Beñat ZALDUA
Donostia
Elkarrizketa
JULIO PÉREZ
DEMÓGRAFO DEL CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS (CSIC)

«Es una tontería hablar de crisis demográfica porque haya menos nacimientos»

Sociólogo de carrera, y demógrafo de profesión –no hay más demógrafo que el que ejerce, porque no hay estudios, explica–, Julio Pérez trata de combatir, desde su trinchera académica, los relatos alarmistas sobre la crisis demográfica, cada vez más extendida.

Cada vez que salta una noticia como la de esta semana –por primera vez en 15 años, en la CAV hay menos alumnos que el año anterior– corremos a hablar de una crisis demográfica que vendría a poner en riesgo el sistema de bienestar y, en especial, las pensiones. El demógrafo Julio Pérez propone, en esta entrevista por vía telefónica, otro marco desde el cual abordar lo que sin duda es un reto.

Quizá haya que empezar desde el principio. ¿A qué os dedicáis los demógrafos?

La respuesta es simple, la demografía estudia cuánta gente hay y cómo está compuesta esa gente que hay. También estudia los tres factores que condicionan la evolución de esa población: nacimientos, defunciones y migraciones. Pero el núcleo teórico es cómo nos reproducimos.

¿Y qué tal lo hacemos?

Muy bien. En demografía ha ocurrido algo galáctico, estratosférico, porque ha cambiado el modo en que nos reproducimos. Llevamos decenas de miles de años con unas dinámicas reproductivas muy malas, muy precarias. Para mantener poblaciones muy escasas hacía falta tener muchísimos hijos. A veces no somos conscientes de que en España, en 1900, no llegaban a los 15 años ni la mitad de los que nacían. Uno de cada cinco moría antes de cumplir un año. La eficiencia en la reproducción se calcula observando la relación entre la población existente y los nacimientos que hacen falta para mantenerla, y ahora somos más eficientes que nunca. En un lapso histórico brevísimo, hemos pasado de forma fulgurante de un sistema de poblaciones pequeñas teniendo muchos hijos, a uno con poblaciones muy voluminosas con pocos nacimientos. Por eso hablamos de Revolución Reproductiva.

De crisis demográfica, por tanto, ¿nada de nada?

Tenemos la mejor situación que hemos tenido nunca desde el punto de vista reproductivo, porque hoy en día hemos generalizado las vidas completas. La gente que nace va a vivir toda su vida, incluida la vejez. Esto es nuevo, no había pasado nunca. Se habla de crisis demográfica y se habla de que la fecundidad es menor, pero es que la fecundidad no es un indicador de lo mejor o peor que se reproduce una población, es un absurdo hablar de fecundidad de reemplazo, porque el reemplazo dependerá del tiempo que vivan los que traemos al mundo. En el pasado había fecundidades de 5-6 hijos por mujer y el reemplazo era malísimo, había 18 millones de habitantes en España. Hoy en día hay 47.

¿Cómo ha ocurrido esto?

Cuidándonos mejor y, sobre todo, cuidando mejor de los niños. El siglo XIX fue el del sufrimiento de la infancia, concepto que antes ni existía. Nunca nos habíamos autoexigido tanto antes de tener un hijo. Esto garantiza que, en general, cuando se tienen hijos, se tienen en unas condiciones galácticas comparados con la época del baby boom. Es normal que se tengan menos.

Esto ha traído cambios en la infancia, pero también, aunque siga haciéndose cargo de la mayoría de los cuidados, en la situación de la mujer.

Claro, en esta propuesta teórica de la Revolución Reproductiva, el principal efecto en términos sociológicos es el que se produce con las mujeres. Venimos de un mundo en el que el control familiar, económico, patriarcal y religioso de la reproducción era abrumador. Es que a las mujeres no se les dejaba ni siquiera decidir con quién. Con este cambio en la eficiencia reproductiva, que no hay que olvidar que ha llevado a la humanidad de 1.200 millones de habitantes hace un siglo a más de 6.000 millones en la actualidad, la principal beneficiada ha sido la mujer.

Y si lo vemos en términos económicos, pues en fin. Se habla siempre de la demografía actual como una amenaza sobre el mercado laboral, se dice que faltarán manos, pero es que el primer resultado de todo este cambio es que se ha doblado la población activa potencial, porque las mujeres se han incorporado al mercado laboral.

¿Por qué se habla tanto entonces de crisis demográfica?

Confluyen muchos elementos y muchos intereses. Por una parte hay arcaísmos confesionales muy evidentes. Ya en el 85 el propio Papa fue uno de los que impulsó el concepto de «invierno demográfico», que va en una línea natalista que está asociada al nacimiento del Estado moderno y que acabó en dos guerras mundiales. El discurso era que «tenemos que ser más que ellos» y no es muy diferente a lo que vemos ahora con Trump o con Salvini. Tenemos, por tanto, a la iglesia católica y a los partidos de derechas, pero también tenemos al sector financiero, al que se le hace la boca agua ante la más mínima posibilidad de gestionar aunque sea una parte de los fondos de pensiones. Claro, hablamos de la partida de los presupuestos con más dinero.

