Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Paradise Hills»

Las niñas ricas ya no sueñan con príncipes azules

Dicen que la gente de Bilbo nace donde quiere, a lo que ahora también se puede añadir que se llama como le da la gana, porque la misteriosa Irene sin apellidos se ha rebautizado con el alias artístico de Alice Waddington. La chica pertenece a una generación de profesionales del audiovisual (lo de cineasta les queda ya fuera de lugar) que anteponen el marketing al aprendizaje del oficio tras la cámara, por lo que nuestra realizadora más internacional ni siquiera ha tenido que pasar por la reválida del cine vasco y ya ha aterrizado en Hollywood. Privilegiada donde las haya, fue directamente a presentar su ópera prima en el festival de Sundance, y ya tiene contrato con Netflix para su siguiente “Scarlet” (2020). Quiere esto decir que ha sabido utilizar su primer largometraje como artículo de demostración, como producto vendible en el mercado virtual. Ha convencido a los ejecutivos y ejecutivas de los grandes estudios vendiéndoles su proyecto de historias de género para un target y una franja de edad muy concretos, según su idea de un fantástico para chicas adolescentes. También mete en el paquete de oferta feminismo de diseño y rebeldía precoz LGTBIQ+.

Pero ciñéndonos a lo visto en “Paradise Hills” (2019) da la impresión de que Alice o Irene es una fusilera, que caza todo lo que se le pone a tiro. Con ella la multireferencialidad se queda corta como concepto, porque lleva a su estética publicista influencias de la literatura, los cuentos infantiles, las series de televisión clásicas, el anime japonés, los videojuegos, el cómic, el cine de autor femenino, las películas de serie B, la moda...

El resultado es un pastiche incoherente, que pretende manejar dentro de un único escenario un guion sicotrónico con una dirección artística de lujo aparente, entendiendo por tal lo que dan de sí seis millones de euros en el presupuesto, y se supone que lo que más ha costado es el reparto angloparlante.