EDITORIALA
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Sin llevarse a engaños y sin renunciar a jugar políticamente

La investidura española está resultando esperpéntica. Todos actúan como si otros resultados fuesen posibles, como si no se hubiese votado y revotado ya. Enfrascados en la batalla del relato, de quién lo ha hecho peor y tiene mayor responsabilidad en los errores aún por cometer, están renunciando a hacer política. Aparentan creer que tienen más opciones de las que realmente tienen. Empezando por Pedro Sánchez, el candidato y por tanto el responsable de llevar a buen puerto las negociaciones, están demostrando un muy bajo nivel político.

En general, está claro que a los políticos no les gusta ningún otro escenario que no sea la mayoría absoluta y cierta humillación de sus adversarios. Una vez bajada la espuma del primer momento, aun cuando los resultados hayan sido espectaculares, todos desearían haberlo hecho mejor, haber sacado más margen, no tener que ceder en nada. Quedarse solos, con los suyos, intrigando en alegre comandita. En el fondo, muchos parecen tener alergia a la política.

Esto es al menos lo que transmite el entorno de Pedro Sánchez. Con esa idea es con la que juega, al insinuar que no tiene problema para ir de nuevo a elecciones. Cree firmemente –aunque es de esperar que al menos íntimamente dude– que puede mejorar los resultados, que de otra cita electoral saldrá con menos pesos y contrapesos. Puede tener razón, y aun así fallar del todo.

Un mandato limitado pero claro

Si Pedro Sánchez acudiese de nuevo a las urnas diciendo que va a parar a la derecha, al trifachito, difícilmente le saldría mejor. Incluso si los resultados fuesen mejores en términos particulares, lo más probable es que no lo fuesen en clave de bloques. Podría perder ganando. Porque, le guste o no, no va a sacar mayoría absoluta y no tiene garantizada la mayoría simple.

Claro que podría restarle algo a Podemos, no tanto por esta negociación sino por el acumulado. Independentistas vascos y catalanes podrían hacerlo un poco mejor o un poco peor, pero nada muy diferente. En medio entraría la sentencia contra los líderes catalanes y todos sus efectos perversos. Es difícil que el PNV lo haga eternamente mejor.

La alternativa es pensar en cambiar el mandato. A Pedro Sánchez y a su dirección les escama que un acuerdo con Podemos les decante hacia el independentismo y el debate sobre la democracia en el Estado español, algo para lo que evidentemente no tienen plan. Cambiar de mandato supondría recurrir a la alternancia bipartidista en tiempos de multipartidismo. Complicado. Sobre todo, porque la fase actual en la que se sitúa la derecha española es la de legitimación del falangismo new age. Asimismo, la hipótesis de España Suma para dar mayor eficiencia al voto derechista es plausible. Que tampoco se equivoque Sánchez con Ciudadanos. El partido puede cambiar de táctica y virar hacia el centro, pero el mandato de sus votantes ha sido derechista y revanchista sin complejos. Le votaron en masa para que no negociase nada con el PSOE. Su sintonía cultural con el votante de Vox resulta enternecedora.

En el Estado español el desempate entre derecha –por no decir ultraderecha– e izquierda –por no decir medio-centro– trasciende a la investidura de la semana que viene. Pero es difícil creer que se puede afrontar políticamente ese dilema entre retrógrados y progresistas sin desatascar ya la legislatura. Eso solo se puede hacer en base a un mandato mínimo: que no gobierne la derecha e intentar abrir un nuevo ciclo con el resto de fuerzas.

Jugar, con plena conciencia de todo, pero jugar

Entre estas fuerzas está el independentismo vasco que, concertado con el catalán, aparece dispuesto a jugar la partida. Tal y como resumía Arnaldo Otegi hace dos semanas en estas páginas, con cautela y sabiendo de los límites del terreno y del resto de actores. Son viejos conocidos en los que no se puede confiar apenas nada. Pero también es cierto que no existe alternativa mejor y que solo a partir de aquí se pueden abrir otros escenarios democráticos y emancipadores.

Está claro que la gran partida para estas fuerzas políticas es la que se juega en Euskal Herria y Catalunya. También que los plazos no son de una legislatura, sino de generaciones. Pero no deja de ser importante dar todas las batallas, con las energías justas pero sin perder de vista cómo ayuda cada pequeña victoria a una ciudadanía que quiere ser cada vez más libre.