Raimundo Fitero
DE REOJO

Lunáticos

Empecemos por el final, parece bastante más difícil subir el Tourmalet que ir a la Luna. Tengo que retratarme: sí, ese momento tan importante para la Humanidad, lo vi por televisión en blanco y negro, en directo. Hace cincuenta años, con mi abuela Emeteria al lado asegurando que eso que veíamos no era la Luna. Seguramente ella había llegado antes, conocía los detalles de esa luz cambiante que nos hace las noches más poéticas. Nos dividimos entre los lunáticos y los cuñados. Una jornada de verano con el viaje a la Luna se convierte en un repaso a la historia de la infamia. Parece ser que se llegó con una tecnología bastante inferior a la que llevamos en nuestro bolsillo en forma de teléfono inteligente. Otra fabulación. Estamos colocando en nuestras conversaciones alrededor del zurracapote la Inteligencia Artificial. AI. Vamos retrocediendo. Es necesario inventar unos caramelos de inteligencia emocional. Por lo menos. La física cuántica, para la década próxima.

En cincuenta aniversarios, ¿cuántas veces se han repetido las mismas leyendas, las mismas mentiras y las mismas aportaciones secretas, que se renuevan cada cinco años, más o menos? Y una retórica popular: ¿por qué no han ido más? Han ido. Los chinos, al lado oscuro. Y están plantando legumbres. Ojo al dato. El comandante en jefe del supuestamente mayor ejército del mundo, ese neurótico llamado Trump, ha señalado el objetivo: Marte. Pasamos del largo de la Luna. Lo más importante es que las mareas siguen reguladas por la Luna, con pisadas, banderas o con robots, su influencia parece imprescindible. Los lunáticos, antes de ser cuñados, hemos sido poetas de las madrugadas en las que esa Luna mora se nos iba por el horizonte y nos despertaba esos ripios amorosos que acababan muchos de ellos escritos en las paredes de los lavabos del instituto.