Víctor ESQUIROL
MANO DE OBRA

El sistema parasitario

No hemos tenido que esperar demasiado para encontrar la primera sorpresa (agradable, se entiende) de la 67ª edición de Zinemaldia. Esta ha venido de la mano de David Zonana, joven director mexicano que hasta el momento «solo» contaba con tres cortometrajes en su hoja de servicios como director. El hombre, presentó –firme– candidatura a la Concha de Oro con su ópera prima, y con ello, la organización del certamen dejó claro que la gloria del palmarés no tiene por qué estar reservada a los grandes nombres del cine de autor.

No en vano, queda claro, desde la mismísima escena de apertura, que estamos ante una película con, al menos, el potencial del moratón después del impacto. A esto hemos venido, también: a herirnos. A recordar que no somos impermeables ante lo que vemos, oímos o, simplemente, intuimos.

“Mano de obra” es, en este último aspecto, una clase magistral del uso del fuera de campo. Su relato (salvaje) nos obliga a convivir con una violencia (física, dialéctica, ética...) constante; omnipresente. Y aun así, esta se materializa en contadísimas ocasiones.

Zonana, cuyo estilo recuerda al de sus compatriotas Amat Escalante o Michel Franco, se descubre así como genial explorador en un submundo desbordado por unas exigencias (de supervivencia) inasumibles, se miren como se miren. Las moralejas de este cuento convierten la precariedad en sentencia de muerte, y el drama en puro terror social. A tan aciago punto se llega difuminando la ya de por sí fina línea que separa el sueño utópico de su reverso distópico, ciertamente pesadillesco. Y en esto último nos deja, porque por lo visto, mientras haya contrato social, habrá jerarquías, y con ellas vendrán las plagas: la desigualdad, la envidia, el abuso de poder... Qué condena.