Iñaki IRIONDO
ELECCIONES A CORTES EL 10 DE NOVIEMBRE

Las elecciones posponen el Gobierno del PSOE con alguna de las derechas

PEDRO SÁNCHEZ HA LOGRADO EL OBJETIVO DE REPETIR ELECCIONES. DESDE EL 28 DE ABRIL NO HA HABIDO NINGÚN PROCESO DE NEGOCIACIÓN SERIO. LAS ÚLTIMAS HORAS FUERON ESPERPÉNTICAS, PERO QUEDA LA PREOCUPANTE SENSACIÓN DE QUE SEAN SEMILLA DE LO QUE VERDADERAMENTE BUSCA EL PSOE PARA DESPUÉS DEL 10 DE NOVIEMBRE.

Eran casi las 20.30 de la tarde, las grandes cadenas de radio españolas preparaban sus programas especiales sobre los partidos de la Champions del Barcelona y el Valencia, a los que de inmediato iban a dar prioridad sobre la actualidad política, cuando la Casa Real anunciaba que no tenía ningún candidato que proponer para investido presidente del Gobierno español. Habrá, por tanto, elecciones el 10 de noviembre.

Desde el 28 de abril, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ganador de aquellos comicios, no ha sido capaz de llegar a un acuerdo con nadie. Pero lo que preocupa es la sensación de que ni siquiera lo ha intentado. De que primero decidió no hacer nada hasta que el 26 de mayo se recompusiera el mapa municipal, autonómico y europeo, y después pensó que las cosas podían irle mejor si forzaba el escenario en el que ahora nos encontramos.

Y el escenario actual es que Pedro Sánchez ha dejado meridianamente claro que no tiene interés alguno en formar un Gobierno progresista con Unidas Podemos, salvo que sea bajo unas reglas de sumisión total (en un proceso que probablemente el partido de Pablo Iglesias podía haber gestionado con luces más largas) y que al final ha conseguido doblegar la voluntad de Ciudadanos, que ha acabado mostrando su disposición a un nuevo acuerdo (ya tuvieron uno firmado en marzo de 2016) cuyas condiciones ahora sonaban irreales, pero que se podrán afinar antes de Navidad en función de los resultados que den las urnas.

Cs viró demasiado tarde

De la noche del 28 de abril se recuerdan los gritos de los militantes del PSOE pidiendo (quizá rogando) que «Con Rivera no». ¿Por qué esa desconfianza de sus propias bases si el eje central de la campaña fue el de impedir un Gobierno de las «tres derechas»? ¿Qué temían cuando los primeros datos de las urnas prácticamente certificaban que Pedro Sánchez tenía libre el camino de la Moncloa apoyado de una u otra forma por la mayoría que había hecho posible la moción de censura que echó a Mariano Rajoy del poder?

Cuentan –solo el tiempo dirá si puede ser cierto, aunque parece ir confirmándose– que Sánchez quería haber buscado una fórmula de acuerdo con Ciudadanos –seguramente tras haber hecho ver que era la única posible– y que su asesor, Ivan Redondo, le convenció de que esperara a que fuera Albert Rivera quien le llamara. Había fuerzas dentro y fuera del partido naranja que empujaban en ese sentido.

Pero al presidente de Ciudadanos se le subieron los resultados a la cabeza y, convencido de que ser el líder de la oposición no era solo una cuestión de números (que no le daban) sino también de actitud, decidió convertirse en el más gallito del «trifachito», llegó a cortar relaciones con el PSOE, negándose a acudir a las rondas de conversaciones, y se plantó en el pleno de investidura de julio hablando de «la banda de Sánchez» como una suerte de partida de bandoleros dispuestos a asaltar el orden constitucional.

La actitud de Albert Rivera le costó una verdadera sangría dentro de su propio partido, donde le fueron abandonando algunos de lo que contribuyeron a su creación y otros de los que le dieron cierto lustre en instituciones y medios de comunicación. Entre tanto, las encuestas públicas hablaban de que el PSOE subía en intención de voto, mientras que el partido naranja se alejaba de poder liderar la oposición, por mucha actitud que le pudiera poner.

