Antonio Álvarez-Solís
Periodista
GAURKOA

Noventa años

Acabo de cumplir noventa años. Y voy a hablar de mí. Adelanto esta intención por si mi billete viera la luz en GARA y su texto resultare irrelevante. Como establece la famosa y elemental expresión, «el que avisa no es traidor». Valga esta pequeña nobleza en una sociedad en que la estulticia abunda y aún se engrandece por no saber ni abalizar con claridad ante quién estamos y qué puede comunicarnos. Si abundara este tipo de información el señor Sánchez no permanecería un día más en la Moncloa. Esta opinión queda validada por lo expresado hace pocos días por el actual jefe del Gobierno cuando ha advertido al líder de «Podemos» que aceptará en su gobierno ministros venidos de tal disciplina política a condición de que sólo tengan un perfil técnico, no aporten ideología y no participen en la dirección del gabinete. Mi madre, una señora con mediasangre germánica, era lo que exigía a las personas que aspiraban a pertenecer al servicio doméstico de mi casa. Por lo visto el señor Sánchez ignora que las decisiones del gabinete se caracterizan por tres condiciones esenciales: la responsabilidad solidaria de los ministros, la voz única en la comunicación de los acuerdos del gabinete y la ejecución leal de los mismos. El mismo Franco procedía de acuerdo con esta doctrina, aunque luego amenazara con fusilar a los disidentes. Es lo que pudo hacer con Arrese cuando huyó de Madrid para no comprometerse en una decisión del Consejo. Creo que Franco dijo directamente a Arrese al tenerlo de nuevo ante si: «Piense usted que esta escolta que le ha traído podía haberle pegado un tiro por deslealtad». Y lo hizo de nuevo ministro. O sea que el señor Sánchez lleva aún más allá el espíritu de la Dictadura: hace ministros, pero a condición de que no ejerzan. Esto de no matar, pero no dejar vivir contiene la acritud del militar que vestido de uniforme le decía, en “La Codorniz”, a un sujeto arrodillado ante él con el piquete ya formado: «Y como usted es judío no le pegaré luego un tiro en la sien sino en la noventa y nueve».

He tratado durante mis noventa años de ser español, pero no me han dejado. Incluso viajé intensamente por otras tierras, y en semiclandestinidad muchas veces durante la dictadura, para exponer la situación española –de «mortos viventes»– a personas incardinadas en partidos y organizaciones progresistas a fin de que procediesen con claridad y energía en España. Esas personas vivían en Roma, en Londres, en Berlín, en París, incluso en Moscú. Tanto es así que el ministro de Asuntos Sindicales en el último Gobierno de Franco me ofreció, por medio de un periodista que trabajó profesionalmente conmigo, la Presidencia de una nueva institución dedicada a investigaciones sobre la información a condición de que dejara de ser –así lo dijo a E. S., mi compañero y examigo– una «mosca cojonera». A las puertas del primer gabinete «constitucional» de Suárez un profesor por el que sentí gran admiración y amistad (s.g.h.), y que fue un brillante ministro con Adolfo, me habló de un sillón en la gran mesa. Se lo agradecí y decliné el supuesto honor porque yo, le dije, era un cristiano para el comunismo –él lo sabía– y no podría prestar en la llamada transición ningún servicio político y más bien sería una pequeña pero inconveniente piedra en el zapato gubernamental. Seguí pues en mi trabajo periodístico, al que añadía con afectuoso esfuerzo la presidencia de la «Amistad Catalunya-URSS».

–O sea que usted fue importante.

–Jamás. Algunos pretendieron auparme; pero yo deseaba solamente ser español. No lo conseguí. Por eso sigo dándole a la pluma en mi platónico refugio de GARA, como antes hice en otros medios vascos, catalanes y aún españoles tras alejarme, por cuestiones personales, de Catalunya, mi patria de anglo-asturiano, y recluirme en un grato pueblo en donde me conocen como ese «anciano del andador».

Ser español solamente resulta entendible si se conoce como funciona la gaita: cuando se sopla no emite sonido y cuando se deja de soplar, suena.

El día en que el mundo entienda bien el mito de la expulsión de nuestros primeros padres del Paraíso conocerá el funcionamiento de la política en España, que no necesita urnas sino un buen manzano a la vera del camino, a fin de hacerse con buena fruta sin el menor esfuerzo. Adán y Eva no son difíciles de identificar. Hablan constantemente de su justificada ambición de ser Dios. Al menos, San Isidro Labrador. Con un esfuerzo algo intenso puede localizarse también a la serpiente. El lector puede dar con ella si atiende a estas señales: tiene la piel sin poros, los ojos saltones e inquietos, anda a base de ondulaciones, ingiere sin masticar, tiene una lengua bífida, cambia de camisa llegado el tiempo y duerme una larga siesta antes de retornar al mismo asunto.

Sí, quise ser un español honrado. Incluso llegué a cenar con Alfonso Guerra, que siempre sostuvo que Mahler era atractivo; Úrculo, pintor y él, socialista. Pero de eso hablaremos otro día. Si vivo.