela Merkel elogió la conjura de los coroneles, afirmando que «hay momentos en que la desobediencia es obligatoria».

La lucha por la verdad histórica y el relato entra en una nueva fase, siendo Stauffenberg y el 20 de julio otro campo de batalla.