Cuando anteayer la campana estaba a punto de marcar el fin de este combate, Albert Rivera tuvo la idea de ofrecerle a Pedro Sánchez, una «solución de Estado», garantizándole su abstención y pidiéndosela también al PP, a cambio de unas condiciones que se correspondían poco con la realidad.

 

No ha caído en saco roto

Pocas dudas hay de que la maniobra de última hora de Albert Rivera buscaba recolocarle en el escenario, después de semanas desaparecido, y fijar una posición de cara a la inminente campaña electoral. Es decir, reunía en principio todas las condiciones para acabar en la papelera en un santiamén.

Sin embargo, aguantó en el candelero político más tiempo del lógico. De primeras, el PSOE no lo desechó, sino que trató de torearlo diciendo que las condiciones ya se cumplían. Y todavía ayer por la mañana su secretario de Organización, José Luis Ábalos, alimentaba la bola no descartando una cita entre Sánchez y Rivera. El lunes por la tarde, el presidente del PP, Pablo Casado, estuvo dos horas reunido con el líder de Cs en el Congreso y acabó con el acuerdo de que la pelota estaba en el tejado de Sánchez, y no de que los naranjas se habían vuelto locos.

De hecho, mientras hasta el lunes al mediodía todo el mundo daba por descontado que íbamos de cabeza a las elecciones del 10 de noviembre, de pronto comenzaron las dudas de última hora y hasta que Felipe de Borbón no mandó parar con el comunicado de la Casa Real, se jugaba todavía con la posibilidad de algún giro de guión de última hora. Quizá solo fuera por combatir el aburrimiento de una tarde que se alargaba sin noticias o por no querer enfrentarse a la pereza que da volver a la rueda electoral, aunque algunos han andado vivos y RTVE y Atresmedia ya están preparando sus debates.

 

Campaña de una semana

Pese a que es evidente que el pistoletazo de salida ya está dado, (en realidad algunos partidos se pasan la vida en modo elecciones), ha de saberse que la campaña electoral oficial en esta ocasión se reducirá a una semana. Lo que no es fácil de prever es cuál va ser el eje central del PSOE, porque aunque tratará de culpar a Unidas Podemos de que no haya sido posible un acuerdo, no va a tener fácil defender que su objetivo es un Gobierno progresista, visto cuál ha sido su comportamiento.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que de aquí al 10 de noviembre se prevén dos importantes terremotos. El primero, la sentencia del Tribunal Supremo contra los dirigentes independentistas catalanes, con las repercusiones que eso puede tener en Catalunya y en el Estado. El segundo, el Brexit, que obligará a tomar iniciativas en términos económicos y políticos que deberían exigir grandes consensos.

Y en ese contexto es en el que van a surgir, y es previsible que con éxito, las presiones para que el ganador, que pocos dudan de que volverá a ser Pedro Sánchez, componga un Gobierno en clave «de Estado», lo que en el español supone acuerdos con alguna de las derechas, si no con dos de las tres.

 

Sin declaraciones

A estas alturas del texto, cuando la crónica está llegando al final, la lectora y el lector se habrán dado cuenta de que no hay aquí declaraciones ni de Pedro Sánchez ni de Pablo Iglesias ni de Albert Rivera o Pablo Casado. ¿Para qué? Dijeron lo que ustedes ya saben. Que cada uno ha hecho todo lo que estaba en sus manos, incluso actuando con generosidad, pero que un acuerdo ha sido imposible porque los demás tienen la culpa de todo.

Si tienen curiosidad por los detalles, podrán encontrar esas declaraciones en NAIZ. Pero quedémonos con lo sustancial: en el Estado español no es posible un Gobierno progresista y que tienda la mano a las formaciones independentistas para buscar soluciones democráticas y sociales a los problemas que las piden a gritos. El 10 de noviembre vuelven a tener su voto para apoyar o para castigar.