Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «En mil pedazos»

Un circo de tres pistas lisérgico

Todavía mantengo la duda de si la autora de la adaptación de “Cincuenta sombras de Grey” era la más indicada para trasladar a la pantalla los pasajes vividos por el escritor James Frey mientras curaba su adicción al alcohol y las drogas, pero viendo los excesos literarios que el propio Frey imprimió en su libro autobiográfico, ya de por sí bastante lacrimógeno, probablemente haya sido la opción más valida.

Lo primero que genera “En mil pedazos” es una desconfianza ante lo que estamos visionando porque el recurso de lo onírico, lejos de aportar nuevas vías a la narración, lo único que provoca es cierta confusión a la hora de abordar el particular vía crucis que desfila ante nosotros. Tal vez un tanto mediatizada por el original literario, Sam Taylor-Johnson se ampara en un estilo cargado de clichés que provocan que la película siga los derroteros de múltiples telefilmes que tan solo se limitan a mostrar la superficie sin intención de abordar las verdaderas entrañas del relato. El principal damnificado de esta opción es el propio reparto que se limita a recitar frases carentes de sustancia y que están a años luz de su talento.

La cineasta desaprovecha las posibilidades que le otorgaban intérpretes del calibre de Giovanni Ribisi o Juliette Lewis y tal vez el más beneficiado haya sido un Billy Bob Thornton que cumple con creces en un rol que no le resulta novedoso. En este apartado, quien se lleva la palma del despropósito es el protagonista y compañero sentimental de la cineasta, Aaron Taylor-Johnson, quien además de aportar su granito de arena en la escritura del guion, da rienda suelta a su registro de gritos, lágrimas y bailes en un explosivo cóctel lisérgico en el que todo suena sobredimensionado y tan artificial como los paraísos narrados por el escritor. En realidad, todo chirría en un producto que parte de la falsa premisa de un original literario muy sospechoso.