Raimundo Fitero
DE REOJO

Valga

La toponimia es caprichosa, y en la provincia de Pontevedra hay pueblo cuyo nombre es Valga. Y en este lugar un asesino ha matado a tiros a su exmujer, su excuñada y su exsuegra. Un triple asesinato que contará para las estadísticas de violencia de género como de una muerte, la madre de sus hijos, y las otras dos mujeres asesinadas saldrán de este concepto para meterse en eso que los ultras, con el consentimiento de las otras dos extremas derechas ya han bautizado en alguna consejería como violencia doméstica, con la abyecta intención de difuminar el acto criminal machista dentro de una violencia general. Este macho armado ha perpetrado esta bestialidad frente a sus hijos menores que se iban al colegio.

Este pueblo de Valga acaba de entrar en un tenebroso estadio estadístico, porque en lo que va de año ya se han producido cuatro muertes a manos de asesinos machistas, ya que en marzo se produjo otro crimen de estas características, mujer muerta y machista suicidado. Un ritual demasiado normalizado. Y se abren de nuevo todos los debates, pero el único que se debe ahogar en el silencio es el de los negacionistas, de los machistas que consideran que estos asesinatos deben ser considerados como algo normal, que es una violencia estadística y no una plaga que forma parte de un dolor muy concreto dirigido de manera unívoca contra las mujeres, que entronca con toda una concepción calderoniana del honor y de la idea de que la mujer es una propiedad del hombre, ya que viene de su costilla.

Además de desarrollar las leyes de protección, hay que tomar medidas estructurales, educacionales, sociales y culturales. Hay que repudiar a los que niegan la evidencia por cómplices y sospechosos. Y hay que cuidar, letra a letra, gesto a gesto, actitud a actitud, no desviar el foco del mensaje obvio y nítido: Matan los hombres, mueren las mujeres. Ni una más.