Para dejarlo claro, ¿el cambio demográfico amenaza el sistema de pensiones?

Claramente, no. De hecho, hablamos de cosas que ya se hablaron en los 80, con Reagan y Tatcher, después de salir de la crisis del petróleo de los 70 con la receta del control del gasto público. Y ahora se vuelve a poner en cuestión las pensiones diciendo que no va a haber gente suficiente para trabajar, como si las pensiones dependieran solo de eso. Para empezar, las pensiones no se financian vía impuestos, sino a través de una cotización específica para eso. Además, si lo que se está diciendo es que no va a haber gente suficiente para trabajar, el problema no sería de las pensiones públicas, sino también de las privadas, pero eso no se dice. En realidad hay un error de concepto, porque la cuestión no es cuántos trabajan, sino cuánto producen y cuánto cotizan. Si el sistema de pensiones aguanta no será porque haya más o menos pensionistas, sino porque el sistema productivo funciona.

¿Qué hace más daño, el cambio demográfico, o el trabajo precario y el paro juvenil?

Efectivamente. Ocurre lo mismo cuando se habla de baja natalidad y se atribuye a la falta de políticas de apoyo a las familias. La baja natalidad tiene una explicación mucho más sencilla, y es que los jóvenes no pueden emanciparse, lo hacen muy tarde y no tienen un trabajo estable. Pero esto, de nuevo, cuesta explicarlo, porque no es lo mismo natalidad y fecundidad, igual que no es lo mismo reproducción. Son diferentes en cualquier manual de análisis demográfico, pero no les importa a todos los natalistas obsesionados con otras cosas. Pues bien, la natalidad puede subir aunque no aumente la fecundidad, solo con un adelanto de los calendarios de la vida de las personas.

No podemos cerrar la entrevista sin hablar del papel de las migraciones en cualquier análisis demográfico.

Es fundamental y, además, tiene una relevancia creciente. Y el que no lo entienda así y siga pensando en el “Viva España”, se equivoca mucho. Las tasas de natalidad y de mortalidad son más o menos fáciles de predecir, pero la migración es muy complicada, porque tienes que tener en cuenta, como población de partida, el mundo entero. Pero hay tendencias que sí son predecibles, y sabemos que cuando un país llega a una situación de eficiencia demográfica, se hace atractivo. Porque no hay que olvidar que dicha eficiencia se logra cuidando mejor de las personas, es que la fórmula es bien simple. Pensar que hay una gran crisis demográfica por unos cuantos de nacimientos que defunciones menos, cuando está habiendo un saldo positivo de migrantes quiere decir que no hemos entendido nada.

Además, no hablamos de nada nuevo; quizá ahora es más global que nunca, pero la migración del campo a la ciudad responde al mismo fenómeno, siempre hay zonas que atraen población y zonas de las que la población se marcha. Hacer de la lucha contra la inmigración una cuestión de Estado y de patria es, de nuevo, ir contra los tiempos que corren.

No deja de ser irónico que los que alertan sobre los efectos de la baja natalidad sean, a menudo, los mismos que arremetan contra la inmigración.

Todo responde a unas concepciones de la dinámica demográfica muy cerriles. El ejemplo del natalismo y del familismo de la derecha es paradigmático; más allá de su postura sobre la inmigración, les cuesta mucho entender que el apoyo a las familias constituidas con varios hijos y demás, en el fondo, tiene efectos contraproducentes. Están convencidos de que así es como se fomenta la fecundidad, pero no es verdad. Lo saben los franceses, que han sido natalistas y que en los 70 tenían una política de tercer hijo con mucho gasto, pero no consiguieron ni siquiera detener el descenso de la fecundidad. Porque la fecundidad no depende del apoyo a las familias que ya existen, sino en mayor medida del apoyo a los que no tienen todavía esas familias y quieren formarlas. Si todo lo que se te ocurre es apoyar a las familias para que sigan siendo ellas las que carguen con todo el peso de tener a los hijos en las condiciones actuales que todos queremos tener, pues vale, muy bien, esos hijos estarán estupendos, pero cuando les toque a ellos reproducir esa unidad familiar, les va a suponer un abismo, porque el listón está cada vez más alto.

Crear consejerías y ministerios de familias y de apoyo a la natalidad, como quieren Vox o PP y toda esta gente es un mal uso del dinero público. Oiga usted, preocúpese de la emancipación de los jóvenes y que puedan crear ellos sus propias familias, si así lo desean.

¿Cómo centrar el debate en estos términos y huir de las referencias a la crisis demográfica?

Tenemos el volumen de población más alto que hemos tenido en nuestra historia, y estamos hablando de la extinción, de la hecatombe y del suicidio demográfico. ¿En serio? Lo que somos es mucho más eficientes, y la buena noticia es que, además, lo hemos conseguido cuidando mejor de la gente, especialmente en su etapa inicial. A mi me gusta interpretar todo esto en términos generacionales, y lo que tenemos son generaciones de gente con un punto de partida que no había existido nunca. Lo que tenemos que procurar es que no se les tuerza la vida, y los primeros años, así como la inserción en la vida adulta, son fundamentales. Eso es lo que deberíamos estar cuidando.