Dabid LAZKANOITURBURU
LA DERIVA dEL BREXIT

«BoJo» busca desesperado una salida a su propio laberinto

Tras ver cómo el Parlamento le ata de pies y manos y le impide convocar unas elecciones en octubre para lograr el aval electoral para amenazar, y en su caso forzar, un Brexit sin acuerdo, el premier se ha metido en un laberinto del que no sabe cómo salir para evitar ser recordado no ya como un segundo Churchill sino como «Boris El breve».

Fanfarrón confeso, Boris Johnson logró la ambición de su vida al convertirse en primer ministro británico, como su admirado Churchill. Y con su órdago para forzar el Brexit a toda costa, su sueño lleva camino de convertirse en una pesadilla humillante.

Llegó al poder a finales de julio, sobre el cadáver de su antecesora, Theresa May, como el salvador del Brexit y con la promesa de que no se arredraría hasta lograrlo. Siete semanas después de su llegada a Downing Street, el dirigente tory se halla en medio de un laberinto.

Su golpe al parlamentarismo británico tras forzar la suspensión durante cinco semanas de las sesiones de la Cámara de los Comunes tuvo un efecto boomerang, y ha galvanizado a la oposición contra él. Tras la rebelión de diputados conservadores remainers o que no quieren un Brexit sin acuerdo, se quedó sin su exigua mayoría absoluta y ha perdido todas las votaciones en los Comunes.

El Parlamento le ha impuesto una ley que le obligaría a pedir un nuevo retraso del Brexit en caso de que no logre un acuerdo de retirada pactada con la UE.

Poco margen de maniobra tiene «BoJo», quien el lunes vio rechazada por segunda vez una moción para convocar unas elecciones anticipadas que en octubre ganaría, según las encuestas. Y es que Johnson pensaba arrastrar a los laboristas de Jeremy Corbyn a unas elecciones en octubre pero este no ha caído en la trampa y las prefiere en noviembre, cuando una prórroga del Brexit supondría para los tories una sangría en canal de parte de su electorado a favor de Nigel Farage y su partido, el más votado en las europeas.

Descartadas las elecciones a corto plazo –a no ser que el premier forzara una moción de censura «contra sí mismo»–, le quedan dos opciones.

La primera pasa por ignorar la ley parlamentaria que impide un Brexit sin acuerdo. Si lo hiciera, y se negara a remitir la carta de petición de prórroga hasta el 31 de enero podría ser condenado por desacato. Su equipo ha valorado la posibilidad de enviar la petición pero acompañada de una segunda misiva demandando a Bruselas que ignore la petición, lo que no le evitaría ser llamado ante los tribunales.

En semejante laberinto, gana enteros la tesis de que, haciendo de tripas corazón, el primer ministro intente negociar un acuerdo de aquí a la cumbre de la UE del 17 -18 de octubre.

En ese sentido. se especula con la posibilidad de que el Gobierno británico proponga sortear el principal problema del Brexit, la frontera en el interior de Irlanda, creando una zona especial en el norte de Irlanda con regulaciones comunitarias que eviten precisamente la frontera.

Una solución que Londres y Bruselas acordaron a finales de 2017, antes de que Theresa May, presionada por los unionistas norirlandeses, exigiese que el mecanismo (Backstop) se aplicara al conjunto de Gran Bretaña, evitando la excepción irlandesa pero manteniendo de facto al Reino (des)Unido en el seno de la Unión Aduanera.

Esta hipótesis parece ir ganando enteros después de que Johnson reuniera ayer por la mañana a su consejo de ministros y recibiera por la tarde a Arlene Foxter, lideresa del partido unionista DUP y con Nigel Dodds, su jefe de filas en la Cámara. Foxter insistió ayer en rechazar un estatus particular para el norte de Irlanda y previno en la cadena Sky News que el enclave no debería ser «sacrificado» en las negociaciones porque ello supondría «la ruptura del Reino Unido».

¿Sacrificaría Johnson a los unionistas y a los brexiters más celosos de la Union Jack?

Sería un mal trago a asumir teniendo en cuenta que su último recurso sería revivir y presentar el acuerdo con la UE que alcanzó su predecesora, May, y que fue rechazado en tres ocasiones por el Parlamento.

El diputado laborista Stephen Kinnock lidera un grupo de diputados, elegidos por circunscripciones favorables al Brexit, que se han mostrado dispuestos a votar ahora a favor de ese antiguo acuerdo a fin de evitar una salida sin acuerdo, pero esquivando un nuevo retraso.

Al margen de que hubiera tiempo y quórum para semejante requiebro, no hay duda de que, si tuviera lugar, May sonreiría desde su tumba política. Sería su postrera victoria. Y la enésima demostración de que políticos como Johnson adolecen de una cosa que se llama falta de integridad. En política y en todos los órdenes de la vida.